De pequeño, vivió entre mansiones y aristócratas aburridos vestidos de negro. De grande prefirió la soledad de los cielos, desde donde creó historias, imaginó personajes y soñó con tiempos mejores gracias a un invento —el avión— que él pensaba estaba hecho para la paz, pero que en su época ya se había convertido en una mortal arma de guerra.
El recuerdo que siempre acompañó a Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944) fue ese tiempo de su infancia en la campiña francesa cuando vivió en un castillo en Saint-Maurice de Rémens, propiedad de una tía de su madre. Después de todo, pertenecía a una familia de abolengo y fue hijo de un conde, aunque jamás gozó de fortuna. En esa solemne residencia, en medio de lagos y árboles gigantescos que él miraba con terror por las noches, empezó a fantasear con un medio de locomoción que acababa de nacer (en un paraje cercano había un campo de entrenamiento) y que prometía cambiar el destino de la humanidad. Saint-Exupéry tenía 12 años cuando se subió por primera vez a un avión para no bajarse nunca más. Esa primera experiencia la describió en un esbozo de poema, del que se conservan solo tres versos: “Las alas bajo el soplo de la tarde temblaban./ Mecía el alma dormida con su canto el motor./ El sol nos rozaba con su pálido color”.
***Pero ¿quién era este hombre de un metro noventa de estatura, sonrisa tímida y manos grandes, que solía dibujar pequeños hombrecitos rubios en papeles y cartas, y que hablaba de humanismo en un tiempo convulsionado (la Europa de las dos guerras mundiales)? Digamos que su misión como piloto fue casi quijotesca y que él la supo emparentar con su vocación de escritor. Era 1919 cuando terminó el servicio militar y tres años después obtuvo su licencia de piloto civil. “No sabes, mamá, la calma, la soledad que uno encuentra a 4.000 metros de altura, a solas con el motor”, escribió en una carta de 1923.
Por aquel tiempo empiezan sus vuelos en la compañía Latécoère, que buscaba descubrir nuevas rutas aéreas para el correo, cometido que Saint-Exupéry representó mejor que nadie. Esa fue una de sus grandes gestas vitales: explorar el cielo, unir Toulouse con Dakar, cruzar los Andes y trazar la ruta de la Patagonia a París. Muchos de sus amigos pilotos murieron en esos intentos y él les rindió homenaje en libros poéticos y autobiográficos, como “Vuelo nocturno”, “Correo del sur” y “Piloto de guerra”.
Como podemos suponer, él no estuvo lejos también de perder la vida en esas noches de niebla e inmensa soledad. En menos de dos décadas sufrió nueve accidentes, tuvo una fractura de cráneo, una conmoción cerebral y se quedó perdido en el Sahara durante cinco días, sin agua ni comida.
***Existencia, obra y leyenda se confunden en la vida de Saint-Exupéry, pero detengámonos en El principito, su libro más conocido. Lo empezó a escribir en 1940, en Estados Unidos. Entonces ya sabía que el mundo avanzaba irremediablemente hacia la hecatombe, que los adultos podían ser valientes, pero también crueles y salvajes. “He hecho mal en crecer —dirá en “Piloto de guerra”—, habría sido mejor quedarme en la infancia”.
Cuando su editor neoyorquino Curtice Hitchcock le preguntó quién era el hombrecito rubio que había dibujado en una servilleta, Saint-Exupéry, sin inmutarse, le respondió: “Es el niño que llevo en el corazón”. La respuesta del editor fue reveladora: “¿Por qué no escribes la historia de ese niño?”. Así nació ese pequeño príncipe que va preguntando a los adultos si saben (o se acuerdan cómo) dibujar un cordero.
Por eso, tal vez en la que sería su última misión aérea, Saint- Exupéry quiso volver a la tierra de su infancia. Ya antes había sido reprendido por desviar su ruta para contemplar desde lo alto su viejo castillo, y esa mañana del 31 de julio de 1944 él había salido en un vuelo de reconocimiento cerca de la campiña de su niñez.
En los últimos 30 años, dos veteranos alemanes se han atribuido la responsabilidad de haber derribado su P-38 Ligthning, e incluso en el fondo del Mediterráneo se ha hallado una pulsera con su nombre, pero todos quienes hemos leído “El principito” sabemos que el piloto no murió, sino que solamente desapareció con su avión porque no aceptaba que lo hubieran convertido en una máquina de guerra.
Un año después de la ‘muerte’ de Saint- Exupéry, desde dos aviones se lanzaban sendas bombas atómicas.
Vida & Obra Antoine de Saint-Exupéry nació en Lyon el 29 de junio de 1900. Su vida como piloto lo llevó por Europa, África y América (pasó una temporada en Argentina). Sus libros más destacados son “Vuelo nocturno” (1931), “Tierra de hombres” (1939) y “El principito” (1943). Desapareció en el Mediterráneo cuando pilotaba su avión el 31 de julio de 1944.