JOSÉ MIGUEL SILVA (@jomisilvamerino)
Acostumbrados a memorizar nombres de héroes, obras de presidentes y años de batallas, los escolares peruanos suelen complicarse al momento de tener que interpretar sucesos que marcaron la historia del país.
Conversamos con Juan Luis Orrego Penagos, historiador que ha publicado El Perú del siglo XX (PUCP, 2014), un libro que ayuda a comprender 100 años esenciales en la historia de nuestro país.
Sus páginas permiten conocer las características de los caudillismos, la dependencia sobre las materias primas, la fragilidad de nuestra democracia y, primordialmente, la identidad de una sociedad diversa.
-¿Considera usted que la historia que se le enseña a los jóvenes es algo monótona, línea y/o memorística?
La historia que se enseña en los colegios todavía es heredera del Siglo XIX. ¿En qué sentido? Primero, el positivismo, que ponía énfasis en los datos, las fechas y en la información. Por eso es que el alumno tenía que asimilar una serie de datos para poder aprobar. Esa es una de las herencias de dicho siglo. Por eso es que era una historia casi desde el poder. “Presidentes-obras. Virreyes-obras”. O sea, era la historia a partir de los hombres, los generales, los políticos, los reyes, etc. La historia desde arriba. Y la otra herencia del siglo XIX en la enseñanza de historia es el romanticismo.
-En el sentido del culto a los héroes.
Así es, pero eso tiene su razón de ser. Porque la historia que se enseña en el colegio tiene como función no solo informar sobre la historia del país, sino también formar una conciencia nacional. Y una de las formas de construir esa identidad nacional, ese amor por la patria, es ver el ejemplo de los héroes, de los grandes personajes y, bueno, nosotros tenemos muchos héroes y la mayoría están concentrados en el siglo XIX tanto en el periodo de la Independencia como en la Guerra con Chile.
-En el siglo XX no hay muchos héroes que digamos. Tampoco hay muchas historias felices qué contar.
Afortunadamente, a lo largo del siglo XX no tuvimos esas guerras que significaron primero la Independencia y luego la construcción del Estado y la formación del territorio. Por eso es que la mayoría de los héroes en América Latina están en el XIX y no en el XX. En este último siglo se lograron fijar una serie de fronteras – a través de tratados internacionales – y un poco se apagó. Ahora, eso no quiere decir que la guerra como hecho haya desaparecido en el siglo XX. El Perú solamente tuvo una y relativamente corta, como fue la guerra con Ecuador en el año 41 y las dos “guerras” (Cenepa y la de la Cordillera del Cóndor), pero ahí no hubo grandes héroes como Grau y Bolognesi, que mueren de manera romántica. Eso no lo tenemos en el siglo XX. Salvo el caso de Quiñones.
-Si bien los partidos políticos del siglo XX que usted describe en su libro son diferentes a los actuales, se parecen mucho en algo: el caudillismo o personalismo del que dependen. ¿Siempre fue difícil crear una estructura de personas dentro de una organización política?
El caudillismo, para bien o para mal, es una tradición latinoamericana y el Perú no escapó de eso. El caudillismo está a todo nivel, no solo en la política. Y los partidos lamentablemente lo son y la mayoría en América Latina lo son. No tenemos partidos muy institucionalizados y con una dirigencia colegiada. Quizás el único partido que no fue caudillista fue el Partido Civil. Y gracias a la muerte de su líder. Porque nosotros sabemos que Manuel Pardo lo fundó en el siglo XIX, pero él murió asesinado en 1878. Entonces, el partido se quedó sin su fundador, sin su líder indiscutible. Entonces tuvieron que hacer un manejo más colegiado de la organización. Todos los demás sí lo fueron, y muchas veces muerto el líder, muerto el partido. Salvo en el caso del Apra que le encontraron un heredero al fundador del partido. El odriismo, el sanchezcerrismo, el leguiismo, el pradismo, el fujimorismo. Acción Popular también con Belaunde. Claro, ellos siguen pero ya no son el partido como cuando Belaunde estaba al frente.
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“Traté de incorporar no solo la cuestión del desarrollo económico y político, sino también algo que le interesa mucho a los chicos: los cambios culturales, mentales, la vida cotidiana, el deporte, etc”, menciona Orrego a El Comercio.
-Pero la gente es consciente de este caudillismo, de que las cosas se centralizan en una sola persona.
Es una herencia de la política latinoamericana, quizás del Rey, que siempre estamos buscando un rey, un monarca. El líder lo es todo. Uno deposita en la persona, no en la institución, sus esperanzas. El líder todo lo va a resolver, siempre se convierte en el gran salvador, en el personaje casi divino que en un momento aparece y lo va a resolver todo.
-Dentro del repaso que usted realiza está presente Leguía, un personaje con una historia casi cinematográfica de principio a fin pero con un saldo negativo.
Él tiene varios récords en la historia del Perú. Para empezar, es el presidente que más años gobernó el país: primero cuatro años y luego 11. Es decir, quince años como presidente. Hasta ahora nadie lo superó, hay por ahí alguien que lo quiere alcanzar, pero veremos si lo logra. Además, es el presidente que más tratados internacionales ha firmado. Prácticamente las fronteras terrestres, menos con Ecuador, fueron diseñadas en sus gobiernos. En tercer lugar, es el único presidente que ha muerto en la cárcel. Leguía es un personaje polémico porque de hecho hizo un gobierno autoritario. No creo que haya sido una dictadura, pero sí fue un gobierno autoritario. Leguía fue un maestro del cálculo político y gracias a ello pudo mantenerse tanto tiempo en el poder, comprando lealtades y fascinando personas. Por lo que he leído, él era un personaje de una personalidad bastante particular. Desde ese punto de vista creo que su legado no es muy positivo, porque justo en nuestros países queremos fortalecer las instituciones.
-Eso no lo consiguió.
Por su personalismo, por su tendencia al autoritarismo, no lo consiguió. Pero lo que sí hay que ver con él es que hay un Perú antes y otro después de Leguía. Él tuvo realmente una visión de país, muy tecnócrata, pragmática, empresarial y mirando siempre como ejemplo el desarrollo de Inglaterra y sobre todo de Estados Unidos. Al entrar en el año 19, sabe perfectamente que luego de la Primera Guerra Mundial, la nueva potencia en el mundo eran los Estados Unidos y el Perú tenía que seguir al remolque de dicha economía y de dicho modelo. Para él, el progreso no era posible si no definíamos las fronteras. Él dijo que arreglaría las fronteras sin disparar una sola bala, y lo consiguió. El país necesitaba carreteras, puertos, vías de penetración, irrigación y sobre todo obras de saneamiento. Durante el oncenio es impresionante la cantidad de obras públicas y principalmente en saneamiento. No solo en Lima, sino también en todo el país. Y eso le cambió la vida a muchos peruanos. Muchas ciudades de la costa eran demasiado insalubres, ciudades expuestas a las enfermedades. La esperanza de vida era muy baja.
-En varias partes del libro, además, recuerda que básicamente las olas modernizadoras en el Perú estuvieron ligadas al buen momento de las exportaciones.
Bueno sí, América Latina siempre apostó por la exportación. Incluso hoy. A pesar de que hubo un largo paréntesis, entre 1930 y los años setentas, en que varios países de la región intentaron realizar una industrialización para no depender tanto de las exportaciones. Esta famosa receta de la Cepal de sustituir las exportaciones. Hubo esfuerzos, pero básicamente AL siempre apostó por la exportación.
-Hoy se trata de buscar culpables en torno a la crisis de la educación superior y se menciona a las medidas tomadas en los noventas pero se olvida un detalle: para 1950 había solo cinco universidades. Luego explotó todo.
Una de las grandes conquistas del siglo XX es la educación. Triunfó la idea de que sin educación no había progreso. Eso lo entendió no solo el Estado sino también las personas. La educación como herramienta de progreso y de ascenso social. No bastaba con terminar el colegio. Había que ser profesional. Entonces lógicamente a partir de los años cincuentas, con el crecimiento de la clase media y luego con la demanda de los propios migrantes, que querían que sus hijos también accedan a la universidad, en los años sesentas y setentas se fue multiplicando el número de universidades. Pero esto no significa que haya habido una liberalización, como hubo una época del noventa. No cualquiera podía poner una universidad. Hubo regulaciones.
-En la parte contemporánea. Usted menciona que el surgimiento de la música criolla en la capital tendría un trasfondo. Había una intención de refugiarse de la avalancha de migrantes y de sus costumbres.
Esa es una opinión personal. A partir de los años cincuenta, cuando Lima comienza ser prácticamente invadida por los provincianos empieza a surgir en la elite, en las clases medias, un mito de la Lima ciudad jardín, Lima del Puente a la Alameda, una Lima que en realidad nunca existió. Empezaron a añorar una Lima que se inventaron ¿por qué? Porque la ciudad estaba siendo ‘afeada’ y ‘maltratada’ por los migrantes. Por ahí viene el trasfondo. Había que reivindicar la cultura criolla. Y lo criollo está asociado a Lima, a lo blanco, lo costeño, lo occidental. La idea es que esta cultura debía presentarse como la cultura nacional y no la cultura andina que venía impuesta por los provincianos.
-¿Tiene el historiador la responsabilidad de no solo informar sino también opinar y analizar sobre situaciones determinadas?
Si tú lees el libro, la idea era interpretar el siglo XX, que no sea un texto con una hemorragia de datos, sino uno explicativo. Y traté de incorporar no solo la cuestión del desarrollo económico y político, sino también algo que le interesa mucho a los chicos: los cambios culturales, mentales, la vida cotidiana, el deporte. Y en la medida de lo posible, relacionar la historia del Perú con lo que pasa en América Latina y en el mundo. Entonces, la idea es dar una visión total del siglo XX.