Por Ricardo Hinjosa Lizárraga
Es de noche en las calles de São Paulo. Una noche con un movimiento inédito, infernal, clandestino, salvaje. En casas distintas dos jóvenes artistas duermen aún, y descansan el impulso vital que de día los ha llevado a liderar el tropicalismo, más que una movida musical, una de ideas, de cambios trascendentales, iconoclasta, que, además de introducir novedades sustanciales en la música popular brasileña (MPB), simpatiza con algunos movimientos de izquierda. Pero esta noche paulista, de febrero de 1969, es negra, no como las raíces sonoras que a estos jóvenes enriquece, sino como la oscura prepotencia de los militares que gobiernan Brasil, ya no con mano de hierro, sino bajo la suela de sus botas. El presidente es Artur da Costa e Silva, un conservador a quien las ideas tropicalistas hacen poca gracia y, si le mueven el cuerpo, es solo para animarlo a ordenar prohibiciones. Luego de las protestas ocasionadas por la muerte de un estudiante en actos de sublevación civil contra la desgastada autoridad militar, en 1968, Da Costa e Silva promulgó en diciembre un decreto mediante el cual cerraba el Congreso y restringía numerosas libertades de los ciudadanos. Por eso, esta noche de febrero es todo menos un carnaval para Gilberto Gil y Caetano Veloso, cabezas visibles del mencionado movimiento. Por eso, en este mismo momento, instantes antes que llegue el día, policías disfrazados de paisanos —obedeciendo órdenes militares— están atravesando brutalmente la puerta del departamento de Veloso, ubicado en la esquina de la avenida Ipiranga con São Luis. Gil también es capturado. Ambos tienen 26 años. La libertad de la música brasileña, felizmente, no sería atrapada nunca.
***Retrocedemos a 1963. Ahora estamos en la Universidad Federal de Bahía. Veloso estudia Filosofía; y Gil, Administración de Empresas. El presidente del país es João Goulart, conocido como “Jango”, aunque el verdadero rey sea Pelé, campeón del mundo dos veces consecutivas con la selección. Si bien su zurda es admirada por multitudes, la tendencia izquierdista y el socialismo de Jango no despiertan similares simpatías, sino que encienden furiosos antagonismos, cuestión que terminará desencadenando un golpe militar en 1964, luego del cual se iniciarían dos décadas de gobierno castrense que incluirán, como en casi todos los demás casos similares de la región, arrestos, torturas y la eliminación de opositores considerados comunistas. Pero en 1963 lo único que pasa por la mente de Gil y Veloso son melodías listas para cobrar vida. Una magia difícil de desentrañar aún hoy en día, más de 50 años después, cuando ya se han convertido no solo en íconos culturales de su país, sino en figuras universales. Ahí, dispuestos a seguir sus estudios superiores, los futuros artistas se hacen amigos, intercambian opiniones y lecturas, ideas, voluntades y proyectos. Aunque Veloso compuso antes su primera canción —cuando tenía apenas nueve años—, fue Gil el primero que vino al mundo: nació el 26 de junio de 1942, en Bahía, el mismo estado donde poco más de un mes después, el 7 de agosto, nacería Veloso. Mientras el pequeño Caetano fue instruido en el piano de pequeño por una amiga de su familia, Gilberto había sido motivado por su madre a estudiar el acordeón una vez terminada la primaria. El instrumento no había sido una elección casual: era el que interpretaba Luis Gonzaga, el músico favorito del futuro compositor de “Domingo no Parque”. Después, a los 17 años, ya formaba parte de una agrupación que llevaba por nombre Os Desafinados. Pero 1963 sería un año rotundamente especial: también conocería a María Bethânia —hermana de Caetano—, Gal Costa y Tom Zé, futuras voces fundamentales de la MPB, en una de esas casualidades que el arte y su constante renovación agradecen. “Tengo la impresión de que yo no estaría haciendo música”, le dijo hace poco Caetano Veloso al diario El País, acerca de la posibilidad de no haberse conocido. “Caetano para mí es el destino. Está iluminado, le gusta todo a la luz del sol, lejos del misterio, todo claro”, agregó Gilberto. Aunque lo que vino después supuso un duro camino para la expresión artística, quizá sin los futuros acontecimientos y la participación social y cultural que estos les exigieron, ninguno de ellos hubiera alcanzado la dimensión que tienen hoy en día. Porque ni uno ni otro pueden ser considerados solo cantantes o compositores. Porque si, por un lado, existe un tándem como Lennon/McCartney o Jagger/Richards; por el otro, existe la dupla Gil/Veloso, tan indisolubles el uno del otro como independientes en proyectos, criterios e historia propia. “'Tropicalia' propone una visión del Brasil muy exuberante —diría sobre ellos el cineasta Lula Buarque—. En realidad ellos no son solamente músicos, son filósofos, son pensadores, están en otro nivel de intelectualidad”. “'Tropicalia' fue significativa en la definición de una identidad brasileña, básicamente a través de la música y la poesía —explicó Gil al diario Clarín de Argentina en setiembre del año pasado—. Fue un momento importante, cuando había una cultura de la novedad, de la juventud mundial. Aprovechando esas cosas nuevas, emergentes, “Tropicalia” creó un movimiento, una intervención cultural, que acabó siendo importante para la actualización de nuestra música”. En 1968 se editaría el manifiesto artístico por excelencia de aquel movimiento: el álbum “Tropicalia ou Panis et Circensis”, un disco colectivo liderado por Gil y Veloso, con la participación de la psicodelia de Os Mutantes (banda formada por Rita Lee, Sérgio Dias, Arnaldo Baptista y Ronaldo “Dinho” Leme), Gal Costa, Tom Zé, Nara Leão, Rogério Duprat y los poetas Torquato Neto y José Carlos Capinam. En aquellos años hicieron contacto con Litto Nebbia, uno de los más grandes compositores argentinos, fundador de Los Gatos, quien compartió cartel en 1968 con Veloso, Gil y Os Mutantes. “Siempre fue muy opinador, muy intuitivo, capaz de llevar adelante sus ideas para el arte”, aseguró Nebbia sobre Gil en un documental realizado hace cuatro años por la televisión de su país. Luego, Veloso cantaría una canción que no demoraría en convertirse en himno, inspirado en una arenga de Mayo del 68: “É Proibido Proibir” (“Prohibido prohibir”), que aparece en su primer álbum solista (el anterior, “Domingo”, de 1967, lo hizo con Gal Costa). Dame un beso, amor/ Ellos nos están esperando/ coches arden en llamas/ Rompiendo las estanterías, los estantes, las estatuas, las ventanas, la vajilla, los libros…
***Ahora es julio de 1969. Los cantantes han experimentado varios meses de encierro, torturas y humillaciones. Han sido tratados como delincuentes, recluidos la primera semana en celdas mínimas y aisladas en un cuartel militar de Río de Janeiro, con mantas tan apestosas como la letrina que tenían al lado. Luego pasaron dos meses confinados en otros cuarteles y cuatro más condicionados a no abandonar Salvador de Bahía, hasta que fueron subidos a un avión rumbo a Londres. Pero antes se dieron tiempo y maña para un concierto de despedida, realizado en el teatro Castro Alves de Salvador de Bahía el 20 de julio. Así es: mientras Neil Armstrong pisaba la Luna, Gilberto y Caetano daban sus propios pequeños pasos como hombres y como humanidad, rumbo al exilio. En ese recital interpretaron “Aquele Abraço” (“Aquel abrazo”), una canción de despedida sin tristeza, una samba. Río de Janeiro es todavía hermoso/ Río de Janeiro sigue siendo/ Río de Janeiro, febrero y marzo. Esa fue la última canción grabada por Gil antes de partir a Europa, aunque ni siquiera pudo oír la grabación terminada. Salió de Brasil sin imaginarse que había dejado listo su mayor éxito… hasta entonces. Aunque para Gil la libertad y el exilio fueron motivo de cierto alivio por no tener que seguir soportando la dureza de la cárcel y por la posibilidad de acceder a los movimientos musicales que se daban en Europa, para Caetano Veloso marcó, en un principio, un tiempo de congoja y soledad. “En Londres empecé a amar el verde de los parques”, diría tiempo después, con nostalgia. Mientras todo eso les pasa a ellos, los jóvenes toman las calles, protestan —como en la célebre Marcha de los 100.000, realizada el 26 de junio de 1968—, se comprometen políticamente, intentan cambiar su sociedad desde el arte, desde las aulas, desde el asfalto. Se enfrentan a la prepotencia de las autoridades, contra dictaduras y gobiernos militares. Así, entre paletazos de colores nuevos y bombas lacrimógenas, entre disparos y sonidos de guitarra, entre conferencias de prensa de líderes mentirosos y airadas voces de protesta se movía el mundo hace casi 50 años, y Gil y Veloso eran testigos y partícipes culturales. Algunos podrán decir que la realidad era casi como la de ahora, pero no: es evidente que siempre habrá cosas por las cuales protestar, pero antes se protestaba más. Y mejor. Por esos días, Londres desconocía la pronta llegada de unos visitantes que le darían un sabor tropical a su movida roquera.
***Pero el exilio, felizmente, no fue tan crudo y desolador. Caetano y Gilberto admiraban a las más grandes bandas de rock de aquellos años y llegaron para verlas en vivo. Asistieron y participaron del Festival de la Isla de Wight, donde además pudieron disfrutar de la última gran actuación de Jimi Hendrix. También tuvieron otras ocasiones para gozar a los Rolling Stones, Led Zeppelin, Pink Floyd, The Who o Bob Dylan. Además, se volvieron locos con el ambiente jipi del primer Festival de Glastonbury. Todo en 1970. Veloso grabaría dos discos en Inglaterra, “Caetano Veloso” (1971) y “Transa” (1972); Gil compondría la banda sonora del filme “Copacabana Mon Amour” y editaría el álbum “Gilberto Gil” en 1971. Poco después, Caetano —a quien muchos llamaron el “Bob Dylan brasileño” o “el John Lennon brasileño”, términos que él mismo ha definido como “calificaciones imbéciles”— viajaría a España, donde su universo cultural se ampliaría enormemente. Llegó a visitar a su amigo, el cineasta Glauber Rocha, pero terminó conociendo a personajes como Gabriel García Márquez, con quien pasó largas horas de conversación, o Joan Manuel Serrat; además de introducirse a lecturas de Cortázar, Vargas Llosa y Cabrera Infante. Gilberto también lo acompañó en algunas de estas aventuras, que construyeron a los hombres que son hoy en día: tras dos carreras de más de 50 años, Veloso es abuelo y Gil, desde hace unos meses, bisabuelo. Pero en aquellos años, con la juventud aún viva y hambrienta, Gil contactó con músicos de otros orígenes y estilos, como Jimmy Cliff o The Wailers —tras la muerte de Bob Marley, a quien dedicó más tarde el tributo Kaya N’Gan Daya, que lo trajo a Lima en el 2002—, para enriquecer más su sonido. Londres había podido ser —un poquito— suya cuando recorrieron sus calles tratando de moldear nuevos sueños, aunque ella los había “visitado” antes del exilio: en 1968 Mick Jagger y Keith Richards habían pasado por Brasil —previo a su primera visita al Perú— y habían compuesto allí, en São Paulo, “Honky Tonk Women”. Había una influencia fuerte del rock y la psicodelia en el tropicalismo, posición que los puristas de la MPB combatían, pues negaban que las guitarras eléctricas o “lo americano” o inglés de aquella música pudiera integrarse a la bossa nova o a otros ritmos propios. Sin embargo, el grupo que tenía como abanderados a Gil, Gal Costa, Tom Zé y Caetano Veloso prevalecería en esa apertura, más allá de que su vida como colectivo no se haya extendido por muchos años. De todos modos, los caminos de Jagger y Veloso se encontrarían nuevamente: en 1983, el músico bahiano fue invitado a Nueva York para participar en una entrevista realizada al líder Stone junto al periodista brasileño Roberto Dávila. Para los más curiosos, es posible encontrarla en YouTube.
***“Yo sentía alegría por la existencia de Gil, porque era negro, porque él era él, y porque mi mamá saludaba todo eso de una forma tan directa y trascendente. Era evidentemente un gran acontecimiento la aparición de esa persona y mi mamá festejaba conmigo ese descubrimiento”, ha dicho Caetano sobre su amigo. Su mamá no era otra que Dona Canô, quien decía que quien no muere envejece. Ella, gran influencia para Caetano, se convirtió en un personaje reconocido en Bahía y falleció el 2012, a los 105 años. En 1972, ambos pudieron regresar a su país luego de su exilio y se convirtieron en los artistas fundamentales que son hoy, editando muchos de sus mejores discos. En 1976 formaron el grupo Doces bárbaros, con Gal Costa y Maria Bethânia; e hicieron varios conciertos. Han navegado por la MPB, la psicodelia, el folk, el rock, el reggae y hasta el tango. Han obtenido muchas distinciones en el mundo de la música, entre ellos varios Grammys. Han grabado con gente tan diversa como Fito Páez, Mercedes Sosa, Charly García o João Gilberto. Veloso probó con el cine y es citado como influencia de Beck, Arcade Fire, entre otros artistas. Gil participó directamente en política como ministro de Cultura del hoy cuestionado Lula da Silva, entre 2003 y 2008. Entre sus más destacadas acciones estuvo la defensa del software libre, aunque él haya confesado, sonriendo, que no sabe ni cómo prender una computadora. Para todo lo que sabe y lo que ha hecho sin ella, lo más probable es que no la necesite. Sin embargo, muchos no entendieron su intervención en política: alguna vez dijo que “la música es el mundo de los misterios, y la política, el mundo de los ministerios”. Hoy, sin embargo, ambos artistas se encuentran abocados a lo suyo, vigentes, trabajando, renovándose constantemente. “¿Cómo se imagina que vería el joven Gilberto Gil al hombre que ha construido?”, le preguntaron hace poco. “Yo creo que vería exactamente eso: un ser humano que fue viviendo su desplazamiento a través de los años —dijo él—. Con ese gusto profundo por la vida, la solidaridad con el otro, con el ser humano. Apuntando siempre a la construcción de esa visión de humanidad más civilizada y bella”. “La verdad, lo que más me inspira para escribir canciones son otras canciones. Sí. La idea y la belleza de su existencia y el hecho de que siempre me haya gustado la música. Esto es lo que más lo lleva a uno a escribir canciones”, aseguró Caetano Veloso a La Nación de Argentina el 2012. Hoy, a sus casi 74 años, Veloso recuerda que de joven leía y hablaba mucho con sus compañeros sobre poetas como Drummond, Vinicius de Moraes, Fernando Pessoa, Lorca, pero reconoce que hoy los jóvenes casi no leen poesía. Confiesa que le gusta más cantar que componer y que no se tiene fe ni como cantante ni como músico. También que le hubiera gustado concebir canciones tan distintas como “I Get a Kick Out of You”, de Cole Porter, “Volver”, de Gardel y Le Pera, o “Come as You Are” de Nirvana. De sus canciones, cree que la más resistente al tiempo es “Corazón vagabundo”. “¿Qué cosas le sorprenden para bien a su edad?”, le preguntaron en la misma entrevista. “Vivir en carne propia la sensación del tiempo. La capacidad de esperar. Y la de saber resignarme a frustraciones que, aprendí, en general son pasajeras y pueden ser superadas”, aseguró, al tiempo que confesaba que lo que podríamos decir a favor de su obra es que es “perdonable”. Para entender cabalmente quién es Caetano Veloso habría que regresar a los años en que aún usaba el pelo largo y desordenado y le hicieron la pregunta trascendental en un programa de TV: “Para usted, ¿quién es Caetano Veloso?”. Simple: “Soy yo”, respondió risueño. “As Camélias do Quilombo do Leblon” es una de las últimas composiciones conjuntas de estos hombres con más de 50 años de carrera cada uno. “Un siglo de música”, como bien dicen en su gira actual, la que los trae a Lima el próximo el jueves 7 de abril. No se los pierdan. Su alma se los agradecerá.