Si hacemos una lista de las películas feministas más icónicas, es muy probable que la primera que venga a nuestra mente sea “Thelma y Louise”. A 25 años de su estreno, ninguna otra producción de Hollywood ha podido arrebatarle ese título. Por supuesto se han filmado historias estupendas sobre mujeres que luchan por cumplir sus sueños en un mundo gobernado por hombres; incluso algunas de ellas han sido contadas por mujeres directoras. Sin embargo, para que una película supere con creces la prueba del tiempo, debe haber algo más poderoso que su contenido ideológico. Es significativo que para la mujer que escribió “Thelma y Louise” —Callie Khouri, ganadora del Óscar por este trabajo—, nunca se trató de hacer una película de mensaje, sino de contar una experiencia de vida. Definitivamente, eso es lo que capturó Ridley Scott: la conexión espiritual entre dos mujeres que, por juegos del destino, se convierten en fugitivas de la ley, y descubren juntas el sentido de sus existencias. El desenlace es particularmente memorable, y aunque pueda parecer trágico, es consecuente con el camino que escogieron. Más que llorar a los entrañables personajes encarnados por Geena Davis y Susan Sarandon, hay que celebrarlas por abrazar su libertad hasta el final. Lo genial de este filme es que su motor no es la venganza de género; aquí lo excitante es el sentimiento de aventura. Hoy es difícil que un estudio quiera financiar una declaración tan abierta de amor y locura. Más que el feminismo, lo que le aterra a Hollywood es la subversión contra el poder.
* * *Este aniversario sirve para revalorar el papel de la mujer en la industria del cine. La historia se remonta a los pioneros, cuando la francesa Alice Guy-Blaché dejó de trabajar como secretaria del productor Léon Gaumont para comandar su flota de realizadores. Esto ocurría en 1896, antes de que Georges Méliès ruede cualquier cosa. Guy-Blaché se retiró en 1920, tras dirigir más de mil películas, 22 de ellas largometrajes. Su nombre se mantuvo por décadas en el olvido, pese a su gran aporte al desarrollo del medio. Al otro lado del Atlántico, su colega norteamericana Lois Weber corrió similar fortuna. En el punto más álgido de su carrera, solo podía compararse a D. W. Griffith en términos de reconocimientos y logros artísticos. En 1916 fue la directora mejor cotizada de la industria, y un año después fundó su propio estudio. Su especialidad fueron los temas controversiales: el aborto y el control de la natalidad, la prostitución, la pena de muerte, el alcoholismo y la drogadicción. También es responsable del primer desnudo frontal femenino (“Hypocrites”, 1915). Desgraciadamente, casi no aparece nada de ellas en los libros de historia. Tampoco se ha dado justo reconocimiento a las primeras guionistas, o a todas aquellas editoras que dieron la forma definitiva a varias películas hoy consideradas clásicas. Dado el contexto, no debe sorprender que la primera estrella de cine (Florence Lawrence) haya sido una mujer. Nos referimos a “Thelma y Louise” como la cinta feminista más reconocida en el imaginario popular, algo que se debe tanto a méritos propios como a nuestro desconocimiento de otras propuestas fuera de Hollywood. Remontando esa valla cultural, descubriremos que en varios rincones del mundo la situación de la mujer sigue en pie de lucha. Mientras más machista e intolerante la sociedad que retrata, más urgente la necesidad de expresarse artísticamente. Lo vemos ocurrir en países de importante tradición cinematográfica, como la India e Irán, donde, a pesar de las desigualdades, el universo femenino ha sido tratado con profunda sensibilidad y espíritu de reivindicación. El caso de Irán es especial ya que pocos países en Occidente —ni qué decir en el mundo musulmán— pueden jactarse de una filmografía tan completa alrededor de la mujer. Recordemos “Leila” (1996), de Dariush Mehrjui; “Ten” (2002), de Abbas Kiarostami; y “Kandahar” (2001), de Mohsen Makhmalbaf; pero sobre todo las películas de Jafar Panahi, “El círculo” (2000) y “Offside” (2005), testimonios de la opresión religiosa, protagonizadas enteramente por actrices. Algo también notable de Irán es la cantidad de mujeres directoras comprometidas con la causa, desde la histórica Rakhshan Bani-E’temad hasta las contemporáneas Samira Makhmalbaf y Marjane Satrapi, creadora de “Persépolis” (2007). En cuanto a la India, uno de los países más afectados por la violencia contra la mujer, no todo han sido melodramas musicales. En clásicos de Satyajit Ray como “La diosa” (1960), “La gran ciudad” (1963) y “Charulata” (1964) hallamos manifiestos feministas adelantados a su época. Pero si se trata de denunciar las condiciones de la mujer en toda su brutalidad, mejor empezar con “La reina de los bandidos” (Shekhar Kapur, 1994) y “Matrubhoomi: A Nation Without Women” (Manish Jha, 2003). Las mujeres directoras también han tenido mucho que decir sobre el patriarcado hindú; destacan Aparna Sen (“Sati”, 1989) y Deepa Mehta (“Fuego”, 1996). Finalizamos con una mención al Perú, donde la perspectiva femenina conquista gradualmente nuevos espacios. Esto es evidente en los trabajos de directoras como Rosario García Montero, Enrica Pérez y, sobre todo, Claudia Llosa. Uno de los filmes más esperados del año es “Rosa Chumbe”, debut de Jonatan Relayze, uno de los pocos directores locales que ha sabido atender un reclamo callado pero justo de representar cabalmente a la mujer peruana.