Por Alfredo Villar
Los años 90 fueron de euforias y desengaños; del extremismo senderista y la hiperinflación se pasó a un delirio neoliberal que se instalaba como una nueva razón de ser nacional: todo se podía vender y comprar. Desde el Estado, este dogma se convirtió en el pretexto perfecto para corrupciones y represiones. El eterno mal republicano retornaba con las peores prácticas delincuenciales y violaciones a los derechos humanos siniestramente planeadas y elaboradas desde el poder. En medio de ese caos moral y político, empezaron a surgir nuevos discursos que cambiarían las artes plásticas peruanas, y, entre estos, encontramos el de Elena Tejada-Herrera, una artista cuyas explosivas perfomances a finales de la dictadura fujimorista fueron el mejor ejemplo de que a veces lo más iluminador y provocador también puede nacer en los momentos más oscuros y dolorosos.
La primera acción de Elena es legendaria, pues marca un antes y un después en el arte de la perfomance en el Perú. Señorita de buena presencia buscando empleo fue realizada en 1997 como una irrupción en el marco de la I Bienal Iberoamericana de Lima. Tejada-Herrera había asistido como “espectadora” a una mesa redonda de críticos y curadores internacionales de la Bienal en el MALI. Cuando la mesa dio paso a la ronda de preguntas, la artista se quitó el traje que la cubría y se mostró completamente envuelta con las páginas de los avisos clasificados de varios periódicos. Su extraño ropaje dejaba libre la zona del pubis y las nalgas, y con este provocador atavío se acercó a la mesa de los panelistas repartiendo volantes y pidiendo dinero con una bolsa verde en la que había pintado el signo del dólar.
Después de haber repartido los volantes y agitado su bolsa de mendiga desocupada sin casi respuesta (solo el primer panelista con una sonrisa cómplice le entregaría un billete), se puso a marcar con resaltador amarillo los anuncios sobre su cuerpo mientras anunciaba en voz alta: “¡Ellos traen dólares!”. La reacción general fue de desconcierto, tanto del público como de los conferencistas. En el momento en que la policía de seguridad la sujetó para retirarla, ella se puso a miccionar como una manera de protesta y resistencia al apresamiento. Con pocos pero efectivos gestos, la artista pudo intervenir un espacio, causar un shock emocional en un desconcertado público y a la vez cuestionar toda la institución del arte, la discriminación femenina y la precariedad del empleo en el Perú.
“Esa performance —cuenta ella misma— se realizó primero en Yuyachkani; pero, cuando hicieron la bienal, yo pensé que era el espacio ideal, ya que ahí no iba a hacer una acción de invitada sino de transgresora. Recuerdo que para la bienal se usaba la frase ‘vuelve al centro’, que a mí me parecía muy absurda porque el centro ya estaba lleno de gente, pero también me parecía muy violenta, ya que del mismo centro se estaba desplazando a mucha gente como si se estuviera realizando una ‘limpieza’. Para mí esta performance habla de la condición socioeconómica del limeño y la limeña, del migrante, del habitante de una ciudad donde la precariedad es el escenario principal para esta cosa glamorosa de la bienal y todo esto en medio de un contexto donde se vendían las empresas públicas y las grandes corporaciones empezaban a interesarse por el arte”.
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El propio organizador de la bienal, Luis Lama, quien tuvo un accidente aquel día y no pudo presenciarla directamente, sostiene que esa acción ha sido la mejor que ha realizado Elena. Otro crítico, Gustavo Buntinx, ensalza sobre todo la siguiente perfomance de la artista, la inquietante y sutilmente atrevida Recuerdo, que se realizó en la Universidad San Marcos, que entonces se encontraba intervenida militarmente.
Ese espacio fue contraintervenido por ella, quien comenzó su acción pintando unos círculos rojos y blancos, que adquirían una apariencia ambigua, ya que remitían tanto a la escarapela peruana como a los círculos que se usan para las prácticas de tiro. Se anunciaba, así, una relación entre el patriotismo y la violencia policial y militar del Estado en una época cuando todos podíamos ser un blanco de su vigilancia y represión. Este sentido de la perfomance se veía incrementado cuando ella, envuelta como un cadáver en bolsas negras, se arrastraba por el suelo mientras recitaba el nombre de los estudiantes asesinados de la Cantuta.
La desolación que provocó con este acto contrasta con las reacciones que obtuvo con el siguiente proyecto de Elena, colorido y carnavalesco: Bomba y la Bataclana en la danza del vientre. La acción fue realizada en un local under del Centro de Lima, el ahora extinto El Averno. Ella invitó al público transeúnte de la calle Quilca a entrar al espacio en el que ella, vestida como una vedette callejera o de circo pobre, danzaba al lado de Bomba, un artista callejero que realizaba cotidianamente, para ganarse la vida, un “baile performático” travistiéndose de mujer con globos que simulaban gigantescos senos y nalgas. Ambos personajes hicieron un show musical/circense entre grotesco e hilarante que incluyó la laceración de las prótesis de senos por parte de ella. El video de esta acción, en la que se unían cultura popular, desparpajo y sentido del humor, le dio a Tejada-Herrera el primer premio del concurso Pasaporte para un Artista, que incluía un viaje y residencia en Francia.
A partir del nuevo milenio, comenzaría con nuevas perfomances y registros de acciones cada vez más queer, en las que comienza a cuestionar los límites de la sexualidad masculina y femenina por igual. Ya sea registrando y distorsionando mediante el video la masturbación masculina como en Man in Paris, colocándose pilosidades en el pecho y la cara en Chicachico, o ella misma desnudándose y registrando con una cámara a un público voyeur e intimidado a la vez en La manera en que decenas de personas miran a una mujer desnuda. La idea de la artista era aludir a la cultura mediática de la intrusión (que en aquellos años llegaba hasta a la política) y cuestionar sobre todo la “economía de la mirada dominante masculina”, que ha sido una constante también en la historia del arte.
Poco después de estas performances, el año 2001, ganó una beca para una escuela de arte en Estados Unidos. La artista iniciaría así una nueva etapa en la que realzaría su condición nómade y migrante, además de introducirse en los nuevos medios que hibridizaron aún más sus registros, ya sea con los efectos chirriantes del formato digital, usando programas de internet, realizando video collage, traducciones simultáneas por Skype, llamadas teléfonicas, etc. Una obra que ahora juega con lo tecnológico, en la que continúa presente el desborde de los colores, los materiales pobres y domésticos y la intrusión festiva en medio de lo cotidiano.
El 2016 se realizó, en el espacio del Proyecto AMIL, la primera exhibición antológica de Elena Tejada-Herrera, Videos de esta mujer: registro de perfomance 1997-2010, en la que se hicieron cuartos de proyección para la obra de la artista, pero también se dictó un taller y se presentó una nueva performance interactiva llamada Animales de papel. En esta acción, el público construía con papeles el animal de su elección para después interactuar con un video que también había sido elegido por el participante que podía indistintamente ser niño, adolescente o adulto. Esta perfomance, como las demás, está registrada en el nuevo libro que lleva el nombre de la exposición y que es también un híbrido entre el video, la tecnología barata y el diseño de vanguardia (realizado por la propia artista en colaboración con VM& Estudio Gráfico).
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“Es un libro conceptual porque tiene una estética que se relaciona con un contenido feminista y, hasta en cierto sentido, queer. Yo quería que el diseño también saliera de los formatos tradicionales, que confluyeran las imágenes y los textos, que no estuvieran divorciados”, comenta. Pero lo más interesante y lo más complejo del libro es el cómo se ha conciliado con la estética del videoarte y la perfomance. La idea salió conversando con la curadora de la exposición y editora, Florencia Portocarrero; fue así que decidieron presentar muchas imágenes en secuencia de las acciones a modo de película de cine, usando, a la vez, en el diseño los materiales que estuvieron en ellas. “En el diseño se invade el espacio. Los fondos, por ejemplo, usan elementos de las intervenciones, siempre con colores que comunicarán la alegría de vivir, encontrados muchas veces en materiales domésticos, de objetos comprados a dólar, tonalidades estridentes y chillantes; es decir, todo aquello que se aleja del mundo más esterilizado del mercado del arte”.
Elena Tejada-Herrera vive ahora entre Florida (donde, además, se dedica a la docencia de arte) y el Perú. Sigue siendo, a pesar de la larga cadena de becas, premios y reconocimientos que sus acciones han recibido, una artista en los márgenes. Y quizás esa sea la vocación verdadera de Elena, estar siempre en paralelo al sistema del arte, creando con muy pocos elementos pero con mucha actitud una estética que rompe barreras y prejuicios, que no tiene miedo a la mezcla, al mal gusto, al sexo gozoso, al sentido del humor, realizando un arte feminista y militante pero sin dogmas y siempre inclasificable. ¿La mejor performer que ha dado el Perú? La propia Elena Tejada-Herrera se encarga de aclararnos: “No soy artista de perfomance. Soy artista simplemente”.