El periodismo deportivo peruano transita entre la veneración y el ataque furibundo con la misma ansiedad de un asmático en busca de aire. Entre sus legendarias fumarolas (¿cuántas veces fue vendido Vargas al Madrid?), ha tenido también períodos de desenfreno, francamente vergonzosos. Hoy ha menguado en sus ataques. Pero este amansamiento no significa que el oficio se ejerza mejor.Perú inauguró ayer el evento deportivo más importante de su historia. Probablemente no veamos algo similar en lo que resta de nuestras vidas. Sin embargo, para nuestros tabloides y programas deportivos el tema principal en los últimos días seguía siendo el último gol de Guerrero en la Libertadores. La vieja frase de Pocho Rospigliosi –“eso es lo que le gusta a la gente”– hoy tiene el refrendo de Google Analytics. Guerrero vende, el fútbol vende; el resto no importa. El gordo, si estuviera vivo, sería feliz.
Hacer deporte en el Perú es una proeza. Salvo el fútbol profesional masculino, y por ahí el vóley femenino, el resto no genera ingresos propios y quienes se lanzan a la aventura de practicarlos con intenciones de sobresalir tienen que mendigar dinero al Estado, apostar por la buena voluntad de alguna empresa o exprimir los bolsillos de sus familias.
Estas escaseces no son nuevas. Para que los olímpicos del 36 pudieran viajar a Berlín se tuvo que organizar una colecta pública. El traslado hasta Génova (primera parada camino a Alemania) se hizo en la tercera clase de un trasatlántico. Edwin Vásquez, nuestro único oro olímpico (Londres, 1948), ganó con una pistola prestada. La propia Kina Malpartida, inesperada campeona mundial de boxeo, llevaba en su pantaloneta la bandera australiana en agradecimiento al apoyo que recibió en ese país. Aquí ni la conocían.
Esto no quiere decir que los periodistas debamos tener un papel paternalista con quienes se ponen la camiseta nacional para representarnos. El acierto de la crítica depende de su calidad argumentativa. Y esto va de la mano de una adecuada contextualización.
Paco Bazán (con quien guardo una buena relación desde los tiempos en que ejercía el periodismo deportivo) ha tuiteado que omitirá “todo comentario negativo en relación a la selección femenina [de fútbol]”. Esto luego de las críticas que recibió por señalar que las chicas de la selección de fútbol, antes de pedir a la afición que llene los estadios, ganen algún partido.
El periodismo de opinión no se ejerce en función de las reacciones que reciba. La confusión radica cuando detrás de la llamada frontalidad (tan valorada por las redes sociales) solo existe el afán de levantar más la voz que el vecino o utilizar el término más sarcástico o duro.
El valor de una opinión debe medirse por la solidez de su argumentación. El resto son píxeles –y saliva– mal gastados. Y puro narcisismo.
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