Un escritor y buen amigo —que prefiere mantener su nombre en reserva— me dijo, al ser consultado para esta nota, que el temor por la página en blanco no era nada en comparación con el temor que sentía al momento de dar un autógrafo. “Si es para una persona que conozco y estimo,pienso en la imposibilidad de capturar nuestra amistad en pocas palabras. Si es para un público que no conozco, creo que no siempre acuden a mí las expresiones adecuadas para agradecerle por acercarse a mi trabajo”.
El escritor Fernando Iwasaki, más resuelto, confiesa que dedicar un libro le parece algo muy especial. “Los lectores que se acercan desean que les escribas algo único. Por eso agrego dibujos o alguna frase que salga de una pequeña conversación. Cuando los que esperan una firma son estudiantes muy jóvenes, me propongo ser más personal. Como lector no suelo pedir autógrafos, aunque sí los recibo como amigo. En este momento de mi vida, el único autógrafo que me encantaría tener sería el de Paul McCartney”, dice.
Una dedicatoria de José María Eguren a Ventura García Calderón que data de 1929 es el autógrafo que más atesora el escritor Fernando Iwasaki. "Compré aquella edición de Amauta en el remate de una biblioteca universitaria de Estados Unidos", dice.
Testimonios
Hoy, cuando los ‘selfies’ parecen haber reemplazado a los autógrafos, volver a estos últimos tiene un valor especial. El mismo Iwasaki considera que los autógrafos pueden ser testimonios de una época cuando se dan en el contexto de una amistad, complicidad o admiración. Prueba de ello son los autógrafos que resguarda la Biblioteca Nacional del Perú (BNP) en sus estantes, pero, sobre todo, en su bóveda, la cual fue gentilmente abierta para nosotros a propósito de esta nota.
En ella se encuentran ejemplares firmados que sirven, por supuesto, de registro de una rúbrica. Sin embargo, en los autógrafos que incluyen dedicatorias están los verdaderos tesoros. Por ejemplo, un ejemplar de “Tradiciones de Cuzco” (1852), de Clorinda Matto dedicado a Ricardo Palma. En el autógrafo, la escritora cusqueña dice “Señor Ricardo Palma, en prueba de la invariable amistad de su discípula”. La relación amical entre ambos ha quedado sellada en afectuosas dedicatorias y correspondencias, donde siempre ella se ubica en el lugar de la aprendiz del maestro .
O un autógrafo de Martín Adán al periodista Ricardo Martínez de la Torre en una primera edición de “La casa de cartón” (1928), fechado el 18 de julio de 1929, reza: “Para Ricardo Martínez de la Torre, este ejemplar clandestino de una edición malograda con la protesta política, clerical y civilista, así como con la simpatía personal”.
Que la BNP tenga la custodia de colecciones como las de Raúl Porras Barrenechea o José María Eguren encierra también testimonios valiosos como los que revelamos en la gráfica que abre esta publicación.
Más que curiosidades
Sarah Bond, especialista en Historia y Arqueología Clásica de la Universidad de Iowa, declaró a la BBC que el génesis de los autógrafos se ubica en la antigüedad. “En el mundo griego y romano se utilizaban anillos de sello que se convirtieron en piezas extremadamente populares porque eran un distintivo. Y muchos de ellos se pasaban de padres a hijos”, explicó.
En el libro “15 minutos sobre... autógrafos”, el autor Danley Hangman reúne más datos curiosos. Por ejemplo, señala que en la Edad Media se comenzaron a coleccionar las firmas de los santos y los apóstoles, lo que se convirtió en una moda que duró varios siglos.
En la actualidad, los autógrafos se han convertido en objetos de culto y colección, algunos de ellos son subastados por unos pocos o unos miles de dólares. Según Hangman, esto depende de la rareza del autógrafo, su estado físico, el autor o autora y la autenticidad. Los más cotizados en el mercado, siempre según esta publicación, son el de JFK, Marilyn Monroe, Neil Armstrong, William Shakespeare, Albert Einstein o los Beatles. Uno de estos últimos ha sido subastado a nada menos que US$408.000.
Otros se encuentran como tesoros ocultos en librerías de viejo. Así llegó a las manos del escritor Pierre Castro la primera edición autografiada de “Teatro”, de Julio Ramón Ribeyro, cuya fotografía —cedida por el hoy dueño del ejemplar— nos revela una cariñosa y juguetona dedicatoria de nuestro cuentista a Carmen. Sospechamos que para Carmen debió ser difícil desprenderse del libro. Pero quien quiera que seas, Carmen, gracias por compartirlo.
Por aquel entonces yo iba a muchos recitales porque casi todos mis amigos eran escritores y porque al final repartían vino y yo tenía sed. Lo que no siempre tenía era dinero para comprar los libros. Cuando el poeta era un amigo te regalaba el poemario y luego tú le regalabas el tuyo o le invitabas unas chelas en un bar de Quilca. Pero yo a Juan Carlos Mestre no lo conocía en persona. Me había bastado escucharlo leer su poema "Cavalo Morto" para seguirlo hipnotizado. La presentación de su libro Un poema no es una misa cantada fue una noche en la Casa de la Literatura. La edición de Lustraeditores era muy bonita y escapaba de lejos a mi presupuesto. Sin embargo, mi amigo Víctor Ruiz estaba tan orgulloso de haberlo publicado que me lo dio emocionado y me dijo: "ya luego me lo pagas". Aquello hubiera sido más que suficiente para hacer de esa una gran noche, pero cuando formamos la fila para que el poeta nos autografiara los libros, sucedió algo insólito. Juan Carlos Mestre sacó de su morral una cajita de acuarelas, un estuche de pinceles y un frasquito de agua. Con gran cuidado ordenó todo sobre la mesa del auditorio y entonces volteó sonriente hacia la primera persona de la fila. ¿Qué es lo que más te gusta? le preguntó mientras sostenía su pincel sobre el libro abierto. Cuando llegó mi turno le dije: la música y lo vi pintar esto delante de mis narices. (Pierre Castro Sandoval)
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