¿Por qué el mensaje a la nación del presidente ha despertado tan poco entusiasmo? Las razones son diversas. En cuanto a su estructura, los recuentos interminables, vestidos de datos que no aterrizan en la realidad del ciudadano de a pie, alimentan el tedio, suenan a más de lo mismo, al margen de las inflexiones de voz.
Sin armas para seguir pechando al Parlamento, Vizcarra optó por un tono conciliador, una decisión acertada dadas las circunstancias en que se encuentra el país. Pero su discurso pareció más un listado cansino de supuestos logros con aroma a despedida. Hasta en los grandes anuncios –el aumento del presupuesto en el sector salud o la unificación del SIS y Essalud-, el presidente careció de convicción, como si no sintiera confianza de que alguno de ellos se fuera a concretar.
El gran error del mensaje, empero, fue olvidarse del cómo. Quizás fue una decisión deliberada porque si hay algo que ha caracterizado la presidencia de Martín Vizcarra es su pobre capacidad de gestión. El suyo es un Gobierno con pocos reflejos, atrapado en el laberinto burocrático y la escasa ejecución presupuestal. ¿Cómo afrontará, entonces, la realización de anuncios tan ambiciosos? He ahí el origen de esa sensación de desconfianza, de más de lo mismo tras casi dos horas de discurso.
La presentación de Pedro Cateriano en el Congreso podría cambiar esa idea. Si el próximo 3 de agosto, el primer ministro explica con detalle de qué manera se reforzará la lucha contra la pandemia, cómo esa persona que se quedó sin empleo podrá encontrar otro, qué alternativas existen para no perder el año escolar o cómo se pondrán en marcha las inversiones anunciadas, se habrá dado un giro. Y la confianza se empezará a recuperar.