En su momento final, Bergman estuvo rodeado de mujeres, igual que durante toda su vida. Buscando probablemente, según su cuarta esposa, la pianista Käbi Laretei, la figura de su madre, a la que reverenciaba, a pesar de que ella nunca le dio muestras de afecto en su infancia. “Mamá es preciosa, la más hermosa de todas las personas que puedas imaginar; más hermosa que la Virgen María”, escribió el realizador en su novela “Niños del domingo” (Tusquets Editores), que narra la historia de la infancia de Ingmar y la relación de sus padres. En 1992, su hijo Daniel dirigió la versión cinematográfica en la que fue su ópera prima. Bergman afirmaba que no lograba encontrar límites precisos entre su vida y su obra, ni entre las ficciones que creaba y la realidad. Nacido en Upsala (Suecia) en 1918, falleció a los 89 años en la isla Farö, en el 2007. Se casó cinco veces y tuvo nueve hijos. Uno de ellos con la actriz Liv Ullman, con quien sostuvo una tempestuosa relación amorosa y profesional, y a la que dirigió en más de nueve filmes imposibles de olvidar.
Cómo hacerlo, luego de ver “El silencio” (1963) y las películas que le siguieron y dejaron atónita a toda una generación de espectadores, aunque su vida emocional y personal fuera un caos perpetuo lleno de equivocaciones. Pero su creatividad era la de un genio.
Una vida difícil
Bergman tuvo una infancia traumática. Fue maltratado física y psicológicamente por su padre, debido a lo cual confesaría más tarde que se convirtió en un impostor. “Creé un personaje que, exteriormente, tenía muy poco que ver con mi verdadero yo. Como no supe mantener la separación entre mi persona real y mi creación, los daños resultantes tuvieron consecuencias en mi vida –hasta bien entrada mi edad adulta–, y en mi creatividad. En ocasiones he tenido que consolarme diciéndome que el que ha vivido en el engaño ama la verdad”.
Esa sensación de soledad y abandono tuvo una fuerte influencia en sus filmes, que marcaron con su sello inconfundible las atmósferas perturbadoras y apasionantes que construía. En sus diarios, “Cuadernos de trabajo (1955-1974)”, publicados en Suecia y en España por el centenario de su nacimiento, reflexiona sobre su proceso creativo: “Cómo demonios conseguir una forma sencilla y limpia para esto. Cómo demonios conseguir que esto sea una película y no un puto trasto. Cómo conseguir que sea entretenida para que la gente quiera ver la dichosa película. Cómo demonios se hace cine”.
Amores contrariados
Ingmar y Liv se conocieron durante el rodaje de “Persona” (1966), la formidable película que Ullman (de ascendencia noruega) protagonizó bajó su dirección junto con la fascinante Bibi Anderson. La atracción entre ambos fue inmediata. Ella tenía 28 años y él 48, y los dos estaban casados con otras personas. Más adelante, Bergman escribiría al respecto en sus memorias, publicadas bajo el título “La linterna mágica” (1987): “Durante el rodaje nos alcanzó la pasión a Liv y a mí; una grandiosa equivocación que nos llevó a construir la casa de Farö entre 1966 y 1967″. En efecto, ¡qué gloriosa equivocación!, porque durante y luego de terminada su relación amorosa de alto voltaje, que duró cinco años, siguieron trabajando juntos en películas memorables. Entre ellas, “Gritos y susurros”, “La hora del lobo”, “La fuente de la doncella”, “Escenas de la vida conyugal”, “El séptimo sello” o “Sonata de otoño”, todas consideradas obras maestras.
Una vez separados, Liv se volvió a casar (nunca lo hizo con Ingmar) y continuó con su vida y su espléndida carrera. Sin embargo, construyó una amistad con el realizador que duró más de 40 años. Obtuvo todos los premios y nominaciones que merecía, y luego se dedicó a escribir y a dirigir. La última película que realizó fue “Miss Julie” (2014), basada en la obra de Strindbergh. Este 2022, recibió el Óscar honorífico a su admirable trayectoria.
Ullman, que hoy tiene 83 años, protagonizó en el 2012, bajo la dirección de Dheery Akolker, el premiado documental “Liv & Ingmar”, sobre esa famosa relación. En él, la actriz declara: “Él cambió mi vida. Estábamos dolorosamente conectados. Yo solía ser una persona feliz, pero en cinco años trabajando en sus filmes me había convertido en una persona neurótica y depresiva. Hay un dolor que es enorme y que aún tiene que partir. Sabía que nunca podría dejarlo y, de alguna manera, nunca lo hice. Vivimos juntos, nos amamos, tuvimos una hija, y nunca dijimos adiós, porque construimos una increíble amistad”. Tal era el afecto que se tenían, que Liv fue una de las mujeres que viajó a la isla Farö, donde todo comenzó, y en la que Bergman pasó sus últimos días. Entonces pudo sostenerlo entre sus brazos para decirle adiós.
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