Dejó la moto junto a un poste de luz, entró sin hacer ruido a la oficina. Los seres humanos se habían dispersado; solo quedaba la hermandad de máquinas y leds tintineantes, zumbando su respiración. No distinguía claramente los contornos, los espíritus macizos de las cosas; se sentó en su escritorio a esperar que su energía se terminase. Apoyó las manos sobre la melamina del escritorio: sentía náuseas, el magma de sí mismo decidiéndose por qué agujero explotar. Tomó un poco de agua, buscando calmarse.
Se imaginó vomitando la Mac de Melina, el sistema nervioso de la oficina transmitiendo el ácido a todas las terminales, abrasando los circuitos, integrándose en un engrudo de desperdicios biológicos hasta que la fuente eléctrica implosionaba en un seco resplandor. Con el codo rozó el trackpad, la pantalla se iluminó: en helvética verde se leía “El 2020 nos encontrará Hackers or Dominados”. Su frase de cabecera, que ahora era el mantra de Santi Pando. Salió como había entrado, sin encender la luz ni dejar un rastro; en la avenida Juan B. Justo, los edificios ulularon sobre él.
Esa noche Saturno vagaba tan cerca del hemisferio sur que sus anillos podían verse a simple vista desde el suelo humano, pero el cielo parecía atorado por gigantescos gatos de Angora encimándose unos sobre otros y Cassio caminaba sin ver, la cabeza volcada hacia el suelo. Reproducía un camino conocido, avenida Córdoba hasta dejarse caer por la pendiente perpendicular Serrano. Se sentó en un bar; sus ojos celestes se encapotaron bajo las luces rojas, las baldosas de líneas de código apagándose en null.
Era Mundo Bizarro, antro favorito durante su auge hackeril. En Bizarro había compartido alcoholes recreativos con sus camaradas del delito más augusto de la época, cuando la elite de la información era demasiado autosuficiente para evangelizar reclutas.
Reconocía todo: el kitsch satanista, la psicodelia de juguete, el barman histórico Piñata, la dueña flaquita del bar; en un extremo de la barra, el dealer de merca usual. Una pantalla ocupaba toda la pared, con la versión original de “El planeta de los simios”; sonaba fuerte “Cramps Stomp”, de The Cramps. Los simios aguerridos gesticulaban como detrás de un gran vidrio; de este lado del mundo la gente también movía los labios, sin emitir sentido. Había otros seres de su edad, atravesando el Everest de su poderío cerebral, acaso desperdiciando su vida sináptica tan idiotamente como él. Los grandes descubrimientos matemáticos irrumpen en las ciénagas cerebrales antes de los 25; a los 24, Cassio era ya un veterano de guerras numéricas, si bien solo él y una pequeña cofradía podía recordarlas, restañando de gloria en las zonas violetas de la mente amplia a la que pertenecían. Cassio no estaba en camino de imponer su nombre a ninguna ley criptográfica, no había siquiera un Espacio Brandão da Silva en preparación; aún no había hecho nada épico en sociedad con sus poderes. Su vida mental se alejaba de él como un pulpo, escurriéndose tras una nube de tinta negra. En la biografía de Nikola Tesla, el único regalo que conservaba de su padre, había leído que o inventor, é generalmente incomprendido e nao recebe recompensa. Mais ele encontra ampla compesanção por saber que pertence à clase excepcionalmente privilegiada sem a qual a raça teria perecido há muito na dura luta contra os elementos. Pidió una cerveza y un shot de Glenlivet, sabiendo que su cuerpo no lo toleraría, preparando el entumecimiento por venir. Que el alcohol oxidara sus terminales, como esas supernovas cansinas que se diluyen en enanas blancas y azules, millones de años condensados en un par de horas (el tiempo humano en la Tierra) hacia la serena depresión que lo dejaría semanas en la cama.
Un flash lo distrajo. Los ojos enormes de los simios se fijaron en Cassio durante algunos segundos.
Cassio parpardeó. Alto, de facciones alargadas y ojos azules, la cara de Max Lambard apareció iluminada por el led.
Cassio se acordaba perfectamente de todas las veces que lo había visto, y de todos los lugares donde le dijeron que él había estado también. La primera vez, en “MendozaConch”, una conferencia de hackers en un bar de Maure y Luis María Campos, cuando Cassio era apenas un hongo humano de trece años. Max y sus secuaces formaban TLO, Tetrakis Legomenon, el grupo responsable de los desastres más distinguidos en las sombras de los años noventa. Se les adjudicaba un sinnúmero de golpes, aunque no los habían podido agarrar nunca; eran una especie de leyenda. Esa noche, mirando el campeonato de TCP/ IP, Cassio no se animó a entrar en la competencia pero tomó tequila por primera vez. Su estado de catatonia emocionada lo había tomado por sorpresa. Los TLO controlaban parte de Satanic Brain. Fuera de la logia dura, los miembros de TLO eran estrictamente anónimos, como correspondía a los estamentos insignes de la elite; solo los inferiores eran traceables, legibles por la mendacidad policíaca. Eran unos años mayores que él, y consideraban al grupo de Cassio, los DAN poco menos que insectos advenedizos. Aludían a ellos como los “por el culo se las DAN”; compelidos por el odio, los DAN intentaban hackear Satanic Brain y hacerse con el control de las computadoras de TLO, sin éxito comprobable. La guerra de trincheras de DAN era retribuida con invulnerabilidad y desdén por TLO. Ya más grandes, en Exactas, Max (que cursó un par de años Física y Biología, y luego dejó) le había ganado varios partidos de ping-pong en la facultad, sin que Cassio se atreviera a revelar su identidad. Quería pensar que Max Lambard también sabía perfectamente quién era él, que el desprecio era apenas una fase juvenil de un esprit du corps más omnisciente y universal.
De hecho, habían hablado una vez. Un afterparty en Defcon, la conferencia de hackers de Las Vegas, allá por el 99. Ese año, Cassio y Luck habían ganado dos series de combates: “Core Wars”, donde programas enemigos combaten por el control de una computadora llamada MARS, y “Capture The Flag”, un clásico de la estrategia militar; el trofeo era un pedazo de chip de la consola general de Defcon, y esa noche victoriosa Cassio y Luck se pasearon por el afterparty con el pedazo de chip fluorescente al cuello, paladeando el estatus que ese trozo de la conferencia les confería ante sus pares; era el pico de la gloria conocida, era antes de que las poolparties de Defcon se llenaran de chicas en bikini y otros seres identificables como del sexo femenino. Los hackers argentinos convergían entre sí, la cerveza fluía entre rumanos, canadienses, rusos, brasileros, eslovacos y yanquis de sendas costas. El contexto planetario del crisol de razas hackeriles y el fin del milenio eran propicios para sellar la paz entre los históricos TLO y los triunfales DAN.
Max estaba con Wari, con una remera del código de intrusión SSH, y Riccardo, que tenía el pelo azul, Cassio se acordaba perfectamente de la conversación: el código es ley, porque el código rige la conducta, pero ¿qué pasa si empezamos a escribir código que ya no podemos leer? Los algoritmos son como una nueva especie adaptativa, una ralea potencialmente superior al resto de las especies, porque adquieren la forma de la verdad muy rápido y se mezclan con ella, son el medio y el mensaje; quizá comparable a la virtud arrasadora de la palabra escrita en el pasado bíblico, los algoritmos son capaces de volverse reales hasta empezar a regir la realidad de los demás. Pero si los algoritmos han sido suficientemente brillantes en su ejecución y creación, es casi justo que tengan su vida independiente… El tema descarriló rápidamente a chistes impolíticos sobre el aborto, perfiles de futuros ecoactivistas del derecho a la vida algorítmica, y se disolvió; a unos metros de ellos, unas chicas contratadas bailaban ula ula.
Novela: “Las constelaciones oscuras”Editorial: Random HousePáginas: 240Precio: S/. 65.00
Vida & obraPola OloixaracNacida en Buenos Aires, 1977, estudió Filosofía en la UBA. Traductora y colaboradora de distintas revistas y diarios, es editora de The Buenos Aires Review, publicación bilingüe especializada en literatura americana contemporánea. En el 2008 remeció la narrativa argentina con la aparición de “Las teorías salvajes”, novela traducida a seis lenguas. También es autora del libreto de la ópera “Hércules en el Mato Grosso”. Su segunda novela, “Las constelaciones oscuras” —que incursiona de manera singular en la ciencia ficción—, se presenta este viernes 31 de julio en el auditorio Ciro Alegría de la Feria del Libro de Lima.