Hablar de una ‘meseta’ y sus derivadas (“larga”, “irregular”, “lenta”) fue uno de los peores errores de comunicación del Gobierno. Las cifras de ayer asustan por su elocuencia: 206 muertos, mientras que el total de fallecidos alcanzó los 6.109.
Con la cuarentena levantada de facto por quienes tuvieron que desafiar al virus para ganarse el pan, hablar de mesetas fue un disparate mayor. Solo consiguió crear falsas expectativas que nutrieron la desconfianza, agudizada por las colas frente a los hospitales y la escasez de oxígeno y medicinas.
Fue un acierto encargar los mensajes principales al presidente al inicio de la cuarentena. Acrecentó la sensación de liderazgo y claridad en el manejo de la crisis. Pero conforme Vizcarra se tornó repetitivo y cansino, el desgaste se hizo evidente. Y al espaciar las conferencias de prensa del mediodía, la sensación de que el Gobierno perdió el rumbo, abrumado por la crisis, se hizo peligrosamente real.
La falta de voceros alternos eficaces tampoco ayudó. Al ministro de Salud últimamente se lo ha visto más confrontando con médicos y periodistas, mientras que en cada declaración, el primer ministro se esfuerza en demostrar que no da la talla para la dimensión del reto.
El Gobierno necesita retomar el timón. Debe explicarle claramente al país en qué situación se encuentra, hacia dónde va, qué tan duro será el camino que falta recorrer y explicar los pasos que demandará el regreso a la ‘normalidad’. El tiempo se acorta. No podemos permitir que la gente se siga muriendo.