José Miguel Tola (1943-2019) marcó el campo del arte moderno y contemporáneo más de lo que mucha gente imagina. Hoy, Tola, que durante los últimos años de su carrera se dedicó a la pintura de caballete, es un nombre que, paradójicamente, a algunos en las artes les suena a 'establishment'.
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Sí, ciertamente su 'allure' de 'artiste maudit', entusiastamente cultivado por la prensa, era quintaesencialmente romántico. Pero José (permítanme la familiaridad de un amigo en duelo) tuvo una aproximación reflexiva y rigurosa al trabajo artístico y un compromiso con la experimentación que, acogiendo las posibilidades creativas de la imagen, de la palabra y del sonido, era inusual en nuestro medio.
Luego de sus tempranos óleos sobre papel, como la impresionante “La amante del perro” (1980), emprendería una radical exploración de la forma que supuso un meditado quiebre del formato rectangular y del soporte plano. Dichos recortes sobre madera de 1984 serían pivotales para la escena local (que en los años 1990 adoptó esta pauta, dando lugar a una proliferación de obras recortadas en MDF).
Luego de esas piezas seminales siguieron otras en las que se buscaba una confrontación entre el trabajo de recorte y el trabajo de pintura: los contornos del soporte encuentran eco en las formas de las figuras, pero también son negados por ellas, como cuando sugieren continuidades que pasan por alto los espacios vacíos. Dichas obras, caracterizadas por el recurso a los patrones de diseño, lo harán merecedor del primer premio de pintura en la Segunda Bienal de La Habana, en 1986. Ejemplo paradigmático de esta línea es su notable serie “Los eunucos de la guerra” (1989), con sus figuras envueltas y retorcidas, en una confusión de brazos, manos, grandes bocas, dientes, ojos y formas como cruces y líneas en tonos altamente contrastantes.
En 1991 crea unos ensamblajes extraordinarios que incorporan el metal y la tubería de PVC. El artista cortaría retazos de planchas de metal para luego clavarlas sobre sus personajes a modo de vestimenta (como en “El guerrero II”), y adheriría y quemaría los tubos de PVC con soplete, creando texturas feroces en una obra decididamente sombría, a tono con los tiempos que vivíamos (como en “Iluminado”, una de obra icónicas de la serie).
Ya con el nuevo milenio, trabajaría con la técnica del vitral, incorporando el collage, lo que le permite aludir a su extenso universo referencial, que abarca desde los objetos cotidianos, pasando por recuerdos personales, imágenes precolombinas, material de archivo, 'souvenirs', etc. También en los años 2000 desarrolla una práctica escultórica que toma de sus personajes en pintura (aunque cabe recordar que había hecho escultura previamente), con un carácter ciertamente más lúdico, como ocurre con buena parte de su producción pictórica de este siglo, en la que sus famosos monstruos adquirían tintes festivos, tanto por su dibujo como por una renovada paleta luminosa con inesperados juegos tonales –lienzos en los que hay de reflexión arte-histórica en la tensión entre lo abstracto y lo figurativo que emplazan–.
Muchos dirán que con la partida de José se va terminando una época, pero diría que las épocas que importan en el arte no son generacionales, sino generativas. Y no creo que hayamos reconocido aún la riqueza de las avenidas creativas que recorrió, ni su potencial relevancia para el presente. Vendrá el día, querido y admirado amigo.