Aceptémoslo, en términos tecnológicos los humanos tendemos a ser bastante asiduos a seguir las modas. Y por eso no es de extrañar que en los últimos 20 años todo invento tecnológico sustancial para nuestras vidas haya venido acompañado por grandes estrategias de márketing. Sin embargo, por más ‘in’ que haya sido algún aparatejo, el desfase lo hace desaparecer sin pena ni gloria.
No sé si a ustedes les pasó, pero cuando era chica se consideraba hasta un símbolo de estatus tener un fax en casa. No cualquiera tenía esas máquinas que te permitían enviar una copia textual de la tarea a kilómetros de distancia. Era enredado eso de poner el papel, tanto como lo es desatracar una impresora, pero era la alternativa perfecta a lo que luego significó el correo electrónico. Cuando hice mis primeras prácticas periodísticas, las organizaciones públicas y privadas te pedían que les enviaras vía fax una carta solicitando información. Sí, había que redactar el texto en Word, imprimirlo y llevarlo hasta donde la secretaria de la redacción para que pasara el fax y luego llamara para verificar que la máquina sí tenía papel y lo recibieron conforme. ¡Todo un trámite!
UNA VIEJA HISTORIAEl fax es mucho más antiguo de lo que nos imaginamos. En 1850, un inventor inglés llamado Blakewell patentó la “copiadora de telégrafo”, la cual fue perfeccionada en 1860, cuando se diseña un aparato que envió el primer fax entre París y Lyon. Pero fue casi cien años después que se empezó a utilizar en forma masiva cuando se descubrió la utilidad que ofrecía a las empresas. Así, marcas como Panasonic comenzaron a venderlos a precios más democráticos. Antes de ponerse de moda el fax –su mejor momento estuvo entre los ochenta y los noventa– y volverse imprescindible, lo máximo que existía era el télex o teletipo. Según me contaban las secretarias mientras enviaban mis cartas, el télex era un dispositivo telegráfico de transmisión de datos que te permitía mecanografiar un mensaje y enviarlo o recibirlo en la máquina de escribir ubicada al otro lado del cable telegráfico.
Los chismes, me cuentan, circulaban por esa vía tal como hoy van y vienen en el WhatsApp, pero no llegaban tan lejos sin ayuda de varias interlocutoras entrelazadas entre sí. “¿Ya decidieron quién es el nuevo ministro?”, tipeaban en las pesadas máquinas a la espera de la valiosa y sucinta respuesta. No se podían pasar textos muy largos y es quizás por eso que el fax llamó tanto la atención al aparecer en el escenario. Cuando se descubrió la televisión se pensó que podía desaparecer la radio, pero no fue así. Llegó Internet y la radio siguió ahí, adaptándose a los nuevos canales de comunicación y poniéndose a disposición de internautas asiduos, como yo, que mientras escribo este texto oigo una emisora desde mi PC. La misma suerte, sin embargo, no la tuvo el fax, ni el módem, ni el beeper, ni muchos otros inventos que en esta década pasaron a ser objetos propios de una colección de reliquias. UN CHAT PREHISTÓRICO“Corres al primer teléfono público que encuentres ni bien recibes mi mensaje”, me advertía mi editor. El mensaje no llegaba por e-mail ni por SMS ni mucho menos por WhatsApp, sino vía beeper. De hecho, había tres cosas que no se debía olvidar cuando una practicante salía a las calles: la grabadora (sí, esas grandotas), caset de repuesto y el beeper.
Ese pequeño aliado, predecesor del chateo instantáneo tan imprescindible hoy para enterarte de todo, era el medio fundamental de comunicación y de la mal llamada “chismografía periodística”.
Era medio complicado el asunto porque para mandar el mensaje llamabas a la operadora y le dictabas las palabras tan sucintas como si se tratara de un tuit, y listo. Resultaba efectivo, pero no tenías un doble check para confirmar que el mensaje había sido recibido y leído.
Bip, sonaba, leías y actuabas. A diferencia del télex, podías recibir “el último dato calientito” en la calle. Y para responder solo bastaba tomar un teléfono público y hablar con la operadora, porque el sueldo de practicante no alcanzaba para pagar los costosos minutos vía teléfono celular.
Por aquellos años los fabricantes más importantes también lanzaron al mercado versiones portátiles del módem (dispositivos para conectarse a Internet desde la calle)y productos parecidos a las agendas electrónicas que accedían a esa señal. No funcionaron. Y no fue porque el márketing no fuera bien diseñado o porque no nos pareciera genial tener Internet en la calle. El problema era que los costos eran muy elevados y su operatividad lenta. Para el 2004 el negocio del beeper (y sus cientos de miles de usuarios) empezó a decaer gracias al creciente uso del SMS y la llegada del correo al Blackberry. Luego vino WhatsApp y destronó a todos con sus mensajes gratis y comprobó que sin márketing alguno especial, sino puro “boca a boca” y buen servicio, es posible convertirse en un producto de moda que puede valer nada menos que US$19 mil millones.