Tenía el verbo afilado y una avezada cultura. Esas son las dos características que definían al maestro Valle Degregori. Era un gran conversador y sobre todo alguien siempre dispuesto a enseñar eso que había sido la pasión de su vida: el conocimiento de la sintaxis y los secretos de nuestro idioma.
Limeño de nacimiento, seminarista salesiano y lenguaraz impenitente, más tarde su camino profesional alejado de los claustros religiosos se bifurcó por aulas de colegios, escuelas técnicas y universidades y por los senderos del periodismo especializado en lenguaje y literatura. Desde siempre se había dedicado al estudio de la lengua porque consideraba que era la actividad más esencial del ser humano.
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Llegó a El Comercio en 1978 por pedido de Alfonso Tealdo —con quien había coincidido en La Prensa anteriormente— para revolucionar el área de corrección de entonces. Quienes lo conocieron por esos años recuerdan que le decían Popov, por su parecido con el payaso ruso que visitara el Perú por los años setenta. Su risa extensiva servía para identificarlo a la distancia. En esos diálogos interminables les tomaba juramento a los despistados para jamás incurrir en la coma criminal (concepto acuñado por él), desterrar las hordas de la pobreza y la impropiedad léxicas, de la frase mal construida, la impulcra ortografía, amén de otros delitos contra la gramática española.
Versado en griego y latín por su formación salesiana y, por tanto, de la tradición literaria grecorromana, el siguiente paso para dedicarse al estudio del castellano estaba cantado. Así, se doctoró en Lengua y Literatura por la Universidad Católica, cultivó la poesía y el cuento, pero ante todo fue un maestro de los redactores bisoños y de quienes debíamos velar por la correcta escritura en las diversas secciones del Diario. El germen de su colección de Borrones —pequeños y sabrosos manuales de redacción— estuvo en sus columnas de El Comercio. Don Alfredo fue por muchos años supervisor de estilo en este Diario y hay periodistas que aún conservan sus correcciones hechas en las antiguas carillas de redacción, en las que les hacía ver sus errores y que, gracias a él, nunca más volvieron a cometer.
Su buen humor servía para enseñar la atinada concordancia, poner “la coma honesta”, el verbo preciso, la frase clara, las tildes y las grafías correctísimas. De su vena literaria disfrutamos El mito, Un pasaje para el Leteo (premio Copé de Plata 1988 de la IV Bienal de Poesía) y el conjunto de cuentos El robo de la espalda.
Pero su aporte excedió el periodismo. Valle fue un pionero y un visionario de muchos de los temas que la Real Academia Española incluyó después en su Diccionario panhispánico de dudas (2005) y en la Ortografía de la lengua española (2010): por ejemplo fue él quien dijo que los monosílabos que no tienen pareja diacrítica deben ir sin tilde: guion, guio; que los demostrativos este, ese, aquel no deben llevar tilde o que el solo adverbial y el adjetivo deben escribirse igual. Innovador y estudioso nato, marcó la pauta de los correctores, redactores, editores y de todos los que seguían sus enseñanzas en esta casa editora. En nuestra sección Control de Calidad, ya como consultor, formó discípulos incorruptibles que seguimos en la brega para honrar su memoria.
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En alguna ocasión nos contó que había visto la película china Ni uno menos (1999) de Zhang Yimou y se emocionó hasta las lágrimas al narrar las vicisitudes que una maestra sustituta de una escuela rural debía vivir para recuperar a uno de sus alumnos que había huido a la ciudad. Todos nos sentimos conmovidos porque en ese hondo sentimiento se conjugaba su esencia de maestro en diversos colegios secundarios y en universidades como San Marcos, Católica, Agraria y Ricardo Palma.
Para rendirle homenaje, la Academia Peruana de la Lengua y Ascot (gremio peruano que reúne a los profesionales de la edición y corrección de textos en español) llevaron a cabo en el 2011 el Primer Encuentro de Correctores de Textos del Perú Alfredo Valle Degregori. La cita rebasó las expectativas de sus organizadores y fue el marco perfecto para las ponencias y los apasionados debates acerca del idioma español que tanto amaba.
Y como para encender una vez más el brillo de sus ojos, doña Irene Uribe de Valle, su compañera de toda la vida, ha anunciado la reedición de los siete volúmenes de Borrones, tarea a la que se encuentra consagrada para incorporar muchas de las normas de la RAE contenidas en sus textos académicos recientes. La vida nos dice que hay Borrones y cuentas nuevas para rato. La estela del maestro Alfredo Valle seguirá iluminando nuevas generaciones.