A una sociedad se la juzga por la manera en que trata a sus niños, ancianos y enfermos. Y además, a sus animales. Por eso es que al Perú se viene a comer y a conocer las ruinas de su mejor momento antes que a deslumbrarse por las posibilidades del civismo en común. Cruzar una calle puede ser un ejercicio terminal, pero la gastronomía es una maravilla.
La aprobada ley contra el maltrato a los animales ha sido un paréntesis esperanzador en ese proceso de deterioro constante de la convivencia humana. Tranquiliza saber que por lo menos las bestias saldrán indemnes de aquella. Habrá pena de cárcel para quien maltrate a un animal. La ley es altruista y noble en exceso, pues no resulta fácil guardar consideración hacia las versiones más groseras de la existencia, que, sin eufemismos, es lo que las bestias son. Se verá entonces si la privación de la libertad hace entender que, por más limitado que sea el raciocinio de un ser viviente, ese organismo presumiblemente inferior y sin cultura siempre tendrá derechos irrenunciables. Así como el pleno acceso a la compasión ajena.
Las aplicaciones serán múltiples:
El animal que se cree con derecho a golpear a una mujer no tendrá que soportar el vejamen de la violencia física análoga a la que haya propinado. Le bastará recibir todo el peso de la justicia que no esté al alcance de su presupuesto.
La bestia que maneje zurrándose en el prójimo, ganándose a punta de cadáveres su espacio en el noticiero, no sufrirá atropello y fuga tal cual su propio código. Seguir manejando con cien mil soles en papeletas será su lección de vida.
Y así, sucesivamente, no se podrá maltratar más ni a las alimañas que han hecho de la política un botín a costa nuestra, ni a los zopencos que no apagan sus alarmas de auto, ni a ningún otro animal que la vida te ponga por delante a diario a manera de prueba sin recompensa.
Sorprende el sofisticado nivel moral de los legisladores y la sincera introspección a la que se han sometido. A menos que esté malinterpretando por completo el espíritu de la ley, y que esta en vez de ser autorreferencial en realidad esté dirigida a los verdaderos animales, los que no hablan, tienen pelo bonito y a veces cuatro patas, todos por lejos más nobles que las personas.
Si es así, no dije nada.