“Yo prendo una velita todos los días y rezo para que China no se nos caiga” fue una frase icónica del 2011 y que, en retrospectiva, pareciera premonitoria. Su autor, el entonces ministro de Economía y Finanzas, Luis Miguel Castilla, mostraba así su preocupación por la dinámica del gigante asiático.
Ocho años después, las cifras macroeconómicas de China apuntan a que el país requiere más velitas y oraciones que antes. El viernes, la agencia de estadísticas china reveló que, en el tercer trimestre, la segunda economía más grande del mundo anotó su crecimiento más bajo en casi 30 años. La última vez que se registró un dato similar fue en el primer trimestre de 1990.
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Sin embargo, no es un dato que haya sorprendido a los agentes económicos o al gobierno. De hecho, este resultado pone a China en camino a cumplir su proyección oficial de crecimiento para el año. En términos anualizados a setiembre, acumula un 6,2% y el Gobierno prevé un cierre del año entre 6% y 6,5%.
DETERMINANTES
Detrás del enfriamiento del gigante asiático, hay dos motores que han sido golpeados en los últimos meses. Por un lado, están las tensiones comerciales con Estados Unidos, que causaron un retroceso de 3,2% en las exportaciones chinas, una cifra que estaba dentro de lo esperado por los mercados.
Sin embargo, la sorpresa negativa vino por el lado de la inversión en acumular capital físico. Las cifras oficiales dan cuenta de que la construcción creció 4,7% en el tercer trimestre; un enfriamiento notable respecto al 5,5% registrado en el segundo trimestre. Los analistas anticipaban que este indicador tuviera un repunte, que no se dio.
Detrás de esta desaceleración también hay una postura de política económica más conservadora. En lo que va del año, se han dado medidas puntuales de reducción de encajes bancarios y de estímulo crediticio, que refleja la preocupación por el alto nivel de endeudamiento del país.
Los altos mandos del Partido Comunista tendrán, en los próximos días, una reunión donde discutirían la posibilidad de establecer nuevas medidas de estímulo.
Los analistas asiáticos y de bancos de inversión coinciden en un diagnóstico: la demanda interna china se debilita y tendría que acelerarse a través de la política fiscal. Ni siquiera –señalan– un acuerdo comercial con EE.UU. compensaría la necesidad de mayor estímulo.
LAS LUCES ÁMBAR
Un tema que tiene en alerta a los agentes económicos en el ámbito mundial e incluso a organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI) es el elevado endeudamiento de China.
Según estimados del FMI, la deuda corporativa de sectores no financieros representa 250% del PBI y crece a un ritmo superior al 100% por año. De mantener el ritmo –advierte el FMI–, en el 2024 esta deuda alcanzaría el 300% del producto chino.
Más aún, la deuda de los hogares chinos ha alcanzado niveles comparables con los de economías avanzadas. Hace 10 años, las familias debían el equivalente a 20% del PBI y ahora bordea el 60% del producto.
Las perspectivas para la economía china no son positivas. El FMI cree que el próximo año podría crecer menos de 5,8% e, incluso, muchos analistas cuestionan la credibilidad de las cifras oficiales chinas.
Las implicancias para el Perú no son menores: China compra el 32% de nuestras exportaciones y, según estimamos en la Unidad de Análisis Económico de El Comercio, por cada 1% de crecimiento que pierde el gigante asiático, el crecimiento peruano se reduce en 0,45%.
ESTRATEGIA: La búsqueda de mayor integración
En el 2013, el Gobierno Chino creó la llamada Belt and Road Initiative. Se trata de un programa que apunta a construir un mercado unificado con varios países de Asia y África.
Esta estrategia de integración consiste en otorgar préstamos a los países para el desarrollo de infraestructura de transporte, energía, agua y telecomunicaciones. Al año pasado ya habían prestado alrededor de US$100 mil millones y el FMI prevé que la cifra se duplique al 2040.
Las autoridades proyectan que se formen corredores logísticos y estarían completados en el 2049, pero la iniciativa ha sido muy criticada por potencias de Occidente, aduciendo que se trata de una estrategia de neocolonialismo del gigante asiático.