Ir al trabajo como cualquier día. Y allí, donde te ganas la vida, tienes tus amigos, conversas, haces planes, sueñas… encuentras la muerte. Y junto a la persona a la que amas.
Eso le ocurrió a Alexandra Campos y a Gabriel Porras, trabajadores del local de McDonald’s de Pueblo Libre. La mañana del último domingo, una descarga eléctrica acabó con sus vidas. Ella tenía 18 años, él 19.
Sus muertes han desatado una avalancha de denuncias sobre las condiciones en las que habrían estado realizando sus labores. La negativa para que los bomberos y los inspectores municipales ingresaran al establecimiento y el trato “hostil” que, según el abogado de los familiares, habrían recibido de los representantes de la empresa han alimentado las suspicacias. Y la indignación.
Como ha ocurrido otras veces, esta desgracia ha vuelto a poner en la agenda pública la precaria situación en que trabajan miles de personas, que en un contexto de parón económico y pobre oferta laboral, acceden a puestos sin las condiciones mínimas. El recuerdo de los dos muchachos que fallecieron encerrados en un contenedor el año pasado, durante el incendio en el edificio Nicolini, está más presente que nunca.
La investigación debe ser exhaustiva y la justicia implacable con los responsables. No obstante, duele muchísimo que, nuevamente, deba suceder una tragedia para poner sobre el tapete cómo miles se ganan la vida. Ahora las autoridades anuncian medidas, critican, se defienden, se solidarizan con las víctimas…
Hasta que una nueva desgracia cambie nuestro foco de atención.