Por cada humano existen 200 millones de insectos. Se estima que representan el 90 % de las formas de vida, con presencia en todos los ecosistemas, comprendiendo algunas especies adaptadas a las condiciones del mar. No solo es el grupo más diverso, con diez millones de variedades aún por describir, sino el más abundante, con un millón de cuatrillones de individuos. Proyectada la población global en nueve mil millones de personas hacia el 2050, los recursos se convertirán en uno de los problemas más serios. Hoy, cuando los océanos están a punto de colapsar y se identifica la ganadería como una de las principales causas de la deforestación de áreas naturales y del calentamiento por contaminación de metano, la industria alimentaria requiere un giro hacia la sostenibilidad. Todo indica que la solución se arrastra bajo nuestros pies.
La entomofagia ha dejado de ser un exotismo cultural, como comer suris amazónicos, grillos fritos de China o saltamontes —chapulines— en los mercados de México. De cambiar su reputación, el consumo de insectos sería una de las principales soluciones a la desnutrición, cuando 800 millones de personas sufren de hambre hoy.
Sonará repugnante, pero estamos ante una cantera inagotable. El polvo de insectos ya se ve como alternativa de la harina, y la leche de cucaracha, como la superfood del futuro debido a su alto valor proteínico. Pero los insectos no serán comida de pobres. La compañía suiza Coop ya empezó a producir hamburguesas a base de gusanos, que, según un estudio de mercado, ganaría aceptación de ser vendida como producto de lujo. En Bugible, la cuenta de Instagram de la exalumna de Yale Aly Moore, se pueden conocer algunas recetas.
—La guerra invisible—Lo que pareciera un milagro también puede transformarse en una pesadilla. Lo confirma un titular de The Washington Post del 4 de octubre: “El Pentágono estudia un ejército de insectos para defender cultivos. Los críticos temen un arma biológica”. Propia de una novela de Ray Bradbury, la potencial amenaza viene gestándose al interior de la Darpa, Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa, responsable de desarrollar la tecnología militar de los Estados Unidos.
Fundada en 1959 bajo la autorización de Eisenhower, la Darpa tuvo como propósito inicial la detección de pruebas nucleares y la defensa espacial en tiempos de la Guerra Fría. Hoy, en un panorama de cambio climático y de mayor demanda de recursos, que avizora un planeta contaminado y sobrepoblado, presenta el nuevo programa de seguridad nacional bautizado como Insect Allies. Frente a las amenazas naturales o inducidas que sufre el sistema de cultivos, la agencia busca mitigar el impacto introduciendo virus genéticamente modificados en los alimentos. Bichos como las moscas blancas o los áfidos representan la vía más rápida para su dispersión en los campos.
Con este nuevo capítulo en la ingeniería transgénica, ya acostumbrada a la radiación de células embrionarias para la mutación de genomas vegetales, la agricultura tradicional parece hallarse al filo de la extinción. Esta nueva iniciativa, a la que el gobierno de EE. UU. ha destinado cuatro años y 47 millones de dólares, permitiría que la industria agrónoma se adapte con mayor flexibilidad a cambios drásticos, sean plagas o sequías. Un granjero ya no compraría pesticidas, sino insectos que garanticen la resistencia de su huerto. Pero, tras su anuncio, varios expertos han levantado las cejas. ¿Qué hace una agencia militar entrometiéndose en la seguridad alimenticia?
Entre líneas, Insect Allies cuenta con todo lo necesario para diseñar una tecnología de extraordinaria eficiencia en una guerra biológica. La biología evolutiva ha advertido el peligro que representa para la seguridad global, en el escenario —muy plausible— de que insectos portadores de virus sintéticos sean imposibles de controlar. Otro factor, señalado por la revista Wired, es cuán inviable resulta el uso de insectos para el control de la edición genética: “Varios países, sobre todo en la Unión Europea, cuentan con leyes estrictas para su regulación. ¿Cómo se manejaría un campo de maíz que contenga algunas plantas modificadas, otras que no, y otras alteradas de manera desconocida?”.
La Darpa se escuda en su eficiencia, pues un pulgón logró inocular una planta de maíz con un gen fluorescente. “El choclo brilló”, confirma The Washington Post. También en sus protocolos de seguridad, con pruebas efectuadas en invernaderos impermeables, y con insectos incapaces de reproducirse o de sobrevivir más de dos semanas. Pero la comunidad científica ya pronostica los usos hostiles de la misión, señalada como una violación al Acuerdo de Armas Biológicas suscrito por 180 Estados ante la ONU.
Los insectos portadores de virus bien podrían esparcirse en tierras enemigas, desencadenando consecuencias funestas en la economía o la salubridad. Abriría una puerta a la competencia desleal en la cadena de abastecimiento. Y con ello también nacería un arma imperceptible de la que podría beneficiarse el terrorismo.
Parece que no hemos aprendido del sentido de orden y armonía que exhiben las colonias de abejas u hormigas. Lo confirman estos dos contextos que se contradicen, y por el cual la ética respecto al trato de los insectos ya empieza a ser motivo de debate. Para los derechos animales, ¿cuál será la escala?
PARA COMER
¿Arma biológica?El proyecto Insect Allies, liderado por científicos de la Universidad de Pensilvania, ha comenzado a ser visto con recelo por científicos de la Comunidad Europea, como reveló esta semana la revista Science. Temen su posterior uso como arma biológica.
Comer insectosContra lo que se cree, la ingesta de insectos y arácnidos es un hábito muy extendido en el mundo contemporáneo. Se cree que 2.000 millones de personas los consumen. La FAO hace cinco años recomendó comer insectos para combatir el hambre en el mundo.
Los surisEste es el nombre que se le da en Iquitos a un gusano que se reproduce en tallos de árboles del aguaje y el palmito. En el mercado de Belén se comen fritos o a la parrilla.