Todavía recuerdo la mañana en que el recordado historiador Percy Cayo me dijo, como si me contara un secreto, que la Historia de la República del Perú no se habría escrito si Jorge Basadre no hubiera nacido en 1903 en esa Tacna ocupada por Chile. Cayo, uno de los discípulos predilectos de Basadre, sabía lo que decía, pues para el llamado Historiador de la República, el Perú fue primero una patria invisible, un territorio prohibido del que se hablaba a escondidas, y que él empezó a querer con la ilusión de las cosas que no se tienen.
El propio Basadre en Infancia en Tacna —pequeño volumen editado en 1959 y reeditado por Peisa en 2009— reconstruye esos primeros años de vida, cruciales para su futuro como historiador. El pequeño volumen se abre con estos versos de Dylan Thomas: “El balón que lancé al aire cuando jugaba en el parque todavía no ha llegado al suelo”.
Basadre recuerda la casa que su abuelo construyó en la plaza, desde donde podía ver las dos torres de la inacabada catedral como “mástiles orgullosos sobre un barco varado, sobreviviente de alguna silenciosa tempestad”. Y, cruzando esa plaza, rememora cómo aprendió sus primeras letras, casi de manera clandestina, en la vivienda de la maestra peruana Carlota Pinto de Gamallo, quien desafiaba a las autoridades chilenas que habían clausurado las escuelas peruanas en 1900.
Como se sabe, acabada la guerra en 1883, Tacna quedó bajo el poder chileno y, en esa primera década del siglo XX, su destino era incierto. El plebiscito que debía decidir su retorno al Perú no se había realizado y, en la pequeña ciudad, se respiraba —en palabras de Basadre— un clima de “chilenización” con la apertura de liceos, donde se aprendían la historia y el himno chilenos, y la persecución de antiguos funcionarios y sacerdotes peruanos, quienes eran vistos como sospechosos. Por eso, uno de los recuerdos más nítidos de la infancia del historiador fue “el paso prusiano de los soldados chilenos con sus decorativos uniformes y sus rítmicos desfiles perfectos por la plaza” cada 18 de setiembre.
La patria lejana
Basadre vivió en Tacna hasta los nueve años, pero, como él mismo deja entrever, sus recuerdos infantiles en esta ciudad lo acompañaron toda la vida: por un lado, el sentirse exiliado en su propia tierra y, por otro, las conversaciones que escuchó de sus mayores sobre lo que era el Perú, sobre las causas de la derrota con Chile, sobre ese país que solo podía imaginar desde lejos y que lo impulsaron en su carrera de historiador.
En una conversación con el académico Marcel Velázquez, el historiador Manuel Burga hace al respecto una interesante comparación entre Basadre y el Inca Garcilaso: “Él (Garcilaso) vivió sus primeros 19 años en el Cuzco, rodeado de sus tíos maternos, que eran generales del ejército inca que se preguntaban constantemente por qué habían sido derrotados. Probablemente, los familiares que rodeaban al niño tacneño se hacían la misma pregunta. El proyecto intelectual del Inca Garcilaso intenta contestar esa pregunta en el contexto del Renacimiento, en el que el género histórico era la crónica, que no exigía fidelidad en el relato. En el siglo XX, ya existía la disciplina de la historia; Basadre contestó esa pregunta escribiendo sobre la viabilidad y posibilidad de la nación peruana”, explica Burga.
En el capítulo final de Infancia en Tacna, Basadre escribió: “De niño, el Perú fue para mí, como para muchos, lo soñado, lo esperado, lo profundo, el nexo que unía la lealtad al terruño y al hogar que invasores quisieron cortar, la vaga idea de una historia con sus fulgores y sus numerosas caídas, y la fe en un futuro de liberación”.
Como cuenta el historiador, sus padres —Carlos Basadre Forero y Olga Grohmann—, a diferencia de otras familias, habían decidido quedarse a vivir en la Tacna ocupada “cueste lo que costare”, pero esos planes se trastocaron repentinamente cuando murió el padre en mayo de 1909. Tres años después, el futuro historiador, el último de los siete hermanos Basadre, ya estaba en Lima, donde seguiría sus estudios en el colegio alemán Deutsche Schule y luego en el Guadalupe. Volvería a Tacna esporádicamente, como en 1925 y en 1931, pero la ciudad resonaría siempre en su obra: esa idea del Perú como promesa más allá de sus abismos y crisis.
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