El mar puede ser un gran espejo de la vida –si la vida necesitara uno–. Lo vasto. Lo hermoso, primitivo, profundo. La calma y la furia. La constante confirmación de que somos pequeños, muy pequeños, y que a pesar de ello, se pueden librar grandes batallas. E incluso ganar algunas.
Sesenta y dos años de pescador le han enseñado esto a Jesús Samamé. Pero no le interesa decirlo así, prefiere concentrarse en sorber el café. Luego dirá que el mar es lo más importante que tiene. Aún recuerda cómo comenzó. Su primer día en el mar de Chorrillos fue la consecuencia lógica de su orfandad: su padre había sido pescador, él tenía que trabajar y en el mar podía hacerlo. Así que bajó a la playa con 17 años y ese día se hizo pescador.
La mañana del martes pasado Jesús luchaba contra el cansancio para vender la pesca del día sobre unas tablas en el muelle de Pescadores de Chorrillos: algunos pejerreyes y jureles. La faena fue floja. Esa mañana el mar amaneció tranquilo, dominado por un color plomo verdoso. El sol dorado se acababa de elevar sobre los edificios del malecón de Chorrillos cuando los primeros pescadores regresaron del mar. Varios llegaron con más tedio que emoción. Otros comenzaban su día e iban al agua a probar suerte.
El muelle de Pescadores de Chorrillos está en un extremo sur de la Costa Verde, aplastado entre dos polos opuestos de bañistas: al sur el exclusivo club Regatas; al norte, la playa Agua Dulce, la más popular y concurrida de la ciudad.
Esa mañana los pescadores aprovecharon para entrar al mar, como tantos otros días, pero con más presión: tenían el tiempo en contra. Hasta el lunes pasado hubo un oleaje anómalo y el jueves comenzó otro, advertido por la Marina, que culminó ayer. Los pescadores saben que con el oleaje no pueden entrar al mar. También saben que alguno lo terminará haciendo, pero el desobediente siempre será otro.
Los pescadores están agrupados en una asociación que hasta hace medio año era un sindicato. Las cifras oficiales de esta asociación apuntan que hay 227 inscritos, todos chorrillanos. Sin embargo, Manuel Torres, presidente de la asociación, admite que puede haber más pescadores, incluso algunos sin ningún tipo de permiso ni credencial, que ingresan al mar.
“El control de los pescadores es un problema –continúa Torres–. Hay un solo representante de la Capitanía de Puertos acá”, y señala con la cabeza una oficina contigua a la suya donde hay un suboficial de la Marina. El suboficial, que prefiere no declarar oficialmente, asegura que se hacen revisiones sorpresivas en las embarcaciones para ver que cumplan con medidas de seguridad como tener salvavidas. Lo cierto es que cuando decía eso ya varias personas habían entrado y salido del mar sin cruzar palabra con nadie que no fuera pescador.
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