Desde que aprendió a oprimir el gatillo, cuando tenía 15 años, la vida de ‘Giuseppi’, como sicario juvenil en el Callao, ha sido vertiginosa. Ahora tiene 17 años, un primer hijo en espera y un historial que se podría repetir en otros menores en riesgo del primer puerto.
Un grupo de policías del Departamento de Investigación Criminal (Depincri) del Callao lo atrapó el último viernes, en el cruce de los jirones Loreto y Washington, una zona del Callao imposible de transitar sin el temor de ser víctima de algún robo o de acoso callejero.
“Si le tomas una foto [a ‘Giuseppi’] te denuncio. Es menor de edad, lo sabes, ¿no?”, amenaza desafiante una familiar del muchacho, quien –según información policial– se convirtió en asesino cuando cobró venganza por la muerte de su padre. Se espera que hoy sea trasladado al Centro de Diagnóstico y Rehabilitación Juvenil de Lima, conocido como Maranguita, en San Miguel. En este albergue hay 84 adolescentes procedentes del primer puerto.
A ‘Giuseppi’ se lo acusa de asesinar a un menor de 15 años el 3 de noviembre del 2017. Tres días después, fue denunciado por el delito de hurto agravado.
También se le atribuye haber cobrado S/1.500 por los crímenes de Martín Valderrama, de 35 años, y su novia, Yvette Martínez, de 23 años, en mayo del año pasado. Valderrama estuvo investigado por presuntos envíos al extranjero de cargamentos de cocaína a través del puerto. ‘Giuseppi’ los habría matado de 18 balazos.
—Adolescencia suspendida—Los agentes del Depincri del Callao, dada su labor de inteligencia, conocen los antecedentes de cada sicario juvenil. Dicen que ahora la cuna de estos menores es el asentamiento humano Sarita Colonia, un barrio que encabeza los índices de criminalidad, según la Región Policial del Callao.
“A los 14 o 15 años se van de sus casas. Las madres son las jefas de hogar, pero no tienen ninguna autoridad. Su palabra no vale nada para ellos. En algunos casos, se crían con los abuelos porque los padres están presos. La familia muchas veces pide que les demos otra oportunidad. Las personas que han sido testigos de algún asesinato o robo cometido por menores tienen miedo de acusarlos porque dicen que las matarán”, explica un agente que investiga los homicidios por sicariato en el Callao.
Las cifras sobre la ola de violencia en el Callao también son reveladoras. Solo el año pasado, 35 niños y adolescentes fueron baleados, de los cuales 14 murieron. “Antes se peleaban a puñetazos hasta por una mirada retadora, ahora, con pistolas y revólveres”, dice el oficial.
Este año, tres menores de 11, 15 y 17 años fueron heridos de bala (uno de los casos fue por ajuste de cuentas). A temprana edad forman parte de bandas que se disputan el control de la venta de droga o son el brazo armado de alguna organización criminal.
En el 2017, los menores retenidos por la policía por diversas infracciones [según las leyes del Perú, los niños y adolescentes no cometen delitos] sumaron 386. La principal infracción fue contra el patrimonio, específicamente, robos y hurtos.
En el Callao no hay una política articulada para evitar que los niños y los adolescentes delincan. En Sarita Colonia se implementó en el 2017 el programa Barrio Seguro, del Ministerio del Interior. “Hay más patrulleros”, dicen los vecinos. Los policías admiten que hay sicarios pero que operan fuera de ese asentamiento humano.
“Hacemos lo que podemos. Por ejemplo, con proyecciones de películas para niños, como ‘Coco’. La idea es prevenir, pero solos no podemos acabar con la delincuencia”, afirma un agente.