Por Hernán MigoyaEran esos tiempos salvajes e ingenuos en que toda la preparación física del héroe antes de emprender una nueva misión consistía en rebajar a la mitad su consumo de 60 cigarrillos diarios; en los que no dudaba a la hora de matar sin compasión a sus enemigos, villanos grotescos cuyos motivos ‘malvados’ jamás eran comprendidos o relativizados; en los que los personajes femeninos cumplían a menudo una función de reclamo erótico y el protagonista también, al recibir desnudo palizas y torturas tremendas a las que a ningún lector se le ocurría buscar un trasfondo freudiano... ¡Unos tiempos en los que el espía proclamaba allá donde iba su nombre real!
El culpable de esas imposibles fantasías heteros masculinas, tremendamente adictivas y trepidantes, fue Ian Fleming, de cuyo nacimiento se celebra mañana su 110 aniversario. Constantemente cuestionado en vida como autor de calidad (los insultos y menosprecios que recibió de sus colegas coetáneos lo hacían poco menos que el Paulo Coelho del pulp), paradójicamente casi toda la prensa especializada reconoce hoy su importancia en el desarrollo de la literatura de género negro y espionaje, o de entretenimiento en general, mientras su principal fuente de críticas las genera el sexismo asociado a su personaje, especialmente en su traslación a esa fórmula de escaparatismo de chicas Bond que lo popularizó en la gran pantalla.
Pese a ello, la “literatura de quiosco” de Fleming ha vendido más de cien millones de ejemplares en todo el mundo, y su héroe, James Bond, es el más popular y longevo de Hollywood, hito que alberga doble mérito al tratarse de un personaje inglés.
Pero ¿quién fue este pituco mujeriego, fumador empedernido y amante del sadomasoquismo, que dio tumbos por la vida hasta encontrar en la literatura la fuente definitiva de su fama y fortuna?
—Del acoso a la expulsión escolar—Nacido en Londres el 28 de mayo de 1908, Fleming era nieto de un financiero escocés e hijo de un miembro del Parlamento británico que murió bajo la metralla alemana durante la Gran Guerra. Desde 1914, el muchacho estudió y conoció el acoso escolar en la Durnford School; de esa institución pasó al Eton College, donde solo destacó como atleta; más tarde entraría en la escuela militar de Sandhurst: su estilo independiente y alocado no fue bien recibido, y en 1927 lo expulsaron tras contraer gonorrea con una prostituta. Finalizó sus estudios en Austria, en un colegio privado para chicos ricos y problemáticos cuyo director había trabajado en el MI-6, el servicio secreto inglés. Allí, Fleming quedaría fascinado con las mujeres judías y disfrutó la disipada moral germánica.
La relación con Evelyn, su madre, era controvertida y dependiente a un tiempo: en 1931, gracias a las influencias de ella, consiguió un puesto de redactor en la agencia de noticias Reuters. Pero aceptar tales favores implicaba someterse a un férreo control materno, y ese mismo año Evelyn le obligó a romper con su primera prometida. Fleming tuvo que lamer sus heridas viajando a Moscú como enviado especial. Y, en 1933, casi logró una entrevista personal con Stalin... casi.
Como el periodismo tampoco le deparaba ningún éxito reseñable, Fleming se plegó de nuevo a los deseos de Evelyn e incursionó en la tradición banquera familiar, y después como corredor de bolsa: fracasó en ambos ámbitos.
Por suerte para él, llegó la guerra.
—La forja de un vividor—El clima prebélico que llevó a la Segunda Guerra Mundial sirvió para que Fleming encontrara algo útil que hacer con su vida: en mayo de 1939, de nuevo sin méritos que lo justifiquen, entra como asistente personal de John Godfrey, director de Inteligencia Naval. De allí saldrá ascendido a comandante.
Con el estallido del conflicto armado, Fleming propone varios planes de espionaje en los que ya demostraba sus dotes para la imaginación y la metáfora: en uno de ellos, el “Memorando de la trucha”, compara la lucha contra el adversario con la pesca con mosca. También incluye la idea de plantar un muerto “infiltrado” en el frente enemigo con información falsa (un presunto paracaidista accidentado) para despistar a los alemanes, y sugiere la obtención de un cadáver a ser posible “fresco”. Su idea no prosperará.
Ello no lo desanimó: su penúltima ‘hazaña’ consistirá en formar una unidad de comandos de inteligencia, la 30 Unidad de Asalto, dedicada al robo de documentos sensibles en el frente. Con ella obtuvo varios éxitos pese a su impopularidad entre los propios miembros, quienes no veían con buenos ojos que él los denominara “sus pieles rojas”. También contribuyó a la formación de la Fuerza T, otra unidad consagrada a escoltar y vigilar tanto documentos como personal en territorio liberado.
Su actividad durante ese período (“No pude haber tenido una guerra más interesante”, llegó a declarar) no solo nutrió de argumentos un montón de sus futuras novelas, por más que la tarea de Fleming discurriera siempre entre despachos; también le ayudó a descubrir Jamaica, donde más tarde instalaría Goldeneye, su residencia de verano, y hasta le proporcionaría una condecoración en Dinamarca por ayudar a oficiales de ese país a escapar a Gran Bretaña tras la ocupación nazi.
—El precio de ser un narcisista—El relumbrón militar no le alcanzó sin su contrapartida trágica: su novia de entonces, la modelo Muriel Wright, murió durante uno de los bombardeos a Londres. El suceso sorprendió a Fleming en compañía de su amante, Ann Charteris, y tuvo que viajar por la noche a identificar el cadáver.
Con la vida civil llegó su momento de sentar cabeza: por un lado, se colocó como responsable de coordinaciones extrajeras del poderoso diario The Sunday Times; por otro, al fin decidió casarse con Ann, mujer de la alta sociedad con quien había mantenido relaciones durante los dos matrimonios de ella con sendos lores y el noviazgo de él con Wright. De hecho, la mansión Goldeneye había sido su nido de adulterio, al calor de los tres meses de vacaciones estivales que Fleming se tomaba del trabajo para pasarlos en Jamaica: con el pretexto de visitar al vecino, el célebre dramaturgo Noël Coward (una tapadera perfecta frente al esposo, pues Coward era gay), Ann Charteris hacía compañía a su complicado amante, de quien ya había alumbrado una hija que murió a las ocho horas de nacer. En Goldeneye fue engendrado otro hijo, Caspar.
Y allí también nació James Bond.
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—Hijo del miedo al compromiso—En el verano de 1952, y para no pensar demasiado en su inminente boda con una Charteris ya encinta (y, acto seguido, divorciada), Ian Fleming escribió a mano y en dos meses Casino Royale, el debut del agente secreto 007. La novela fue publicada en Gran Bretaña en 1953 y obtuvo un éxito instantáneo, dando pie a la tradición adoptada por Fleming de redactar una nueva aventura de James Bond por año, siempre durante los tres meses estivales en Jamaica y a razón de dos mil palabras por día.
Sin embargo, no fue hasta 1961 que la popularidad de Bond se disparó, convirtiendo a su autor en el más vendido en su género dentro de los Estados Unidos. ¿El motivo? El entonces presidente, el demócrata John F. Kennedy, declaró que Desde Rusia con amor era uno de sus diez libros favoritos. Con el lanzamiento de su primera adaptación al cine y Sean Connery encarnándole en Dr. No (1962), la universalidad de 007 quedó establecida.
James Bond sedujo a millones de lectores con sus novelas, pero no así a la crítica, que las halló terriblemente amorales y de pésimo gusto. Bond resultaba demasiado frío y expeditivo con sus enemigos y, además, no seguía las “buenas costumbres”, al cambiar de amante en cada aventura. Muchos críticos hallaron deplorable la combinación de sexo y violencia, y llegaron a acusar a su autor de sádico.
Y tan desencaminados no estaban...
—Liberal y sadomasoquista—Fleming y Charteris formaron desde el primer momento una pareja liberal: ella se encamaba en paralelo con el líder del Partido Laboral, el también casado Hugh Gaitskell; él, con quien se cruzara, desde una heredera del petróleo hasta una vecina... Llegó a intentar seducir incluso a Lois Maxwell (la famosa Miss Moneypenny de las películas de Bond) delante de su propia esposa. Además, los Fleming compartían fetiches y fantasías que incluían la flagelación.
Fuera del dormitorio, la única relación de fidelidad que Fleming mantuvo fue la del tabaco y la bebida: cada día tomaba una botella de ginebra y fumaba 80 cigarrillos. Nunca renunció a ambos placeres (“prefiero morir de trago que de sed”, bromeaba), ni siquiera después de su primer infarto. En 1956 le llegó el segundo y definitivo.
Su hijo Caspar tenía 12 años. A los 23 se suicidó con una sobredosis. Siete años más tarde, en 1981, murió Ann Charteris. Los restos de los tres reposan juntos.
Actualmente quien consideraba su obra “novelas de aeropuerto” cuenta con uno en Jamaica que lleva su nombre desde el 2011.
La ironía del asunto le hubiera complacido.
LAS AVENTURAS DE UN ESCRITOR DE NOVELA
—La calidad no importa—Más barbaridades que las que se han dicho del estilo literario de Ian Fleming es difícil encontrar en un escritor de su renombre y su época. El propio Fleming se resintió de estas críticas, que llegaron a afectar su estilo; así que hoy se sorprendería al saber que se le estima el 14 mejor escritor británico de todos los libros publicados desde 1945.
¿Dónde reside, pues, el secreto de las novelas de James Bond? En realidad, en la audacia de Fleming al escribir un cóctel de lujo, sexo y violencia con buen ritmo y sin miedo al escándalo. Sus novelas siguen el patrón tradicional: un héroe embarcado en una lucha contra un villano (caracterizado casi siempre por alguna deformidad, herencia del Fu Manchú de Sax Rohmer), con romance de por medio y la captura momentánea del protagonista con tortura incluida, hasta su victoria final. Pero, en su caso, el héroe y la heroína preferían acostarse y no casarse, y la tortura superaba la crueldad estándar de la novela común de entonces.
Sin entrar en la literatura negra más reputada (Hammett, Chandler, por no hablar de su rival John le Carré), Fleming mantuvo la suya en el terreno del serial pulp sin pretensiones pero con un sentido del entretenimiento insuperable.
—Un héroe (y un autor) no necesariamente simpático—Con 12 novelas (y dos compilaciones de cuentos), la saga literaria de James Bond causó hace medio siglo la ira de los sectores puritanos, y hoy logra la misma reacción en los progresistas: sus novelas son acusadas de sexistas, racistas y homofóbicas, por lo que es probable que un día no lejano sean edulcoradas o prohibidas. Sin embargo, ni todos sus personajes femeninos devienen tan anecdóticos y cosificados como sus versiones cinematográficas, ni el héroe pretendió nunca caer bien ni buscó la aceptación moral del lector, pues se acercaba a un modelo nuevo de antihéroe: un asesino eficaz al servicio del sistema.
—Una heroína tridimensional—Tal vez el mejor personaje femenino de toda la saga sea la melancólica Tiffany Case (Diamantes para la eternidad), una joven delincuente con nombre de caja de maquillaje, marcada por una violación múltiple en su adolescencia y que terminará siendo aliada de Bond. Su carácter independiente la lleva a pararle los pies desde un principio: “No voy a acostarme contigo..., así que no malgastes tu dinero en emborracharme. Aunque voy a pedir otro trago y probablemente otro después. Pero no quiero beberme tus vodkas martinis bajo falsas pretensiones”.
Y así es: tras guiarlo a la puerta de su cuarto y besarle, Tifanny despide a 007 con una contundente frase (“¡Y ahora apártate de mí!”) y le cierra la puerta en sus narices.
Hasta el sociópata emocional que Bond cae rendido a sus pies.
El personaje de Tiffany Case, escrito con sensibilidad y ternura, prueba que Fleming sabía crear mujeres de ficción con carisma. Es una lástima que no apareciera en más novelas y que en la versión cinematográfica perdiera toda su formidable personalidad.
—Sexo libre—Fleming se defendió siempre de las acusaciones de hacer apología del libertinaje: “Bond conoce una chica por libro, aproximadamente. Es un soltero vocacional que se mueve rápido por el mundo. Personalmente, no veo qué hay de malo en ello”. Tampoco en que esos libros los lean adolescentes: “Y seguro que les divierten mucho. Mi hijo no los logra acabar, pero solo tiene 11 años y medio. Los encuentra insulsos”. Eso sí, evitaba narrar con palabras malsonantes: “Pero las uso a menudo cuando juego golf”.
—Otras novelas con Bond y sin Fleming—Tras la muerte de Fleming, otros autores tomaron el relevo: desde el prestigioso Kingsley Amis (Colonel Sun) al más rutinario John Gardner (16 títulos en los ochenta y noventa) y un esforzado Raymond Benson. Hoy, se puede escoger entre novelas protagonizadas por el Bond de los años sesenta (La esencia del mal, de Sebastian Faulks, o Forever and a Day, de Anthony Horowitz, precuela al canon y que aparecerá a finales de este mes) o actualizaciones del personaje a nuestros tiempos, a la manera de los filmes.
Por ejemplo, en Carta blanca ( 2011 ), el autor Jeffery Deaver no logra capturar la esencia de 007, pero a cambio nos regala un villano memorable, versión mejorada de los de Fleming: Severan Hydt, empresario holandés y propietario de Green Way Int., una multinacional de reciclaje. Se trata de un señor maduro obsesionado con la decadencia y la muerte hasta el extremo de que su pareja es una antigua Miss, hoy septuagenaria...
—El mejor Bond en el cine— Resulta fácil imaginar a un adolescente Steven Spielberg atónito ante Operación Trueno ( 1965 ), el filme de Terence Young cuya espectacular magnitud y sentido de la maravilla el director de E. T. supo recrear en Indiana Jones y el templo maldito ( 1984 ). Su protagonista, Sean Connery, fue el mejor 007; pero Daniel Craig se le acerca en Casino Royale ( 2006 ), de Martin Campbell, tal vez la mejor película de toda la franquicia Bond en la gran pantalla (y con seguridad la que posee los mejores créditos).
—Un Bond inverosímil—La figura del propio Fleming ha sido utilizada nada menos que en tres ocasiones para sendos telefilmes que trataron de otorgarle una dimensión bondiana, haciéndole protagonista de tramas de acción que guardan poca similitud con la realidad: la única que la respeta levemente es Goldeneye: The Secret Life of Ian Fleming ( 1989 ), con un meticuloso Charles Dance que logra conjurar la elegancia desapegada de Fleming. Un año después se rodó la simpática pero inverosímil Spymaker, protagonizada nada menos que por Jason Connery (sí, el hijo del primer Bond en el écran). Finalmente, el 2014 Fleming se centró más en la agitada vida sexual del escritor, de nuevo mal retratado por el plúmbeo Dominic Cooper.
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—Anécdota con Raymond Chandler—Británico hasta las cejas pese a su odio al té (“Es la causa de la caída del imperio”, dicen tanto él como Bond), Ian Fleming mostró una vez más su característica flema durante una entrevista que le reunió con su colega estadounidense Raymond Chandler. A la pregunta de cuánto tardaba en escribir uno de sus libros, Fleming contestó: “Dos meses”. Un perplejo Chandler comentó entonces: “Yo sería incapaz de escribir un libro en dos meses”, a lo que un sarcástico Fleming replicó de inmediato: “Por eso tú escribes mejores libros que yo”.
(Todas las novelas de James Bond se pueden encontrar gratuitas en su idioma original, por ser de dominio público, en www.gutenberg.ca)