Una mujer cubierta de pies a cabeza, apartada, silenciosa. Silenciada. Esa es la imagen que tenemos en este lado del mundo de las mujeres musulmanas, ya sea porque no entendemos su fe o porque creemos que el sometimiento y el extremismo es único denominador en el mundo que ellas habitan. Esto no es del todo cierto.
Las luchas feministas también son cosa de las fieles de Alá. Así lo demuestran las artistas musulmanas en general y las afganas en particular; mujeres cuyo arte ha sabido enfrentarse a los extremismos. En estos días, incluso al más despistado le quedó claro que en Afganistán había cantantes pop —Aryana Sayeed—, directoras de orquesta —Negin Khpalwak—, directoras de cine —Sahraa Karimi— artistas plásticas y hasta callejeras.
Circuló por WhatsApp, por ejemplo, el siguiente mensaje: “Estas son obras de una artista afgana que se llama Shamsia Hassani, si las compartimos, será como darle voz a ella y a todas las mujeres afganas que están viviendo el infierno”.
Shamsia Hassani (Irán, 1988) es la primera mujer grafitera de Afganistán. Sus obras dan a las mujeres afganas un rostro diferente, un rostro con poder, ambiciones y voluntad de futuro. El personaje de la mujer que utiliza retrata a un ser humano orgulloso, poderoso y que puede aportar el cambio. Durante la última década de la posguerra en Afganistán, las obras de Shamsia han significado color en las calles, pero también en galerías, y han puesto en valor a todas las mujeres del país. “El arte cambia la mente de la gente y la gente cambia el mundo”, es su lema. Sus obras de arte han inspirado a miles de mujeres en todo el mundo y les ha dado una nueva esperanza a las artistas afganas en el país.
Malina Suliman (Kabul, 1990), es pintora, escultora y graffitera. Una de las pocas mujeres artistas afganas que lograron abrirse campo en los veinte años de ocupación estadounidense. Su arte desafía la cultura patriarcal musulmana, especialmente el burka, al que denomina “una forma de control bajo la falsa idea de respeto. Cada religión le da un nombre diferente al burka, pero en realidad solo sirve para controlar a las mujeres y mantenerlas encerradas”. Ella y su familia han sido amenazadas por los talibanes. Ha sido apedreada mientras pintaba, y su propia familia la encerró durante casi un año para evitar que siguiera pintando, alegando sentir vergüenza de sus obras. Una de sus obras que más críticas recibió fue un esqueleto portando un burka; que ella define como un “autorretrato”.
Estas y otras artistas han sido parte de la serie de exposiciones colectivas “Abarzanan” (Súper mujeres), que nació por iniciativa de la fotógrafa Rada Akbar y que reúne a mujeres artistas de Afganistán, Irán y Pakistán.
Gracias a que “Abarzanan” se encuentra en línea, podemos conocer monumentos, pinturas e instalaciones que honran la contribución de las mujeres a la historia afgana, como la cantante Bakht Zamina, la maestra Safia Amajan, o la presentadora de televisión Shaima Rezayee. Lo que tienen en común estas mujeres es, además de haber roto convenciones y dejado huellas, es que murieron asesinadas. ¿La causa? Vivir libremente.
¿El arte vs el hiyab?
En Occidente hemos aprendido a entender accesorios como el hiyab o el burka como símbolo de opresión, sin medias tintas. Hace poco se hizo viral una serie de fotografías hechas por la yemení Boushra Almutawakel como parte de su proyecto “The hijab series”. Se trata de una secuencia que muestra la transformación de una madre musulmana, su hija y una muñeca, desde su vestimenta habitual hasta quedar completamente cubiertas con un burka y desaparecer.
La obra fue creada en 2010, pero a raíz de la crisis de Kabul ha circulado en redes bajo la leyenda “desaparición” y ha sido imagen de sendas críticas al régimen talibán, pero también al islam. El impacto ha sido fuertísimo, sin embargo, la autora declaró a la BBC que tiene sentimientos encontrados con respecto al éxito de su obra. “Mi trabajo es un comentario sobre la misoginia patriarcal. El miedo, el control y la intolerancia. […] Yo no estoy en contra del hiyab. Si fuera así, habría partido mi serie con una mujer en bikini”, dijo.
El problema son los extremistas. No es del todo cierto que las ideas que estos defienden estén basadas en El Corán. La escritora y activista india Samina Ali, que profesa la religión musulmana, lo desmintió en su charla TED titulada ¿Qué dice realmente el Corán sobre el hijab y la mujer musulmana?
“El Corán consta de 114 capítulo, cada uno escrito en versos, como poesía. Hay unos 60 mil versos, y solo tres se refieren a cómo deben vestirse las mujeres. En ninguno de ellos detalla de forma específica el tipo de ropa que se debemos usar”, dice en su TED x University of Nevada, en el cual también cita a estudiosos musulmanes que dicen que esos versos están redactados de forma vaga porque la mujer puede decidir cómo vestirse según su cultura.
Las interpretaciones extremas, añade Samina Ali, vienen de posiciones que una buena parte del mundo musulmán no comparte.
La resistencia de la mujer musulmana
María Eugenia Ylla, historiadora de arte, considera importante ver estos trabajos artísticos como una respuesta a una violencia estructural que se traduce en el intento de colonización de los cuerpos de las mujeres. Citando a Rita Segato, señala que la estructura patriarcal que es transcultural, y que el arte como respuesta es muestra de que es imposible sostener dicho sistema, pues su estructura ha empezado a colapsar en todo el mundo.
“El arte que incomoda, que pone en tensión cosas, se enfrenta a la censura. Hoy, gracias a la comunicación, los medios de prensa, los medios sociales podemos ver la censura de cerca, y eso es un privilegio de nuestro tiempo, pues podemos verla y combatirla casi en tiempo real. Antes la censura era sistémica, por eso es que la historia se encarga ahora de rescatar esas voces que fueron silenciadas”, añade.
Pero, ¿en qué momento el arte funciona como resistencia? “Podría decirte que depende de quién lee o quién enuncia, no obstante, es muy difícil que un artista no esté alineado con lo que pasa en su tiempo. Las obras casi siempre son políticas, lo que pasa es que nosotros a veces tendemos a verlas como algo banal, pero tiene un lado político. Por ejemplo, reproducir retratos que responden estereotipos hegemónicos es, de alguna forma, una demostración de poder, y eso también es político”, señala.
La invasión talibán genera temor a las artistas afganas, pero también a las mujeres en general. Explica Marina Navarro, directora ejecutiva de Amnistía Internacional en el Perú, que este temor nace de la experiencia que, entre el 96 y 2001, vivió el país bajo el régimen talibán. “En los últimos 20 años las mujeres han luchado por recuperar sus derechos y su dignidad. Habría que diferenciar el peligro que tienen ahora mismo mujeres profesionales, periodistas y políticas que podrían ser víctimas de represalias como lo son las activistas y otras mujeres que su trabajo sea público”, enfatiza.
El derecho que está más en peligro es el derecho a la educación, dice Marina Navarro, pues si bien ahora mismo hay más de 3,3 millones de niñas en el sistema educativo, Unicef calcula que hay dos millones de niñas que no acceden aún a la educación. Con o sin talibanes, las mujeres han luchado arduamente por conseguir sus derechos, por lo que desde se iniciaron las negociaciones para la salida de los Estados Unidos de Afganistán, Amnistía Internacional y otros organismos de derechos humanos pidieron que se respeten los derechos de las mujeres. Aunque los talibanes señalaron que las mujeres no tienen nada que temer, sus primeras acciones no son una buena señal: prohibieron la entrada a las mujeres a la universidad y algunas profesionales han denunciado que han perdido sus empleos.
Marina Navarro recuerda que, de todas las personas que han huido en los últimos meses de Afganistán, el 80% son mujeres y niñas, la mayoría está en los países vecinos. He ahí la importancia que la comunidad internacional: que pueda admitirlas como refugiadas, que no cierren sus fronteras. Si lo hacen, esto podría ser equivalente a una sentencia de muerte.
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