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Porque yo creo en ti, mantengamos la calma y la cabeza fría. Las etapas por las que transita la naturaleza del hincha peruano son análogas a aquellas que caracterizan los períodos de la borrachera peruana. A saber:
a) Cántate algo
b) Yo te estimo
c) La conchetumare
Pero atención, este violento discurrir futbolístico de la más melodiosa empatía hacia una animadversión de alcances intrauterinos tiene un origen y un estímulo. No son lo mismo.
La fuente de su feroz bipolaridad (1) reside en lo que diversas cantinas han convenido en denominar la gitanería del fútbol peruano. Esta no es sino una nomenclatura genérica para intentar asir por medio del lenguaje lo impredecible de su desempeño. Que en estos momentos es aun más sorprendente ante la revelación de un capitán humilde, goleador y quechuahablante asistido, y la redención atlética de un lateral que doblega la primitiva burla racial (2) . El engañoso relativismo del sí se puede reaparece empoderado de manos de un entrenador que confirma que lo interesante no necesariamente se anuncia en la apariencia. (3)
La gitanería peruana, que en su peor acepción supone una intermitencia de lo aceptable y el cultivo de zalamerías improductivas que engolosinan a la tribuna, tiene vigas maestras que la sustentan. Dos de ellas consustanciales al balompié inca —y contra las que lucha el susodicho Gareca— son el pase hacia atrás (aquel que en un gesto de caballerosidad interrumpe una ofensiva propia para darle un respiro al adversario) y la jugada de más (la misma que arruina una oportunidad de gol ante la sobrestimación del entendimiento cabal de los parámetros determinados por la geometría del espacio). Sobre estos cimientos reposa el origen de la histórica ambivalencia emocional de la afición.
Pero es un estímulo adicional lo que alimenta la predisposición al espejismo sobre el césped, que por defecto glorifica el triunfo moral. Esta expansión gaseosa de la realidad es lo que la tribuna identifica como humo.
Este humo resulta de la combustión de expectativas con el aditivo inflamable de lo matemáticamente posible. Al ser un producto térmico tiende inicialmente a elevarse, hasta que la presión atmosférica —léase realidad— lo disuelve y regresa a tierra reducido a su componente real. Hollín. Una capa de ceniza, mitad resaca mitad culpa del árbitro, que tiñe de desazón el día siguiente de una derrota.
Fácil sería levantar el dedo acusador contra el humo y sus obreros que, entiéndase bien, no son solo la prensa deportiva. Si bien los colegas a la vera de la cancha tienen la tarea puntual de canalizar y difundir ese humo de manera profesional y articulada, de humo vivimos todos. El hincha de a pie y el entrenador de salón. En la senda imaginaria que conduce a la gloria pública y satisfacción privada cada quien calienta el aire a su mejor saber y entender. El humo es la ilusión en estado gaseoso. (4)
Respire hondo. respire humo. La asfixia por inhalación de emanaciones tiene su lado amable. Tras las primeras molestias del colapso vital —falta de aliento, confusión mental— eventualmente se pierde el conocimiento. Ahogarse en humo supone un final indoloro. La aflicción desaparece en un manto dulce que se llama plenitud, también con P de patria.
(1) Péndulo demostrado en la transición típica de “Borrachos de siempre” a “Guerreros indómitos”.(2) Léase: https://tinyurl.com/odn38l(3) Si Laura Bozzo y Steven Tyler (Aerosmith) tuvieran un hijo no solo habría que denunciarlos, sino que sería igualito a Gareca.(4) “La democracia no se come”, frase predilecta del general Manuel Apolinario Odría, presidente del Perú y artífice del coloso de José Díaz, el Estadio Nacional.