La noticia más fragorosa en el ámbito de las letras hispanoamericanas de los últimos meses es, esencialmente, extraliteraria. Está relacionada con algo que —también, dependiendo del enfoque— podría relatarse en suplementos de negocios o en la prensa rosa. Y es que, tras una serie de rumores, finalmente la obra completa de Roberto Bolaño ha pasado, después de veinte años de relación con Jorge Herralde y la editorial Anagrama, a componer el catálogo de Alfaguara. Y esto por motivos no solo editoriales, sino también personales. Por obra completa se entiende todo lo publicado por Bolaño mientras vivía, todo lo publicado por Bolaño en los trece años que lleva muerto, y lo que Bolaño, desde el más allá, seguirá publicando. El libro que inaugura el vínculo con su flamante sello es la novela “El espíritu de la ciencia-ficción”. El título parece una alegoría.
—Primer acto: ingresa el poeta—
“Bolaño ha probado que la literatura lo puede todo” (Jonathan Lethem). “Se convirtió en un cuentista y novelista central, quizá el más destacado de su generación, sin duda el más original y el más infrecuente” (Jorge Edwards). “Uno de los más grandes e influyentes escritores contemporáneos” (The New York Times). Todo eso es verdad, como lo es también que son opiniones post mortem. En noviembre de 1996, cuando solo lo conocían sus amigos y unos poquísimos lectores, Roberto Bolaño era un tremebundo poeta chileno que había pasado sus 43 años entre Santiago, MéxicoD. F. y diversas ciudades y pueblos de España. Llevaba ya más de una década afincado en Blanes, un pueblo de la Costa Brava a 61 kilómetros de Barcelona. Vivía con su mujer, la española Carolina López; su hijo Lautaro, entonces de seis años; y la certeza de que padecía un mal hepático que, tarde o temprano, terminaría matándolo. Ocurrió siete años después.
Había publicado cinco poemarios y tres novelas casi invisibles. Hasta ese momento había subsistido realizando los trabajos alimentarios más disparatados y disímiles, pero entonces, mientras esperaba la oportunidad de un trasplante de hígado, tomó una decisión trascendental, no solo para su propia obra, sino para toda la literatura contemporánea: consagrarse a la escritura. Para ello fue tras todos los premios municipales de narrativa que se entregaban en España, como cuenta en su relato “Sensini”: “premios búfalo” para el escritor-piel roja en el que se había convertido. En febrero de 1996 publicó en Seix Barral, tras ser rechazado por al menos tres editoriales importantes, un libro raro, entre el conjunto de relatos y la novela: “La literatura nazi en América”. Con este llamó la atención de cierta crítica y de Jorge Herralde, mandamás de Anagrama. (La leyenda cuenta que Herralde, quien había recibido el manuscrito, sí pensaba publicarlo, pero que no llegó a comunicarse con el autor a tiempo, y este necesitaba el dinero de la edición. Enterado de su interés, Bolaño, quien ya vivía entregado a un feroz ritmo de producción preocupado por el futuro de su familia, le ofreció el borrador del material en el que estaba trabajando). Así comenzó con el legendario editor catalán una relación de amor-odio (más amor, todo hay que decirlo) que nueve meses después daría a luz su primera criatura, una absoluta obra maestra, una novela breve —y terrible y perfecta— llamada “Estrella distante”. La belleza, la búsqueda perpetua, la poesía y el espanto habían sido destilados. Nada volvería a ser igual.
—Segundo acto: el escritor de culto—
La relación Bolaño-Anagrama se afianzó el año siguiente con la aparición del cuentario “Llamadas telefónicas”, pero el verdadero suceso llegó en 1998, cuando el chileno publicó “Los detectives salvajes”. Esa épica posmoderna, múltiple y genial, de poetas perdiéndose y encontrándose en el México de fines de los setenta le valió con sobrada justicia el premio de la casa (el Herralde) y, en 1999, el Rómulo Gallegos. El prestigio de Bolaño se disparó a niveles no vistos en décadas en nuestra lengua, pero ello no afectó su fiebre creativa. En los siguientes cuatro años —los que le quedaban de vida— publicó cinco libros más: las novelas “Amuleto”, “Nocturno de Chile”, “Amberes” y “Una novelita lumpen”; y el tomo de cuentos “Putas asesinas”. Sin embargo, en medio de toda esa producción, y entre el tiempo que le dedicaba a pasear por su pueblo, viajar, entretenerse con juegos de rol, charlar con sus amigos —como los escritores Rodrigo Fresán, Enrique Vila-Matas y Juan Villoro; el editor Claudio López Lamadrid; el crítico Ignacio Echevarría—, leer de todo, echarse abajo lo que le parecía fraude literario (ay, cómo fustigaba a Isabel Allende), representar el papel de gurú de los jóvenes escritores latinoamericanos (como cuando ‘apadrinó’ el Encuentro de Autores Latinoamericanos de Sevilla, en el 2003), todo ello —diera la impresión— encadenando un cigarrillo tras otro, Roberto Bolaño se dio el campo y la anchura para pergeñar aun dos libros más que no viviría para ver impresos: los cuentos de “El gaucho insufrible”; y la que, según una reciente encuesta del suplemento Babelia de El País realizada entre 50 escritores y críticos de España y América, sería la mejor novela escrita en español durante los últimos 25 años: “2666”, su magnum opus, un monumento de 1.128 páginas y 1,24 kilogramos de peso. Un libro que en realidad son cinco, con sendas historias que convergen en un infierno llamado Santa Teresa, que no sería otra que la tristísima Ciudad Juárez. “Los detectives salvajes” ocupó el tercer puesto de la lista.
“Tengo mis reparos a la encuesta de Babelia, pero en eso está en lo cierto: “2666” y “Los detectives salvajes” son las novelas hispanoamericanas más importantes; y Bolaño es el escritor fundamental de los últimos tiempos”, comenta desde Ithaca, Nueva York, el escritor y crítico Edmundo Paz Soldán. Por su parte, su colega y cómplice en la edición de la colección de ensayos “Bolaño salvaje”, Gustavo Faverón Patriau, se extiende más allá: “Bolaño es el autor más relevante de la lengua española después del boom. De hecho, mi única duda para llamarlo ‘el punto de inflexión entre siglos’ es que todavía no aparecen los autores que representen el momento siguiente, al menos no a esa altura. Estaba reformulando la novela como forma literaria, recreando la antinovela, de la manera en que lo estaba haciendo también otro autor que desapareció muy temprano, David Foster Wallace, y se me hace difícil pensar en quiénes son los escritores que representan el paso siguiente. Creo que sigue siendo nuestro escritor más contemporáneo, el que llegó más lejos”. “Consiguió en diez años de publicación intensa, corriendo conscientemente contra el reloj de la muerte, la afinidad de toda una generación literaria de autores y lectores que encontró un camino distinto para acercarse sin complejos a distintos géneros literarios”, anota el escritor Diego Trelles Paz.
Entre otros, A. G. Porta, Juan Villoro, Ignacio Echevarría, Claudio López Lamadrid, Rodrigo Fresán y Bolaño (al centro) con Carmen Pérez de Vega. (Foto: Archivo Bolaño 1977-2003)
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—Falso final (cherchez la femme)—
Al momento de fallecer, Bolaño no sospechaba que su obra no acabaría con él mismo y con tan contundente testamento final, ni que seguirían apareciendo títulos suyos, ni el insólito éxito de crítica y ventas que lograría tiempo después en los Estados Unidos. Por eso dejó indicaciones para que su novela póstuma apareciera publicada por tomos, asegurando de esa manera, al menos por unos años, la manutención de su familia (en el 2001 había nacido su segunda hija, Alexandra).
El 30 de junio de 2003, Bolaño se reunió con Jorge Herralde, le entregó el manuscrito final de “El gaucho insufrible”, y conversaron sobre detalles puntuales de “2666”. Al día siguiente sufrió una crisis, y tuvo que ser internado de emergencia. Tras cinco días entró en coma, y el 15 de julio murió. Tenía 50 años. Quien lo llevó al hospital Valle de Hebrón de Barcelona no fue Carolina López, su esposa, sino una mujer llamada Carmen Pérez de Vega, con quien Bolaño había mantenido una relación paralela y más o menos abierta los últimos seis años de su vida.
“La biografía de Roberto va a ser interesante de leer, y agradezco haber sido solo su amigo y no quien vaya a tener que escribirla”, dijo alguna vez Rodrigo Fresán, quien desde hace años se niega a hablar públicamente de su camarada. El hastío, además del provocado por el dolor, podría deberse a todo lo que se dijo de Bolaño tras su muerte, la creación de una leyenda con tintes delirantes, por un lado; y los pleitos que enfrentaron a los herederos del autor, en especial a su esposa, con su círculo de amigos, todos los cuales estaban muy al tanto de la relación que mantenía con Pérez de Vega.
La historia de los libros que Bolaño firmó tras su temprana extinción comenzó menos de un año después de suceder esta, aun antes de la publicación de “2666”. Se originó con “Entre paréntesis”, un estupendo conjunto de ensayos, textos críticos y miscelánea curado por Ignacio Echevarría, quien fuera designado por el mismo Bolaño como editor personal y consultor de sus asuntos literarios (no exactamente su albacea). Echevarría también se encargaría de la versión final de 2666 y cerró un libro de fragmentos narrativos extraídos de una copia del disco duro de Bolaño al que puso por nombre “El secreto del mal”. Haber inquirido ciertos aspectos de la edición con Pérez de Vega significó el fin de la relación con Carolina López. “La existencia de esta relación pertenece sin duda a la esfera de lo privado, y sacarla a colación solo se justifica en la medida en que la viuda la ha convertido en marca de fuego con la que señala a quienes forman parte o no de lo que podríamos llamar la ‘memoria oficial’ de Roberto Bolaño: una memoria retocada, censurada”, escribió hace unos días Echevarría en la revista española El Cultural.
Aún con Jorge Herralde —que sin duda ganó prestigio y dinero para su editorial, y que a su vez contribuyó de manera gravitante en la consolidación del escritor— la viuda López mantuvo un vínculo por ocho años más, pero con la mediación de agentes. Así salieron, por ejemplo, los poemas de “La universidad desconocida” y las novelas “El Tercer Reich” y “Los sinsabores del verdadero policía”. Pues bien, el director de Anagrama, como otros tantos editores universitarios, documentalistas, ensayistas y organizadores de eventos que han incluido en sus proyectos, aunque sea lateralmente, la presencia de Carmen Pérez de Vega, puede ya contarse como una nueva baja.
Con el respaldo del célebre agente Andrew “El Chacal” Wylie (pieza clave de la generación del “fenómeno Bolaño” en Estados Unidos), Carolina López ha trasladado la veintena de títulos que componen hasta hoy la obra de Roberto Bolaño para ser vueltas a publicar vía los sellos Alfaguara y Debolsillo. En la decisión, más allá de ser un derecho incuestionable de la sucesión, habría pesado el alcance de distribución global que exhibe el holding Penguin Random House. Y una oferta de entrada —según el periodista español Xavi Ayén— superior al medio millón de euros.
—El regreso de los muertos vivientes—
El tema de la publicación póstuma de libros es, por lo menos, espinoso, y da para un texto más largo que el presente. Desde México, el crítico Christopher Domínguez Michael, responsable del prólogo de “El espíritu de la ciencia-ficción”, dice que “autor que no destruye sus obras inéditas, primerizas o no, antes de morir, está pidiendo a gritos un Max Brod, el amigo que salvó la obra de Kafka de la quema solicitada por este. Además, Bolaño no murió de un accidente, sino de una prolongada enfermedad. Tuvo tiempo de planear su posteridad y lo hizo bien en mi opinión”. Al preguntarle dónde estaría el límite entre lo que debería y lo que no publicarse póstumamente, responde rotundo: “En la voluntad del autor, si la hay, y en las decisiones de sus herederos”.
El asunto se complejiza si se reconoce esa debilidad bolañiana por la digresión aparente, lo inacabado, la obra abierta. Faverón Patriau apunta: “Creo que hay una diferencia entre la idea de la obra abierta y lo estéticamente inacabado, por un lado; y la idea de un libro inconcluso, por otro. Hasta donde uno puede ver en los libros que publicó en vida, hay en él una búsqueda del relato abierto y el final evocativo, que parece más un desvanecimiento del relato que un final, pero al mismo tiempo Bolaño parece haberle dedicado mucho tiempo a perfeccionar esos finales abiertos y esa lógica de lo fragmentario en sus narraciones. Con esto quiero decir que no tengo duda de que habría retrabajado prácticamente todos estos libros, incluido “2666”, antes de publicarlos, si la vida se lo hubiera permitido”. Y como rizando el rizo, añade: “Por otro lado, yo, como lector y escritor, en el fondo agradezco que estos textos no hayan terminado para siempre en un archivo, sin lectores: creo que es difícil leer un texto de Bolaño y no enriquecerse con la experiencia, aunque uno se quede con la duda de cómo habrían sido si hubieran pasado por su propia censura y su última revisión. Una cosa importante, que no suele decirse, es que todos estos textos son un tesoro para quienes tratan de entender el proyecto literario de Bolaño, y, desde ese punto de vista, publicarlos es justo; no hacerlo sería un poco como encontrar bocetos de Leonardo y mantenerlos en secreto porque el artista no alcanzó a darles el último toque. Si la motivación es comercial, es una pena, aunque también es cierto que Bolaño pensó mucho, en sus últimos días, en que su obra póstuma debía ser el sostén financiero de sus hijos, lo cual es perfectamente respetable”.
Según el argentino Luciano Alonso, autor de “Roberto Bolaño. Una guía de lectura”, sin contar poemarios, el baúl mágico de Bolaño contendría nada menos que 21 inéditos (¡21!), escritos entre 1979 y 2001. En realidad ya son solo 20, pues acaba de lanzarse “El espíritu de la ciencia-ficción”, de 1984, que se presentará por todo lo alto en la próxima FIL de Guadalajara. Sobre el resto, responde desde España Pilar Reyes, directora editorial de Alfaguara, con cautela: “Son tres relatos largos, que publicaremos en un volumen el año que viene. Llevan por título “Sepulcros de vaqueros”, “Comedia del horror en Francia” y “Patria”. Aún no hemos definido cuál de ellos le dará título al volumen. […] El fondo editorial lo iremos publicando a lo largo del 2017, en ediciones de bolsillo, trade y digital”.
Sobre lo lista que estaba la ‘nueva’ novela de Bolaño, Reyes responde: “Nosotros no podemos especular sobre si para él era un manuscrito terminado o no, publicable o no. Está fechado y firmado, y son tres las libretas que lo contienen, en tres etapas de la escritura: notas, primer borrador y transcripción en limpio. Existe una cuarta libreta con la entrevista que integra la parte inicial, con indicaciones exactas del autor de dónde debe ensamblarse. Bolaño pensó con mucho detalle la estructura del libro”. Sobre el texto mismo, podríamos decir que es, simplemente, una obra menor del autor, y por lo mismo un libro que supera la media de lo hallable en las mesas de novedades. Como dice Domínguez Michael, es “una novela juvenil que solo se comprende cabalmente como parte del rompecabezas Bolaño”. Y es que en esta historia de jóvenes letraheridos deambulando por el D. F. de fines de los setenta, fascinados por la poesía, el sexo, las revistas literarias y la ciencia ficción puede hallarse el germen de futuras grandes obras, sobre todo de “Los detectives salvajes”.
En una entrevista, nuestro autor soltó: “La literatura se parece mucho a la pelea de los samuráis, pero un samurái no pelea contra otro samurái: pelea contra un monstruo. Generalmente sabe, además, que va a ser derrotado. Tener el valor, sabiendo previamente que vas a ser derrotado, y salir a pelear: eso es la literatura”. Él, sin embargo, venció. El monstruo seguirá cayendo derrotado.