“Hombre irracional” es la película número 45 de Woody Allen como director. Recordemos que su debut tras las cámaras, con “Robó, huyó y lo pescaron”, se remonta a 1969. Estos números lo convierten en uno de los autores más prolíficos de todos los tiempos. A diferencia de los pioneros de Hollywood —como John Ford o Allan Dwan, obligados por contrato a rodar sin parar—, Allen solo ha dirigido las películas que ha querido, siempre ha tenido el control total y, lo más asombroso, ha sido el guionista de cada una de ellas. Como bien dijo Martin Scorsese: “No todos tienen el poder de permanencia, no todos tienen la tenacidad, y no todos tienen tanto que decir de la vida constantemente”.
***El cineasta neoyorquino cumplió 80 años el pasado diciembre y es improbable que tenga planes de jubilarse. Para este 2016 tiene dos proyectos a punto de estrenar: un nuevo largometraje aún sin título (Jesse Eisenberg y Steve Carell están en el reparto), y su serie televisiva, financiada por Amazon Studios (de la que nada se conoce). Según ha confesado Allen, el motivo por el que hace tantas películas es pura teoría cuantitativa: a mayor cantidad, mayor probabilidad de que alguna de ellas salga bien. Esta declaración puede resultar desconcertante viniendo del creador de “Annie Hall” y “Manhattan”, pero si hay un artista que no se ha creído el cuento de ser un genio es justamente Woody. Los cinéfilos que lamentan su elección de ser tan productivo —mermando inevitablemente la calidad de su filmografía— deberían considerar que sin “A Roma con amor” no habría “Blue Jasmine”; que sin “Whatever Works” no habría “Medianoche en París”. Es una sola gran obra. ¿Cómo ha hecho este hombre de apariencia quebradiza para sacar adelante 45 películas? Deben ser muchas las explicaciones, pero hay tres claves fundamentales: infinidad de ideas, disciplina de trabajo, capacidad de adaptación. Analicemos cada una de ellas. Se ha dicho que Woody Allen saca sus historias de la vida misma, incluso se ha querido ver algunas de ellas como piezas autobiográficas (el caso más citado es “Maridos y esposas”). Otros reconocen su inspiración en el trabajo de terceros: cineastas, escritores, músicos e incluso filósofos han alimentado sus películas. Lo que diría Woody Allen es que todas ellas salen de una bolsa de papel marrón. Un documental del 2011 ratificó la leyenda: en una de las gavetas de su habitación, Allen guarda su bolsa de las ideas. “Hannah y sus hermanas” o “Balas sobre Broadway” empezaron de la misma manera: como apuntes o garabatos escritos en papeles y servilletas de hoteles. Cuando Woody va a hacer una película, acude a su bolsa salvadora, se detiene en algunas de estas notas y le da vueltas hasta que decide proseguir o no con ella. “La rosa púrpura del Cairo”, por ejemplo, nació de esta simple idea: “Un personaje sale de la pantalla. ¿Qué puede suceder después?”. Y “Match Point”: “Un asesinato en el que alguien mata a una persona y al vecino de al lado para despistar a la Policía”. Lo cierto es que la bolsita de las ideas tiene suficiente material como para tener ocupados por años al departamento de guionistas de cualquier estudio. Tener imaginación es solo el punto de partida. Sin disciplina, las películas solo existirían en la cabeza del director. En esto Woody Allen tiene ventaja ya que su experiencia como escritor de chistes para comediantes (muy al inicio de su carrera) lo curtió de agilidad mental, lo obligó a ser rápido y efectivo. Como le ocurre a todo escritor, la amenaza del bloqueo creativo siempre está presente, pero él cuenta con sus propios recursos para combatirlo, desde largas caminatas hasta duchazos relajantes. Otra de sus estrategias es leer los diálogos en voz alta y buscar la opinión de los amigos. El objetivo es no dejar de pensar en la historia que se está construyendo y que lentamente va tomando forma. También ayuda contar con todo un sistema de trabajo al que está perfectamente habituado. Pueden ser manías y excentricidades, pero facilitan la vida del artista. Woody Allen escribe sus guiones a mano, los reescribe a máquina (la misma de toda la vida), y no vuelve a leerlo. Cuando llega al rodaje, recién se entera de lo que filmará ese día. Los actores solo conocen sus diálogos y los productores tienen una idea vaga del argumento.
***Por más talento que se tenga, hacer una carrera en el mundo del cine exige adaptarse a las condiciones de producción. Aunque haya experimentado con distintos estilos y géneros (allí están “Recuerdos”, “Sombras y niebla”, “Everyone Says I Love You”), una característica suya es la simplicidad de la puesta en escena. Ser un director económico, acostumbrado a los bajos presupuestos, y tener a cualquier estrella dispuesta a filmar con él (cobrando muy por debajo de sus salarios acostumbrados) le ha permitido sobrevivir en la industria. Su pragmatismo lo llevó a abandonar el proyecto “American Blues”, donde pretendía contar los orígenes del jazz en EE.UU. Es la única película que el autor de “Crímenes y pecados” dejará sin realizar debido a que le tomaría demasiado tiempo y dinero. Allen es el último en ver esto como una tragedia; seguirá desarrollando ideas y las filmará lo mejor que pueda, persiguiendo esa gran película que —según él— lo ha eludido toda la vida.
[Claudio Cordero es crítico cinematográfico. Conduce el podcast “Cinencuentro” y codirige la revista Godard!]