A sus 87 años, María Emma Dammert Vásquez viuda de Chaparro ha sostenido la mano y ha ofrecido paz y sosiego a por lo menos dos personas antes de que murieran, en el Hospital de Emergencias José Casimiro Ulloa.
En una oportunidad, una desesperada hija quería entregar un crucifijo a su padre moribundo. La seguridad del hospital, ubicado en Miraflores, impedía que la atribulada señorita subiera al quinto piso, donde normalmente yacen las personas para las que la esperanza se acaba. Emma, sin dudarlo, cogió el crucifijo y se dirigió hacia la cama del desahuciado. Puso la pequeña cruz en la mano izquierda de este y oró. Aquella cruz fue lo último que ese padre tocó; y la voz de Emma, casi un susurro en su oído, la melodía que lo arrulló. Luego de ello, el hombre durmió para siempre.
En otra ocasión, Emma, la integrante de mayor edad de la Asociación de Voluntarias del hospital Casimiro Ulloa, vio a otro paciente muy grave. Movida por su fe y a falta de un sacerdote, hizo la señal de la cruz en la frente del desafortunado y, otra vez, oró. “En mi corazón, era como darle los santos óleos. De pronto, llegó un cura. No me reprendió. Me entendió. Luego él se encargó”, recuerda Emma, quien el último lunes recibió la Medalla de Honor al Mérito de la Municipalidad de Miraflores en la categoría Ejemplo de Vida, por sus más de dos décadas dedicadas al apoyo de pacientes y familiares en el Casimiro Ulloa.
Sus enormes ojos azules crecen aun más cuando se acuerda de Tarata. “Ya nos habían enseñado cómo actuar en caso de un atentado terrorista. Debíamos acudir lo más pronto posible. Yo vivo en Miraflores y ese día [16 de julio de 1992], luego de oír la explosión y cerciorarme de que todos los míos estaban bien, me dirigí al hospital. Entraron varios heridos y nuestra labor era calmar a los familiares en la entrada y tratar de informarles sobre el estado de sus seres queridos. Había mucha tensión”, evoca Emma.
Ella heredó la vena social de su bisabuela Juana Alarco de Dammert, benefactora de la niñez peruana, precursora de los servicios de asistencia social en el país y fundadora de la Sociedad Auxiliadora de la Infancia, que impulsó la creación de una escuela para niños huérfanos y de la primera cuna para hijos de madres trabajadoras.
“Desde que era muy joven aprendí a ayudar a los demás, dando mi tiempo y lo que tenía. Cuando me ofrecieron este servicio, no fue difícil aceptarlo porque sabía que iba a ayudar a gente necesitada”, dice Emma, quien tiene 5 hijos, 15 nietos y 10 bisnietos.
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Palabras de aliento. Emma Dammert y las demás voluntarias levantan los ánimos de los pacientes, a quienes visitan siempre. (Foto: Dante Piaggio / El Comercio)
GRUPO ORGANIZADOLa semilla de la asociación de voluntarias se sembró en mayo de 1990, cuando un grupo de señoras, entre las que estaba Emma, comenzó a visitar a los enfermos del Casimiro Ulloa y a organizar un almacén de medicinas donadas en un ambiente de la parroquia Nuestra Señora del Carmen, cercana al nosocomio. Se constituyeron como asociación sin fines de lucro y con personería jurídica en diciembre de 1992.
Actualmente son 25 damas adultas mayores las voluntarias del Casimiro Ulloa. Ellas acompañan a pacientes y a las familias que esperan noticias, reparten medicinas donadas y revistas para que se distraigan los enfermos, y aportan una cuota mensual para la compra de fármacos que luego entregan a los pacientes de escasos recursos.
Cada voluntaria está una vez por semana en el hospital, de 9:30 a.m. a 1 p.m. Emma va los jueves y en esta época se dedica a coordinar las labores de cada voluntaria en la oficina que tienen en el cuarto piso. Maruja Bedoya de De los Ríos, de 85 años y siempre apoyada en un bastón, va los martes. “Ayudar es cumplir la voluntad de Dios y eso es parte de mí. Al hacerlo siento gran satisfacción”, dice Maruja.
Al mediodía, ella coge el micrófono y reza el ángelus, que llega a través de altoparlantes a todos los rincones del hospital.
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Las voluntarias, como Maruja Bedoya, siguen adelante pese a las dolencias propias de su edad. En cada turno hay cinco o seis voluntarias. Plenas de compromiso, son muy queridas en el hospital. (Foto: Dante Piaggio / El Comercio)