Tremenda costumbre aquella de la Academia de hacerse la sueca con grandes escritores que, más que tantos otros, merecieron llevarse el premio estrella de las letras mundiales. De Borges a Nabokov, de Tolstói a Joyce. Y aunque, lo sabemos todos, la gloria literaria no se mide en galardones (de hecho, ¿existe algo como la gloria literaria? ¿Y qué es?), bien habría podido algún que otro quebrado como nuestro César Vallejo sobrevivir unos años más gracias a la bolsa del Nobel. Porque unos cuantos billetes no le caen mal a nadie (salvo a Jean-Paul Sartre, al que tantas cosas le caían mal).
Como fuere, la fría Suecia le tendría deparada a Vallejo otro tipo de reconocimiento, incluso más especial: el del homenaje creativo, el del arte que nace y crece por el arte. Tal fue el caso de Tomas Tranströmer —él sí Nobel de Literatura en el año 2011, él sí—, quien murió hace muy pocos meses y que durante los años sesenta, una de las décadas más sólidas de su carrera poética, descubrió al vate peruano. Así lo ha contado más de una vez el traductor español Francisco J. Uriz, quien en 1962 publicó, junto con Artur Lundkvist, “Kondor och Kolibri (Cóndor y colibrí)”, una antología de poesía latinoamericana que incluía a Jorge Luis Borges, Vicente Huidobro, Jorge Carrera Andrade, y a los peruanos Alberto Hidalgo y, cómo no, César Vallejo. Un libro que Tranströmer leyó por aquellos años y que influyó directamente en su obra. No es raro encontrar en sus poemarios de aquella época líneas que parecen traslucir escenas vallejianas, por decir lo menos. “He aquí el retrato de un hombre que conocí./ Sentado a la mesa, el periódico abierto./ Los ojos se cierran tras las gafas./ El traje lavado con brillo de pinar” (“Retrato con comentario”, de “Tañidos y huellas”, 1968).
Cuenta Uriz, además, que en una de las últimas ocasiones en las que se cruzó con Tranströmer, ya en el nuevo siglo, el Nobel le contó que había encontrado su vieja edición de “Kondor och Kolibri” y, dentro de ella, un poema suyo olvidado, que seguramente escribió por esos años —no tenía título ni fecha—, y que cerraba con estos versos: “La presencia de la belleza/ puede ser peligrosa./ La ausencia de la belleza/ es mortal”. Pocos años antes de morir, Tranströmer le dio una copia del libro a Uriz, pero solo una versión digital dentro de un disco. No quería desprenderse de su ajada y amarillenta antología. “Muy bueno Vallejo”, le dijo antes de despedirse. Un poema hecho películaVarias décadas después, otro sueco quedó igual de impactado por la poesía de Vallejo. Fue el cineasta Roy Andersson quien filmó una película dedicada al peruano y construida en torno a uno de sus poemas. La cinta es “Canciones del segundo piso” y el poema en cuestión es “Traspié entre dos estrellas”, del póstumo y extraordinario “Poemas humanos”. “Lo leí en sueco, en un pequeño libro a fines de la década de los setenta”, ha dicho Andersson. Es muy probable que el libro al que alude haya sido “Kondor och Kolibri”, pues incluía la traducción de “Traspié entre dos estrellas” (“Snubblande mellan två stjärnor”).
“¡Hay gentes tan desgraciadas, que ni siquiera/ tienen cuerpo [...]”, empieza diciendo Vallejo en este poema “de hondura tragicómica incomparable”, como lo ha descrito el crítico Ricardo González Vigil. Y hay una correspondencia clara con la película de Andersson, que se presenta como una aproximación surrealista y burlesca a un grupo de personajes en apariencia anodinos, pero marcados por una desgracia patética, que provocan tanto risa como llanto. El filme del director sueco —el segundo de una trilogía fascinante sobre la existencia— está compuesto por viñetas sueltas, situaciones azarosas e imágenes inconexas que, en su aparente delirio, nos estrellan de cara contra nuestra propia (y deprimentemente verdadera) realidad. Después de todo, ¿no es eso lo que Vallejo ensayó en cada línea de “Trilce” y liquidó en cada uno de sus “Poemas humanos”?
“También para Vallejo los seres humanos son desgraciados —confiesa Roy Andersson—, pero él nos dice que los amemos, porque son vulnerables. Igual que él, me aplico a la descripción del hombre: a veces, es calvo y no lleva sombrero; otras, se pilla un dedo con la puerta u olvida su infancia. Es un poco más que un animal. Como Vallejo, yo quiero al hombre con pesadumbre”. Y así fue como, desde la improbable Suecia, dos artistas secuestraron a un peruano, lo leyeron como a un hombre, y lo quisieron como a un gran hermano. Será por eso que lo llaman síndrome de Estocolmo.