Cuando en 1981 le otorgaron las Palmas Magisteriales en el grado de Amauta ya era una leyenda de las ciencias sociales peruanas. Había cumplido 90 años y su vida había transcurrido entre las pulidas piedras cusqueñas y la tempestad de las ideas, esas tesis que comenzó a definir desde muy joven, entre 1910 y 1930, y que lo llevaron a encabezar uno de los movimientos regionales más importantes del siglo XX peruano. Movimiento que fue calificado de indigenista porque ponía énfasis en el presente de esas muchedumbres de indios que habitaban la banda oriental de la cordillera —como diría su maestro González Prada—, y que vivían en condiciones de inferioridad y pobreza en un momento en que el país trataba de abrirse hacia la modernidad. Esa es la realidad que conoció Luis E. Valcárcel (1891-1987). Llegó al Cusco, procedente de Ilo, antes de cumplir el primer año de edad. Y lo que vio fue una pequeña ciudad marcada por grandes contrastes. No había agua potable ni energía eléctrica ni vías de comunicación. Sus caminos empedrados eran recorridos por oscuras acequias y la mitad de su población era analfabeta. En la calle Marqués, su padre abrió un negocio de vinos, aguardientes y artículos importados, que con el tiempo cobró notoriedad. Como narra en sus “Memorias”, Valcárcel recuerda que su padre repartía cada sábado raciones de pan, queso y aceitunas entre los mendigos y pobres del Cusco. “Gestos como esos —escribió— fueron formando mis sentimientos, el interés de mi padre por quienes todos consideraban gentes de mínimo aprecio, fue mi primera lección de indigenismo”.
***Entre 1905 y 1915 una serie de sucesos redefinirían la cotidianidad cusqueña: la llegada del ferrocarril, el descubrimiento de Machu Picchu y la reforma universitaria, que transformó la anquilosada Universidad San Antonio Abad en un epicentro de debates y movimientos sociales y artísticos. En el vértice de todo ello estaba una generación formada por Valcárcel, Uriel García, los hermanos Félix y José Gabriel Cosio, entre otros jóvenes intelectuales que, motivados por el auge de la arqueología, se propusieron investigar el pasado prehispánico pero sin perder de vista al indígena del siglo XX, aquel que sufría la opresión de gamonales y hacendados. Sus viajes por las comunidades, su indagación en las fuentes orales y en las crónicas llevarían a Valcárcel a la etnohistoria. Por esos años escribió un libro que marcaría un hito en el pensamiento peruano: “Tempestad en los Andes” (1927). Su título estaba imbuido de ese aliento telúrico que alentó el indigenismo, y que fue una suerte de vaticinio de épocas nuevas, de resurgimientos milenaristas, con frases alegóricas como estas: “Pero un día bajarán los hombres andinos como huestes tamerlánicas. Los bárbaros —para este Bajo Imperio— están al otro lado de la cordillera” u “Hombres de piedra de este tiempo, despertemos”. Dos décadas después de su publicación, su autor dirá con entusiasmo que si bien no se produjo aquella tempestad, con rayos y truenos, sí habían caído sobre Lima “más de un millón de personas […] un ejército invasor, sin armas. La tempestad ahora anda por dentro”.
***“Mi abuelo era un roble”, dice Fernando Brugué Valcárcel en la sala de su casa, en San Isidro. Aparte de fotografías familiares, grabados de Sabogal y diversos objetos, él guarda buena parte de la biblioteca de su abuelo, con libros autografiados por Riva Agüero, Palma, Mariátegui y Vargas Llosa. Brugué heredó este patrimonio de su madre Margot, la hija menor del intelectual, y sueña con crear un instituto que honre la memoria de su ilustre pariente. “Era muy disciplinado. Se levantaba temprano, revisaba el periódico y leía. Por las tardes recibía a algún discípulo de San Marcos, donde fue profesor por más de 30 años”, comenta. “Yo sabía que era alguien importante pero solo después, investigando su obra, he descubierto la trascendencia de su pensamiento, que debe ser conocido por las nuevas generaciones de peruanos”. En esa línea, Brugué acaba de presentar los tres tomos de “Historia del Perú antiguo”, más de 1.900 páginas que resumen la vida intelectual de su abuelo. Un trabajo que nos acerca a sus fuentes de investigación —su estudio comparado de los cronistas—, las cuales le permiten reconstruir la sociedad inca, su economía, la política, la religión, la magia y el arte.
***El arqueólogo Luis Lumbreras fue ayudante de cátedra de Valcárcel en los años sesenta y en la presentación de “Historia del Perú” antiguo destaca su apuesta por la historia integral. “No se quedó en la típica división del Perú antiguo y contemporáneo, sino que ligó ambos tiempos”, explica. Por eso afirma que su obra no se puede encasillar solo en el indigenismo: “Debemos entenderla mejor a partir de la singularidad. Él tomó de sus lecturas alemanas el concepto de paideuma para decirnos que existía un alma colectiva que desde tiempos remotos se mantenía viva hasta el presente”. Un concepto que probablemente también le hayan transmitido esas piedras incas que lo asombraron en su niñez y juventud, y que dejaron en su memoria el legado de lo permanente.Título: Historia del Perú antiguo (tres tomos)Autor: Luis E. ValcárcelEditorial: Ediciones Copé - PetroperúPáginas:1.924