“No hay nada imposible cuando uno está unido y tiene un objetivo claro”. Estas fueron las palabras de Ricardo Gareca en su primera conferencia de prensa como seleccionador de Perú, frente a un grupo de periodistas quizá acostumbrados a escuchar las mismas frases vacías cada cierto tiempo.
Más allá del verbo y la motivación, una característica compartida por personajes como Maturana, Uribe o Ternero, es válido preguntarse qué diferenció el proceso de Gareca de los que ocurrieron en los últimos 36 años.
Todos, a poco de empezar, compartieron la misma sensación de desaliento, algo muy conocido por los peruanos, más allá del fútbol. Lo distintivo fue la capacidad de no negar esa realidad y asumirla con una actitud distinta. Es decir, no renunciar al sueño, pero ponerle un cable a tierra y no dejar de estar convencido de que, a pesar de todo, siempre habrá oportunidades.
Ese cable a tierra es lo que llamamos propósito. Hoy, las compañías que tienen éxito son aquellas que tienen un propósito claro, son capaces de construir –y llevar a la realidad– un discurso que permita explicarlo a sus principales ‘stakeholders’, haciendo que se sientan parte de este, alineándolo con sus propias motivaciones. Bajo esta óptica, una marca no solo comercializa un producto, sino que busca superar las simples metas basadas en números en pos del bien común.
Y es aquí donde la tarea del directivo es fundamental: ofrecer autonomía, confianza y libertad. Tener la capacidad para corregir y ejercer la justicia cuando sea necesario, y lograr que la sensación de bienestar, que alcanza una organización con propósito, se extienda a todo su sistema. Es decir, a su comunidad.
El ejemplo de nuestra selección nos permite entender la importancia del propósito y los beneficiosos que este trae, no solo para la organización, sino para el bienestar de la comunidad donde esta se desarrolla. Un círculo virtuoso en el que vale la pena invertir.
*Es director del área de Dirección General del PAD.