Francisco Bolognesi se le asignó un lugar privilegiado en la Lima de inicios del siglo pasado para eternizar su memoria. En solemne acto, celebrado el 5 de noviembre de 1905, el presidente José Pardo y Barreda inauguró la elegante plaza Bolognesi, que alojó el monumento al héroe de Arica, diseñado por el afamado escultor español Agustín Querol. La ceremonia, además, fue realzada con la presencia del militar argentino Roque Sáenz Peña, futuro presidente de su país, quien vino en visita oficial. Como sabemos, Sáenz Peña luchó al lado de Bolognesi en la gesta de Arica. Años más tarde, el 30 de julio de 1951, el régimen del general Manuel A. Odría develaba, en acto menos imponente, un sobrio monumento a Andrés A. Cáceres, obra del artista nacional Luis Felipe Agurto, en una plaza del distrito de Jesús María.
Las ciudades están cargadas de simbolismos, y suelen reflejar, por la nomenclatura de sus espacios públicos, el lugar que ocupan en la memoria ciudadana los protagonistas de la historia nacional.
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De no haber estallado la guerra de 1879, Bolognesi hubiera sido un desconocido para los peruanos. Su nombre, quizá, habría figurado en alguna erudita historia militar, como el coronel que viajó a Europa con la misión de comprar los cañones que sirvieron de artillería en la defensa del Callao durante el Combate del 2 de Mayo (donde no llegó a participar). El haber sido hijo de un músico italiano, estudiar contabilidad o comercializar café, como indica su biografía, tampoco lo habrían colocado en los libros de historia.
No podríamos decir lo mismo del héroe de la Breña, a quien encontramos en la escena política desde joven, además de dedicarse a sus deberes militares o negocios particulares. Fue desterrado a Chile por oponerse a los pactos que el gobierno de Pezet realizaba con España para evitar la guerra, y peleó en el Combate del 2 de Mayo. Asimismo, apoyó el proyecto civilista de Manuel Pardo: reaccionó contra la revolución de los hermanos Gutiérrez y se enfrentó a los afanes revolucionarios de Nicolás de Piérola. En mérito a ello, recibió la prefectura del Cusco, cargo que ocupaba en 1879, cuando Chile invadió el litoral boliviano. Al margen de la guerra, Cáceres tenía un futuro político. No era difícil, entonces, imaginarlo de ministro, congresista o, incluso, de aspirante a la presidencia en lo que le restaba al siglo XIX peruano.
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Bolognesi era un jubilado de 63 años cuando estalló la guerra. Su sentido del honor y del deber lo hizo empuñar las armas y luchar por las provincias del sur. Asistió a la derrota de San Francisco y a la victoria de Tarapacá, y se le encargó la comandancia general de Arica. Su labor fue encomiable, sin quejas por las precarias condiciones del personal a su mando. Hasta que vino su momento de gloria. El 5 de junio de 1880 se negó a rendir su plaza y prometió defenderla hasta la última bala. Ello ocurrió dos días después, cuando cayó, junto a 900 peruanos, defendiendo el Morro de Arica.
Cáceres había nacido en Ayacucho y hablaba quechua además de español. Tenía 47 años y el grado de coronel cuando tuvo que alistarse para acudir a defender el sur en San Francisco, Tarapacá y Alto de la Alianza. Cumplió con su deber. Perdida la campaña del sur y ya derrotado el ejército, empezó a destacarse en la Resistencia, primero en Lima, combatiendo en San Juan y Miraflores. Cayó herido y fue protegido por los jesuitas en el convento de San Pedro. Ya como general, declinó la presidencia del país y respaldó el Gobierno de la Magdalena.
Y es aquí que empieza a escribirse su leyenda. En la sierra central, ante la claudicación de los terratenientes, los campesinos se habían alzado contra los chilenos. Faltaba darle dirección militar a esa resistencia. Así nació la Campaña de la Breña, una movilización popular y nacionalista que Cáceres condujo a victorias importantes. Los chilenos nunca pudieron doblegar al ahora mítico Brujo de los Andes. Con el apoyo de las comunidades campesinas, simbolizó el orgullo nacional y se opuso a la rendición de Ancón.
Debió morir en Huamachuco, piensan algunos, pero Cáceres sobrevivió, y la política lo volvió a humanizar. Rompió con los campesinos para lograr el apoyo terrateniente y conseguir la presidencia tras una guerra civil contra Iglesias; firmó el polémico Contrato Grace; y desató otra guerra civil en 1895 por reelegirse ilegalmente. Luego tuvo que aceptar la rendición.
Ya muy anciano, el gobierno de Augusto B. Leguía quiso reivindicarlo. Le dio el bastón de mariscal, lo hizo participar en las celebraciones del Centenario y le obsequió una residencia. Cuando murió en 1923, Bolognesi era ya el soberano entre los héroes del ejército peruano. Hasta hoy.