Durante dos meses de angustia, el pintor peruano José Luis Carranza creó su nueva serie de pinturas, “Los cuentos bárbaros”, a través de un proceso que describe como “vital”, en el que la felicidad o el placer de la creación artística no tienen cabida. En su lugar, el miedo fue como el motor que impulsó la creación de 32 obras que muestran los espacios más recónditos de la psique de Carranza, quien exhibirá esta colección en el Enlace Art hasta el 20 de octubre.
“Jamás pienso en el espectador cuando hago obras, soy profundamente egoísta, ni siquiera pienso en mí mismo. Lo que hago es sumergirme en las cosas más profundas de mí y pienso que son objetos vacíos que elabora un sujeto del siglo XXI que tiene muchas cosas por decir y nada por decir al mismo tiempo. En estos tiempos en los que todo parece cinematográfico, cualquier cosa puede opacarlas.”, comenta el artista en entrevista con El Comercio.
¿Por qué dejar el óleo y retomar el papel?
En realidad, hace 15 años que no produzco trabajos de este tipo; solía trabajar el dibujo en papel y los guardaba para mí como una especie de psicoanálisis personal. Después de pensarlo un poco, estas ideas regresaron a mi mente, además de una prohibición médica que me impedía trabajar unos 3 meses haciendo ese tipo de trabajos debido a los químicos que emanan los productos en óleo. Esa fue una sugerencia acertada; pude continuar mi serie en papel a pesar de mi convalecencia médica. Me resistí, pero todo esto nació de una manera extraña, como un museo mental que muestra cosas ocultas.
¿De forma extraña?
Sí, porque todo comenzó como una serie de coincidencias. Me aconsejaron hacer trabajos en papel, recordando la producción de series enteras en pocas horas. En ese entonces, experimentaba una especie de siniestra alegría por la creación, algo que se fue opacando con las figuras en óleo más pesadas, al igual que mi psicología, que se oscureció hasta que la alegría ingenua se desvaneció.
Aparecen temas como el canibalismo, violencia y escenas sacadas de pesadillas en esta nueva serie de pinturas. ¿Es una forma de mostrar la realidad actual?
Es parte de las vivencias que están presentes en todos los momentos de la historia, es parte de la condición humana y nuestra naturaleza tan absoluta, pues somos los únicos que podemos crear destrucción y extinciones, con un insuperable talento para el suicidio natural. Esto siempre estuvo ahí.
¿Por qué usar el título de una obra de Paul Gauguin?
Usé el título por la musicalidad de estas palabras, es mi caballo de Troya. Todo el horror que encierran los cuadros se ve empaquetado de esa manera. Uso otros caballos de Troya para la forma en que presento la obra, no hay mucha diferencia entre un pintor, un escultor o un panadero; la técnica ayuda a que las manos traicionen menos al artista, a pesar de que nos autosaboteemos casi siempre.
¿Qué otros caballos de Troya usas?
Los otros son la forma en que presento la obra y la técnica, de ahí que lo que hacemos los pintores no se diferencie del panadero o el escultor, este último es un caballo de Troya interior que hace que las manos no traicionen al artista, a pesar de que siempre exista un autosaboteamiento.
¿Por qué usarlos?
Los usan los músicos, escultores y otro tipo de artistas; hay una tendencia a esconder los mensajes, pues mientras menos esté explicada la obra, existirá un mejor diálogo entre el arte y el público, aunque no siempre exista una explicación lógica ante esa intención.
¿Tus manos te sabotearon en esta ocasión?
Bueno, yo nunca estoy satisfecho con mi trabajo, pero a este le guardo cierto afecto paternalista, a diferencia de otras obras. Cuando la vi montada por primera vez y me vi rodeado de todo el trabajo, me sentí como nunca; fue algo raro que ahora siento que se trata de un miedo a dejar de existir.
¿Algo diferente a tus anteriores procesos de creación?
Para mí, crear arte es un proceso angustiante, como si estuviera en el borde de un abismo. Esto es una actividad fisiológica, como comer o respirar, no soy consciente de lo que hago, pero sé que es necesario para mí. Si no lo hiciera, sentiría que no existo.
Escucho a muchos colegas hablar sobre la felicidad de la creación, del amor y la alegría de elaborar arte; honestamente, a mí no me pasa y se me hace inconcebible. No conozco la felicidad y creo que la persona más tonta es feliz porque no conoce nada. Mientras más sabes, más infeliz eres, aparecen más miedos, más inseguridades y aprendes a ver el terror que esconde el potencial de tu prójimo.
¿Son todas estas sensaciones las que inspiran la obra?
Es el miedo lo que inspira toda la serie; no uso la palabra miedo como algo negativo, sino como algo vital. Como personas del siglo XXI, no respiramos oxígeno, sino miedo, y eso es algo delicioso porque nos acerca a nuestra animalidad a puertas de nuestra irreparable extinción.
Además de la autodestrucción, también podemos construir…
Claro, también podemos crear belleza; esto se entiende como la forma en que se hacen las cosas bien. Ahí competimos siempre contra la naturaleza, nuestra única enemiga, por eso la queremos destruir.
¿Al público le gusta apreciar su propio potencial destructivo en tus obras?
Creo que las personas no son repelidas por las imágenes que muestro, siempre y cuando estén envueltas en una empaquetadura bella de la composición. Es un caballo de Troya que encierra un mensaje oscuro que quiero transmitir. Como suelen decir: “Mientras más nefasto es el ser humano, más bella es su obra”. Al final, la verdad está ahí, queramos verla o no, y las personas no se sienten intimidadas porque todos los días ven horror.
¿Dónde queda un espacio para el legado a puertas de la autoextinción?
Jamás pienso en las personas cuando hago obras, soy profundamente egoísta, ni siquiera pienso en mí mismo; me refundo en las cosas más profundas de mí y pienso que son objetos vacuos que elabora un sujeto del siglo 21 que tiene muchas cosas por decir y nada por decir. En estos tiempos en que todo parece cinematográfico y cualquier cosa puede opacarlas.
¿Entonces la historia será la encargada de juzgar tus obras de arte?
Lo que hago no lo llamaría “obras de arte” porque cuando un ser humano muere es la historia la que le da ese estatus; por el momento soy un creador de imágenes colgadas en una exposición. Ya luego de mi muerte, estas obras se defenderán solas o habrá alguien que lo haga, pero eso aún no me queda claro porque todavía sigo respirando.
Estas obras podrían perderse, especialmente debido a la aparición constante de artistas de todo tipo y la masificación del arte.
Ahora hay una proliferación de gente que crea cosas nuevas; todos quieren ser escuchados y opinar, pero no todos lo hacen bien o son competentes. En estos tiempos, solo podemos apelar al redescubrimiento en el futuro de las obras actuales más potentes, como le ocurrió a Caravallo.
¿Cómo afecta la masificación al arte?
Esta proliferación puede minar la labor de creadores más honestos, del arte más potente. La atención de la gente se va a cualquier cosa que pueda llamarse arte. Son tiempos difíciles porque vemos bastante y, al mismo tiempo, nada; no todo el mundo tiene cosas importantes que decir o está capacitado para plasmar la belleza, viéndolo como algo bien hecho.
¿Y esto puede provocar que tus caballos de Troya sean lo único que vea el público y no el mensaje entre líneas?
Puede ser así, pues ya no se suele desmenuzar el contenido, se está perdiendo la contemplación. Ahora todos son devoradores de imágenes, todos quieren ver algo más. Lo que es extraño porque la gente le suele pedir más respuestas a la pintura y no a la música, siendo esta última la que llega más profundo de manera rápida. Además, está la idea de que se necesita un alto nivel de erudición para entender la pintura, pero no es así; cualquiera puede ver y contemplar un cuadro.
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