Alguna vez el psicoanalista Moisés Lemlij dijo que todo soñante era un Buñuel, el director de una película increíble; el único problema era que no la podía entender. Para el psicoanálisis los sueños son como la punta de un iceberg. En el lado visible, están esas imágenes que recordamos al despertar, como el tráiler de esa cinta maravillosa, y, en el otro, se encuentra aquello que no podemos rememorar: impulsos, emociones, deseos, fantasías, recuerdos. Esa parte oculta sería la base de esa montaña enigmática que conocemos como el acto de soñar. ¿Está de acuerdo la neurociencia con esta hipótesis? ¿Tenía razón Sigmund Freud cuando, a fines del siglo XIX, anunció que los sueños enmascaraban o disfrazaban deseos reprimidos u ocultos?
A partir del avance de la neurociencia, se ha comenzado a dar más crédito al padre del psicoanálisis. Los sueños —dicen estudios publicados recientemente en la revista Psychology Today — están constituidos por experiencias y eventos acumulados a lo largo de nuestra vida consciente e inconsciente, y pueden incluir hechos sucedidos en horas recientes, en días anteriores, o en nuestra niñez temprana. El problema radica en descubrir por qué y cómo se trazan estas conexiones. Por ejemplo, por qué mientras soñamos sobre nuestra última visita al parque, esta se transforma en otra que hicimos muchos años atrás cuando éramos niños, y que ni siquiera recordábamos ya en nuestra vida consciente. O por qué se repiten situaciones absurdas; o por qué reproducimos imágenes oníricas que nos provocan placer, miedo o pánico.
En lo que sí están de acuerdo los neurólogos es que el sueño es un estado fisiológico indispensable para el desarrollo del ser humano. Se cree que es producto de nuestra evolución relacionada con la rotación del planeta, que hace que nuestra existencia esté ordenada en repetitivos días y noches. A través de diversos estudios clínicos y experimentales, se ha establecido que las complejas conexiones neuronales que se producen mientras dormimos involucran diversas áreas del cerebro y cumplen —entre otras funciones— un papel trascendental para el desarrollo selectivo de la memoria.
* * *El año pasado, especialistas de las universidades Cayetano Heredia y San Ignacio de Loyola publicaron el estudio “Neurociencia del sueño: rol en los procesos de aprendizaje y calidad de vida”, en el que establecieron que el dormir activa patrones específicos de la actividad cerebral que son imprescindibles para el desarrollo de tres actividades: primero, facilita el mantenimiento de las neuronas —lo que se llama neurogénesis—, y luego cumple una función vital para el desarrollo del aprendizaje y la memoria. En palabras sencillas, si durante la vigilia el cerebro está en alerta y utiliza toda su capacidad para mantenernos vivos, durante el sueño nuestros músculos se relajan, nuestra conciencia disminuye, y el órgano empieza a trabajar para sí mismo. Como una computadora nocturna, comienza a ordenar datos, imágenes, sonidos, etc., y olvida aquellos que no le sirven y almacena otros que considera útiles, formando la memoria, la base del conocimiento.
¿Cómo se produce este proceso? Primero, hay que entender que existen dos grandes fases del sueño. La primera va de la vigilia al estado de somnolencia, y se caracteriza por una emisión de ondas cerebrales lentas y por el movimiento también lento y descoordinado de los ojos, de ahí su nombre NREM (Non Rapid Eye Movement), y la segunda, la que podríamos llamar sueño profundo, se llama REM (Rapid Eye Movement), en la que las ondas cerebrales son rápidas y los globos oculares se mueven de un lado a otro como si vieran una película de acción. Según los neurólogos, ambas etapas se alternan sucesivamente cuatro o cinco veces durante la noche. Idealmente, la primera podría durar seis horas y la segunda dos.
La primera fase estaría ligada con la memoria declarativa, aquella referida a hechos y eventos; mientras que la segunda favorece la memoria procedimental, la que tiene que ver con habilidades o destrezas motoras. Es en esta última etapa, además, cuando se consolidan los recuerdos y cuando nuestra mente construye esas extrañas películas que llamamos comunmente sueños. Algo que los psicoanalistas valoran mucho, pero a lo que los neurólogos restan importancia.
“La relación entre el sueño, el aprendizaje y la memoria es muy compleja —se lee en el informe citado—. Esto se debe, en gran medida, a que cada una de las fases del sueño parece relacionarse con un tipo de memoria. A partir de las investigaciones celulares, moleculares, fisiológicas y conductuales que se han realizado tanto en animales como en seres humanos, se ha propuesto que el sueño, además de favorecer la consolidación de la memoria, facilita la adquisición de nueva información”.
De acuerdo a este estudio, dormir antes del aprendizaje es esencial para la formación de nuevos recuerdos, y hacerlo después es fundamental para la consolidación de la memoria. Una noche de privación de sueño produce un déficit significativo en la actividad del hipocampo, lo que impide retener sucesos o acontecimientos.
Más allá de todo lo dicho, un buen régimen de sueño ayuda también al buen funcionamiento de los sistemas inmunológico, cardiovascular y endocrino. En pocas palabras, mejora la calidad de vida. Dormir, dicen los especialistas, es tan importante como comer.
* * *Uno de los cuentos más conocidos de Jorge Luis Borges se llama “Funes el memorioso” y cuenta la historia de un hombre que parece condenado a recordar cada instante de su vida. Un dato no menor nos dice que Funes es insomne. Resulta sorprendente que el genial escritor argentino haya intuido en este relato de 1942 que la incapacidad de seleccionar los recuerdos puede estar relacionada con la falta de sueño. Ahora la ciencia parece darle la razón.
Memoria y olvido son mecanismos que se perfilan de alguna manera mientras dormimos. En opinión del psiquiatra José López Rodas, de la clínica Cayetano Heredia, el sueño está íntimamente ligado con la estructura mental. “Dormimos la tercera parte de nuestras vidas —dice— y se sabe que durante el sueño REM se reproducen virtualmente todas las imágenes, pensamientos y sucesos transcurridos en horas o en días anteriores, los cuales son reordenados o ‘reseteados’ por el cerebro, de tal manera que a la mañana siguiente podemos seguir con nuestras vidas habiendo olvidado lo que no nos sirve”.
Cuando este proceso es alterado por alguna razón, comienzan los problemas. “Todos los trastornos psiquiátricos —explica López— afectan el periodo de sueño. Alguien que tiene ansiedad tiene dificultad para dormir; quien padece depresión se despierta a mitad de la noche desesperado, y quien presenta cuadros psicóticos puede ser asaltado por pensamientos angustiosos, por imágenes perversas que no le permiten descansar. En todos ellos la alteración del sueño afecta su ciclo biológico”.
Otro aspecto interesante es que los ciclos de sueño varían de acuerdo al desarrollo de las personas. Un bebé duerme más horas que un adulto, y este, más que un anciano. ¿Será que los niños deben aprender más y por eso necesitan dormir más? El doctor López no niega esta posibilidad, pero advierte que en este campo la ciencia solo puede hacer conjeturas y no dar respuestas definitivas. “Podría ser que el metabolismo que debe adquirir el bebé sea tan exigente que requiera de más horas de sueño”, añade.
Sin embargo, mientras la ciencia está cada vez más convencida de que dormir es una parte vital de nuestra existencia, el mundo moderno parece ir a contracorriente y todos los años crecen las ventas de ansiolíticos y bebidas energizantes que tienen un solo propósito: hacer que la gente duerma menos y produzca más. Lo paradójico es que las pruebas clínicas demuestran lo contrario: alguien que no cumple sus ciclos regulares de sueño —lo ideal dicen son siete horas diarias— no retiene ideas ni puede estudiar ni trabajar bien.
“Si nuestras sociedades pudieran dormir más, reflexionarían mejor sobre nuestro futuro”, dice el doctor López. “Dormir te distrae del mundo”, decía el insomne y memorioso Funes. Y en esa distracción parece estar la clave del raciocinio.
ENCONTRANDO EL EQUILIBRIODormir demasiado puede ser tan dañino como dormir poco. La cantidad de sueño que una persona necesita depende de su edad, hábitos y actividad.
Russell Sanna, director ejecutivo de la División de Medicina del Sueño en la Escuela Médica de Harvard, dice que las personas necesitan dormir más de lo usual cuando se recuperan de una enfermedad o un cambio radical de huso horario.
Dormir en exceso de vez en cuando no plantea riesgos serios para la salud, pero, si se convierte en una constante, es mejor acudir al médico.
La somnolencia diurna o el sueño prolongado en la noche se asocia con un trastorno conocido como hipersomnio. Las personas afectadas no se sienten descansadas después de dormir, y a menudo se despiertan sintiéndose desorientadas.
APP: MONITOREA TU SUEÑOSleep Cycle (iOS/Android)Aplicación gratuita que supervisa patrones de sueño e informa cuándo es un buen momento para despertar. Registra ronquidos y puede trabajar con dos personas a la vez en la misma cama.
Sleep Better (iOS)App gratuita que funciona como monitor de sueño, despertador y analizador de hábitos. Puede bloquear aplicaciones a determinada hora para obligar a la persona a desconectarse.
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SIEMPRE VIENE BIEN DORMIR
Parece que dormir ocho horas, tomar siestas o tener un rato de ocio y descanso no está de moda. La mentalidad de la vida moderna nos amenaza con quedarnos rezagados con respecto al resto del mundo si tenemos el ‘privilegio’ de tener un descanso reparador.
El Instituto del Sueño, entidad de carácter internacional con sede en Madrid, Bilbao y Santiago de Chile, advierte que el no dormir bien nos expone a serios problemas de salud. Con conocimiento de causa advierte que la supresión parcial de sueño en adultos jóvenes y sanos, de entre 20 y 30 años, a los que se les redujo un 50 % el periodo de sueño durante varias semanas, les produjo algunas alteraciones de la adrenalina y la noradrenalina, que son hormonas del estrés, y como resultado de ello aumentó la propensión a la hipertensión arterial. El cortisol —otra hormona del estrés— aumenta, y esto interviene sobre la presión arterial; pero, además, altos niveles de esta hormona pueden tener efectos neurotóxicos, y se especula que también favorecen la aparición de deterioro cognitivo.
Otro trastorno que aparece con la privación de sueño, quizá el más estudiado, es una disminución de la tolerancia a la glucosa, que tiene como consecuencia acercarnos más al umbral de la diabetes, al no poder manejar nuestros niveles de glucemia. También sabemos que la privación de sueño favorece la obesidad.
El insomnio, un mal que parece ser más común cada día gracias al aumento de la velocidad de nuestro tren de vida y la sobreexposición a aparatos tecnológicos como smartphones, presenta grandes riesgos. Un reciente estudio publicado en el European Heart Journal afirma que los insomnes tienen tres veces más posibilidades de sufrir una insuficiencia cardiaca.
El insomnio y el mal dormir tienen un efecto directo sobre nuestra salud mental. Cuando dormimos, el cuerpo se relaja y eso facilita la producción de melanina y serotonina, hormonas que contrarrestan los efectos de las hormonas del estrés y nos ayudan a ser más felices y emocionalmente fuertes. La vigilia, al reducir la producción de las hormonas de la felicidad, aumenta el riesgo de padecer o empeorar cuadros depresivos.
En definitiva, dormir viene bien, y no solo de vez en cuando.