Cuando tenía tres años, en 1986, mi padre intentó enseñarme a hablar quechua. Él era boliviano y hablaba cuatro idiomas: quechua, aimara, español e inglés. Una tarde, mientras me enseñaba a contar del uno al diez en español, inglés y quechua, una persona cercana a mi familia interrumpió la lección en la que recitábamos: “huk, iskay, kinsa, tawa, pisqa, soqta, qanchis, pusaq, isqon, chunka” para decirle a mi padre que me estaba enseñando una lengua sin futuro, y que no serviría de nada para la vida, pues “solo la hablan los cholos”. Mi padre interrumpió para siempre mi aprendizaje. El intercambio de palabras que ambos tuvieron no viene al caso.
No se sabe exactamente cuántas personas hablaban quechua en el Perú en 1986, debido a que no hay datos de ello. Según escribió en 1988 el profesor Gregory Knapp, en el artículo “Geografía lingüística y cultural del Perú contemporáneo”, los censos nacionales lingüísticos realizados hasta entonces no daban datos certeros, ya que “no alcanzaron a toda la población peruana debido al descuido, la hostilidad o el error. Además, hubo una parte considerable de la población que estuvo más allá del alcance o el conocimiento del Estado peruano”.
Certezas tenemos ahora, gracias a los censos del siglo XXI. Y, así, podemos decirles a las personas que vaticinaron la inutilidad del quechua que se equivocaron: se trata de la lengua indígena más difundida en Sudamérica —donde cuenta con casi ocho millones de hablantes, según el “Sumario estadístico” de la organización SIL International— y cuenta con 3.799.780 hablantes en el Perú de acuerdo con el Censo de 2017.
Las investigaciones académicas al respecto, en el Perú y en el extranjero, pasan la centena, y las escuelas para aprender el idioma, sea de manera presencial o virtual, suman al menos 50. Y es precisamente el mundo virtual el que le ha dado una nueva visibilidad al quechua —y otras lenguas indígenas— al acoger diversas iniciativas que apuestan no solo por su enseñanza, sino también por su normalización: Google tiene una versión de su buscador en quechua; cada vez hay más páginas informativas en lenguas originarias, además de traductores, diccionarios —visite la tienda de apps de su celular y compruébelo—, juegos; y hasta se crean softwares de programación en quechua. ¿Sorprendidos?
* * *“Durante el primer año de nuestra vida empezamos a formar nuestra identidad como integrantes de una familia inserta en una comunidad de cultura y lenguaje. Desde ese momento estamos aprendiendo a ser nosotros mismos. Aunque seamos muy chicos, percibimos mensajes de la sociedad que valora o desvalora cómo somos. Nuestra familia y la comunidad pueden reforzar o debilitar esta idea”, dice Mabel Pruvost, especialista en gestión y administración de cultura. Y esta premisa puede servir para definir lo que motivó a Luis Camacho, ingeniero electrónico, a desarrollar el proyecto Siminchikkunarayku (‘por nuestros idiomas’).
La historia de Camacho es la de muchos descendientes de quechuahablantes a quienes la transmisión de la tradición cultural y lingüística de su familia les fue negada o dada a cuentagotas. Esto se debe, como señala la antropóloga Patricia Ames en un artículo titulado “Sobre el quechua y la ciudadanía en el Perú”, a que hablar quechua se ha asociado a lo largo de nuestra historia con la identidad indígena, el origen campesino o provinciano, la pobreza, la marginación y la exclusión social.
“Se han documentado los anhelos de varones y mujeres hablantes del quechua de evitar que sus hijos sufran la discriminación y el desprecio del que ellos y ellas han sido testigos o víctimas, y que se traduce en una gran demanda por la educación y el acceso al castellano”, escribe Ames. Esto, hoy lo sabemos, significó un bache en la transmisión cultural que proyectos como el de Camacho buscan parchar y hasta cerrar para siempre.
“Mi idea es la de una Latinoamérica políglota. Que se hable inglés, chino, castellano; y, también, las lenguas autóctonas, como el quechua, el aimara, el guaraní. Esto implica revitalizar los idiomas autóctonos, y para ello la tecnología es fundamental”, dice.
Camacho ha estimado que para que el quechua ocupe el mismo lugar que el castellano en el ámbito virtual se necesita invertir, por lo menos, cinco millones de dólares, y que el gasto más fuerte está en el recurso humano especializado: desde científicos computacionales hasta lingüistas. Más allá del siempre necesario y a veces esquivo financiamiento, Camacho parte de la premisa de que todas las herramientas virtuales que usamos a diario se pueden desarrollar en nuestras lenguas originarias. Esto es cierto, sí, pero no es sencillo.
Arturo Oncevay, investigador del Grupo de Inteligencia Artificial PUCP, que actualmente lleva un doctorado en Edimburgo donde investiga sobre la traducción automática para lenguas minoritarias, trabaja con el lingüista Roberto Zariquiey en el desarrollo de tecnologías para lenguas amazónicas y explica la mecánica de su desarrollo: “Digamos que queremos construir un traductor automático [como el de Google] entre el español y una lengua peruana. Si queremos seguir los métodos más recientes de la inteligencia artificial, requeriremos una gran cantidad de oraciones traducidas entre ambas lenguas para que, a partir de ellas, se puedan extraer los patrones necesarios y generar nuevas traducciones. Sin embargo, este tipo de modelos requiere millones de ejemplos para funcionar en un alcance limitado. Nosotros apenas podemos encontrar cientos o algunos miles de ejemplos de traducciones para lenguas peruanas. Por ese motivo es que en Google Translator podemos encontrar el par inglés-español, pero hasta ahora no vemos un par español-quechua o español-asháninka”.
Oncevay no cree que el sueño de un buen diccionario español-quechua o español-asháninka se concrete pronto. “No podemos esperar que ellos [Google] decidan crear esos millones de ejemplos, pues tienen otras lenguas prioritarias en que enfocarse, pero nosotros tampoco podemos pagar para que traductores profesionales generen millones de ejemplos”, añade.
Dicho esto, tanto los proyectos de Oncevay y Zariquiey como el de Camacho no verán grandes resultados en un futuro cercano sin el financiamiento adecuado. Por ahora, ambos han recibido un apoyo de Concytec, y esto ha servido para que Camacho obtenga la versión beta de un transcriptor y de un recolector de voces. Todo apoyo es, por cierto, bienvenido.
* * *“Las nuevas tecnologías en lenguas originarias son fundamentales para su desarrollo. Las comunidades hablantes de dichas lenguas que se ven obligadas a vivir en diáspora construyen comunidades lingüísticas virtuales donde vuelven a usar su lengua con sus pares”, dice Agustín Panizo, lingüista y jefe de la Dirección de Lenguas Indígenas del Ministerio de Cultura. Y, al bucear en Facebook, por ejemplo, es fácil hallar muchos de estos grupos.
Además las redes sociales o los sistemas de mensajería, como WhatsApp, permiten superar la barrera de la escritura. “Aunque se ha desarrollado un alfabeto de lenguas en el Minedu, muchos de los hablantes no han sido alfabetizados en esta ortografía, por lo que tienen la oportunidad de comunicarse ahora en mensajes de audio sin problemas”, agrega.
Roberto Zariquiey, en la misma línea que Panizo, destaca que las redes sociales y el uso de celulares han logrado, por su alta penetración y su uso frecuente, cubrir una parte de la brecha digital. “Los teléfonos inteligentes son mucho más accesibles que una computadora o una laptop, no solo por el tema económico, sino también porque requieren menos habilidades para manejarlos, son más funcionales, intuitivos y de uso cotidiano. Entonces, ¿por qué no aprovecharlos para la preservación, difusión o aprendizaje de lenguas? La creación de apps que sirvan como diccionario, por ejemplo, es lo primero que se ha hecho”, dice.
La creación de aplicaciones en lenguas originarias supone también un nuevo e interesante reto: que los hablantes de dichas lenguas puedan usar herramientas en su idioma para crear estas aplicaciones. Hay un antecedente: en 1996 un lenguaje de programación muy popular entonces llamado LOGO tuvo su versión en quechua gracias al trabajo impulsado por José Linares Gallo, fundador del Instituto Tecnológico Von Braun.
Linares, economista de profesión, trabajó de la mano con profesores de la Universidad San Cristóbal de Huamanga para lograr dicha adaptación. Esto hizo que los estudiantes que aprendieron a usar LOGO en quechua —todos de la G. U. E. Mariscal Cáceres, de Ayacucho— se interesaran más en el desarrollo de la ciencia y la tecnología.
El profesor Linares Gallo ha contribuido aún más a la alfabetización técnica en quechua con la publicación, en 2016, del libro Alfabetización digital en quechua para el desarrollo andino, o Dihital yachay kichwapi antipa phuturiyninpaq. El texto —una suerte de manual para carreras técnicas que incluye un diccionario tecnológico digital en español-inglés-quechua— fue elaborado por Linares de la mano de dos lingüistas: Pablo Landeo, de la Universidad La Sorbona, y del recordado maestro Demetrio Túpac Yupanqui, responsable de la traducción de El Quijote al quechua.
A los hispanohablantes, el libro editado por Linares Gallo nos enseña que mouse se dice ukuchan en quechua. A los quechuahablantes, en cambio, les abre una nueva y amplia ventana de oportunidades. Todas las que ofrece el mundo digital en Kichua.