Se diría que en españa la poesía está de enhorabuena. Ya hubo adelantados que Savisaron que la era de Internet le sentaría bien a géneros en apariencia minoritarios, como la poesía o el cuento, mientras que sería el fin para los graves, como la novela o el ensayo de 500 páginas. Mirado desde fuera, sin asomarse al interior de los libros, en efecto, podría decirse sin temor que nunca antes se vendieron tantos libros de poemas. ¿Qué está pasando? Asómense un momento a esta página ► goo.gl/RPAeuQ Es la lista de libros de poesía más vendidos de una de las principales revistas culturales de España. ¿Hay algo que les llama la atención? Si no lo saben o están offline, se los cuento: la mayoría de los títulos —ocho de diez— pertenece a un nuevo movimiento que, de tan nuevo, ni siquiera es movimiento; que navega entre la cursilería y la sentimentalidad, y que ha convertido en gigantes mercantiles a unos cuantos nombres que no transitan por ninguna antología de poetas. Un altísimo porcentaje de sus lectores tiene una cosa en común con los otros: no eran lectores de poesía. Se han vuelto lectores de poesía gracias a estos libros y a estos poetas: o al menos se han vuelto lectores de estos poetas, sin que se sepa si esos poetas les llevarán a otros libros de poesía. ¿Quiénes son esos poetas con nombres tan poco hispanos como Defreds, Rayden, Marwan? Parecen salidos de la nada, pero YouTube y Twitter están llenos de actuaciones suyas, de poemas suyos, de fragmentos de poemas, de citas, de “me gusta”, “me emociona” y “me encanta”. Un nombre se repite en esa lista: Marwan. Es el poeta principal del grupo y el mejor de ellos a mi parecer (pero mi parecer vale muy poco). En su honor hay que decir que no se da ninguna importancia, que todo parece haberle sobrevenido con absoluta naturalidad y con la misma naturalidad lo disfruta y sigue en lo suyo, escribiendo a extraordinaria velocidad porque en poco tiempo su bibliografía ha pasado del cero al tres o al cuatro. Confieso que no tenía idea de quién era hasta que alguien me dijo que había colgado en su muro de Facebook un poema mío y que lo habían compartido miles de veces. Naturalmente —por poco narcisista que sea— me asomé a ver quién era Marwan, no solo porque compartiera un poema mío sino por el hecho incontrovertible de que tuviera una afición cien veces más numerosa de la que uno sueña como propia: si yo vendiera un número de ejemplares de mi libro de poemas equivalente a los retuits que ha merecido ese poema, no estaría ahora redactando estas líneas sino de vacaciones en el Peloponeso. Marwan se dio a conocer como cantautor y en un momento dado, hace unos años, decidió publicarse su propio poemario. Iba vendiéndolo en recitales y lecturas, y lo reimprimía de vez en cuando. Sus lectores se multiplicaban gracias a la red. Lleva vendidos 26.000 ejemplares. 26.000 ejemplares de un libro de poemas. Creo que, salvo Benedetti, no hay poeta que pueda decir lo mismo, sin que vender mucho o poco tenga relación alguna con la calidad de lo que escribe. A su sombra o a su luz otros poetas —a veces cantautores también; otras, meros bardos con gran dominio del espacio escénico— empezaron a darse a conocer. Los que salen en la lista de libros más vendidos y otros. Los especialistas en poesía, los críticos de la cosa, no les dedicaban ni una línea de sus artículos. No importaba: su público estaba en otra parte. El dueño de una pequeña librería de la meseta española me dijo que en su tienda los únicos que entraban a comprar poesía eran muchachos de entre 15 y 25 años, y todos venían en busca de lo mismo: Marwan, Diego Ojeda, Irene X, Defreds, Rayden. Planeta vio que ahí había negocio y le ofreció a Marwan publicar su siguiente libro con ellos. A su vez, Espasa, también del grupo Planeta, abrió una colección de poesía para dar lugar a otros miembros del grupo, que se sigue agrandando, tanto en lectores como en autores, que mantiene un mismo tono, que conquista la red con retuiteos y citas. ¿Es la hora de la poesía? Vamos poco a poco.
Rasgos de estos poemas Dije antes “entre la cursilería y la sentimentalidad”. Está fuera de dudas que es un tipo de poesía que conquista al lector adolescente, es decir, el que no se pregunta cómo está hecho un artefacto sino cómo lo refleja a él, qué le dice de él. Así que sí, hay mucha cursilería en estos poemas, hay montañas de “buenrollismo”, hay ironía sana, hay un sentimentalismo que puede apreciarse en uno de los hits del grupo: “Mi chica revolucionaria”, de Diego Ojeda. La contratapa ya da pistas: “Amar es transformarse, transformar al otro y con ello al mundo que nos rodea. El amor es una forma de resistencia, un modo de plantar cara a las injusticias, luchar por un mundo distinto, mejor. Y en “Mi chica revolucionaria”, Diego Ojeda lucha contra todo porque está enamorado desde los dedos meñiques de los pies hasta el revés del alma. Diego Ojeda es sentimiento desbordante, es afecto desatado”. Lo que se encuentra dentro del libro satisfará a adolescentes enamorados y adolescentes por enamorar, porque no deja de ser un cuaderno adolescente donde uno trata de cantar al amor en tiempos convulsos, de corrupción política y cinismo medioambiental. Pero para cualquier lector adulto el libro no puede resultar satisfactorio porque entre la bonitura empalagosa y la obviedad tunante, apenas hay sitio para nada. Una de las razones acaso por las que no se ha entendido a este grupo de poetas en España —al menos no en la medida en que han copado las listas de libros más vendidos y por lo tanto su presencia, fuera de los papeles dedicados a la poesía, es muchísimo más potente que la que merecen en ellos— puede deberse al peligro que corre cualquiera que escriba sobre ellos de ser acusado de envidioso: los fans dirán, seguramente, que solo los celos pueden mover cualquier crítica que se haga a quien escribe cosas tan bonitas y sentidas. Si sirve de algo, juro que no es envidia lo que me mueve, sino solo la tentación de comprender cómo es posible que un género cuyos más valiosos ejemplos suelen vender unos 300 o 400 ejemplares tenga de repente miles y miles de lectores que agracian y dan peso específico a conjuntos de poemas que deben parecerse mucho a los cuadernos que cualquiera de esos mismos lectores guardará en sus cajones —o en un archivo Word de sus computadoras— diciendo lo que toda la vida de Dios han dicho los adolescentes: formas más o menos amaneradas de decir “te quiero”, “¿por qué no me quieres?”, “¿con quién estarás si no conmigo?” y “ay, lo que daría por morderte la oreja”. Veamos algunos ejemplos: Defreds: “El no poder dormir deja mucho tiempo para pensar cosas que nos quitan el sueño todavía más. Pero podrías venir a besarme”. Y “Era tan suave que tuve que pasar mis dedos por ella. Sin dejar ni un solo centímetro. Al llegar abajo hice el camino de vuelta. Con la boca, mordiendo cada espacio. Besando cada uno de los 27 besos que tiene su espalda”. Irene X: “Si soy lo que amo, soy gilipollas. Si alguna vez tengo una hija espero poder agarrarla de las muñecas y decirle que yo no pasé hambre en ninguna guerra, pero me enamoré de ti. Yo viví el amor como el que muere de una enfermedad con esperanza de vida”. Diego Ojeda: “Tampoco busco que entre nosotros/ se escriba la palabra parasiempre/ pero espero que uno de estos días/ tal vez tropieces con mi ausencia/ y decidas llamarme/ cuando no te esté esperando”. Rayden: “Paradojas de este mundo: estudias para salvar vidas pero a mí me matas si me miras en segundos. Si estamos juntos lo del tiempo es relativo. Si no estás se pasa lento y a tu lado es un suspiro. Ay... el destino. De ti no supe desde hace poco pero desde crío (creo) te conozco, ibas conmigo (será) que un fino hilo nos unió dándonos cuerda, así que agárrate con fuerza y disfrutemos del camino”. Elvira Sastre: “Dos personas olvidándose/ solo están queriéndose de otra manera./ El olvido llega con la soledad/ cuando uno es solo uno/ y no hay hueco para otro”. Y así. Lo mejor sin duda es la naturalidad. La apuesta por una poesía que se aleje de toda pomposidad verbal. Pero a su vez también es lo peor: el hecho de pensar que la poesía se hace con sentimientos que no necesitan estilizarse en el lenguaje. La efervescencia sentimentaloide que cae una y otra vez en la banalidad, una que luce orgullosa algún chistecito más o menos inspirado.
RecitalesLe pregunto a algunos especialistas por los poetas del grupo, y ninguno sabe ni opina ni contesta: no existen, son irrelevantes. Como mucho consigo que alguno de ellos —que me pide que no dé su nombre por temor a la lluvia de tuits que van a llamarle envidioso— me cite a Francisco Brines: “La poesía no tiene público, tiene lectores”. Es como si quisiera trazar un silogismo: Si 1) la poesía no tiene público sino lectores, y 2) estos poetas gozan de público; entonces (conclusión), estos poetas no hacen poesía. Sus libros funcionan mayormente gracias a su extraordinaria visibilidad en las redes y a su maestría escénica. Voy a un recital que dan algunos de los poetas más aplaudidos y comprados en un local de Madrid. Las entradas se han agotado días. Soy un hombre de edad imperdonable: la media de edad en el público es de unos 20 años, 22 como mucho. Hay muchas más mujeres que hombres. A la salida del recital algunas asistentes llevarán lágrimas en los ojos y unos cuantos libros —junto a la puerta se venden los textos de los rapsodas— en el bolso. A pesar del gravísimo riesgo que corro de que alguna de las consultadas crea que quiero ligar con ella y por eso le pregunto, les pregunto (diciéndoles que estoy haciendo este reportaje): ¿qué ves en estos poetas? Las respuestas se parecen: dicen cosas bonitas, cosas que les importan, se sienten retratadas, dicen lo que les gustaría oírle en un susurro a la criatura a la que aman o lo que les gustaría decirle en un susurro a la criatura amada. El amor es el tema esencial del 90 % de las páginas de los libros que han convertido a la poesía en un género que vende miles de ejemplares. Sinceramente no creo que mucho de esta sobreviva a la propia generación sobre la que está derramándose y que una de las esencias de esos libros es la cursilería. No sé si algunos de los miles de lectores que consumen estos libros saltarán a otros poetas: nunca he confiado en que los best-sellers tengan de bueno servir de trampolín para llegar a otros libros, pero no hace al caso. Con muy mala baba el crítico que antes no me dio permiso para reproducir su nombre y citaba a Brines me dijo también: “Bueno, mientras lean esos libros, por lo menos no están drogándose”. Y en eso no estoy de acuerdo. Nada de acuerdo. Lo que están haciendo, precisamente, es drogarse.