“Fue como ingresar a un nuevo mundo o cruzar una noche verdosa”, dice el investigador Brian S. Bauer. La comunidad de Espíritu Pampa está ubicada entre los ríos Chaupi y Concevidayoc, en la selva profunda del Cusco, donde unas cuantas familias se dedican al cultivo de la yuca, el choclo, la caña de azúcar y la coca en una vasta región amenazada hoy por el narcotráfico. Los rayos del sol se filtran por las altas copas de los árboles, y proyectan en el bosque diversas tonalidades de verde que cambian durante el día hacia el amarillo o el marrón. Después de unas horas de caminata por esta región, se llega hasta unos muros de piedra que son los últimos vestigios de Vilcabamba, la ciudad perdida de los incas, que fue quemada por su último soberano para evitar que fuera saqueada e invadida por los españoles. En esta inexpugnable zona subtropical, los últimos descendientes de Manco Inca se resistieron a ser conquistados y formaron un gobierno autónomo que sobrevivió por 35 años, entre 1537 y 1572.
Para los arqueólogos e investigadores, Vilcabamba ha sido siempre un enigma, una especie de eslabón perdido que ha sido buscado con tesón para saber cómo era la vida en los días finales del incario. El antropólogo Brian S. Bauer y los arqueólogos Javier Fonseca Santa Cruz y Miriam Aráoz Silva publican ahora un libro —“Vilcabamba y la arqueología de la resistencia inca”— que reconstruye la historia y da cuenta de distintos hallazgos realizados en esta región a partir de excavaciones individuales y de proyectos llevados a cabo por la Dirección Desconcentrada del Ministerio de Cultura del Cusco, en sitios como Vitcos, Espíritu Pampa, Tendi Pampa o Yurak Rumi, todos ubicados al otro lado de la cordillera, y que fueron levantados a salto de mata por una nobleza quechua en el exilio.
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Después de la muerte de Atahualpa y de la caída del Cusco, un grupo de nobles cusqueños se negó a aceptar la hecatombe. Manco Inca, quien antes había colaborado con los españoles, se sublevó contra ellos en 1536 y se vio forzado a huir luego a una región montañosa conocida entonces como Vilcabamba.
Las huestes rebeldes ocuparon primero la ciudad de Vitcos y, cuando esta fue atacada y saqueada por los españoles, escaparon hacia las partes altas de la montaña. Ahí levantaron diversos emplazamientos y sentaron las bases de un gobierno independiente que puso en jaque al poder español.
Manco Inca logró salir victorioso en varios enfrentamientos , pero su suerte cambiaría alrededor de 1544. Entonces, Gonzalo Pizarro se había levantado contra el rey de España—los conquistadores también vivían su propia guerra civil— e iniciado una serie de asonadas en el Cusco. Según cuenta Bauer en el libro, uno de estos grupos de españoles sublevados llegó a ser acogido por Manco Inca en Vilcabamba. A pesar de los buenos tratos recibidos, los hombres terminarían conspirando contra el inca y tramando su asesinato.
Titu Cusi Yupanqui era un niño cuando vio morir a su padre, quien fue atacado sorpresivamente con puñales y cuchillos (“Ellos eran siete y mi padre no tenía arma ninguna”, contaría después). En estas circunstancias, su hermano mayor, Sayri Túpac, tomó el poder y, a diferencia de su padre, buscó desde un inicio negociar con los españoles. Luego de conversaciones entre emisarios de ambos bandos se acordó una reunión entre el nuevo inca y el virrey en Lima. En octubre de 1557, Sayri Túpac salió de Vilcabamba con un gran séquito rumbo a la lejana y desconocida capital del virreinato. Aquí se entrevistó con el virrey Andrés Hurtado de Mendoza y, después de aceptar ser bautizado, le fue concedido el repartimiento de Yucay, unas tierras que antes habían pertenecido a su abuelo Huayna Cápac.
El inca regresó triunfal al Cusco, aunque este acuerdo no puso fin a las hostilidades. Las cosas se complicaron con su repentina muerte, pues las negociaciones volvieron a fojas cero. Su sucesor, el ya joven Titu Cusi Yupanqui, recibió en los siguientes cinco años a diversos emisarios para tratar de reanudar el diálogo —uno de ellos, Rodríguez de Figueroa, contó que en las afueras de Vitcos pudo ver las cabezas descompuestas de los españoles que habían matado a Manco Inca.
Finalmente, Titu Cusi aceptó también ser bautizado y llegó a autorizar la llegada de dos agustinos a Vilcabamba —los frailes Marcos García y Diego Ortiz— para levantar precarias iglesias y catequizar a los indios.
Sin embargo, el choque de creencias echó más leña al fuego. El punto de quiebre se dio cuando García, Ortiz y algunos indígenas conversos incendiaron el adoratorio de Yurak Rumi. Y aunque el joven inca llegó a tiempo para restablecer el orden y salvar a los religiosos de ser asesinados, ya nada volvió a ser igual. Cuando visitaba la ciudad de Vitcos, Titu Cusi enfermó repentinamente y murió sin poder ser auxiliado por sus aliados españoles. Sus exaltados seguidores no solo dieron muerte al fraile Ortiz, sino también a un emisario enviado por el virrey Toledo para negociar la paz. Ahí se terminó todo acercamiento.
A inicios de 1572 la corona organizó una gigantesca expedición militar —apoyada por las etnias Cañari y Chachapoya— para terminar con el último bastión de los incas. Antes de ser capturado y ejecutado en el Cusco, el 24 de setiembre del mismo año, Túpac Amaru, el último hijo de Manco Inca, ordenó quemar todos los sitios de Vilcabamba para evitar que cayeran en manos de sus enemigos. Así esta ciudad perdida entre las cumbres pasó a ser solo una leyenda.
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Cuando Hiram Bingham llegó al Cusco en julio de 1911, buscaba la ciudad perdida de los incas. Según consigna en sus cuadernos de viaje, recorrió Vilcabamba, llamada ya Espíritu Pampa, y excavó cerca del adoratorio de Yurak Rumi, pero no le prestó atención. En su camino, se había topado con una ciudad majestuosa, escondida entre la maleza, que los lugareños llamaban Machu Picchu.
Como describen los autores de “Vilcabamba y la arqueología de la resistencia inca”, se tuvo que esperar recién hasta la década de 1970 para iniciar estudios arqueológicos en esta región, sobre todo a partir de las expediciones del viajero Gene Savoy y del historiador John Hemming, quien demostró con archivos y documentos que efectivamente Espíritu Pampa era la antigua Vilcabamba.
En este libro, Bauer, Fonseca Santa Cruz y Aráoz Silva relatan sus excavaciones en la zona en el 2008, 2009 y 2010; consignan sus hallazgos en Vitcos, Yurak Rumi y en espacios denominados La Kallanca, el sector sureste y el núcleo monumental —15 hectáreas de edificios, plataformas, canales y terrazas que apenas son unos puntos oscuros entre la maleza—. En estos lugares, los autores destacan el patrón de construcción inca, pero se sorprenden del hallazgo de tejas de origen español, lo que evidencia la fusión cultural hasta en un espacio de resistencia como Vilcabamba. Además, entre los cientos de fragmentos de cerámica recuperados, llama la atención la cantidad de cántaros destinados a la ‘producción masiva’ de chicha. Al parecer, los días duros de la guerra no fueron obstáculo para que los últimos incas libaran por sus antiguos dioses en busca de ese triunfo que nunca llegó.