Rosa Barba trabaja siempre con celuloide, pero no lo hace plegada a las tendencias retro o ‘vintage’ actuales. Su acercamiento al material fílmico dista de ser nostálgico: es más bien práctico, necesario para sus fines experimentales, el soporte idóneo para darles forma a sus inquietudes artísticas y filosóficas. Por eso, cuando se lo proponemos, no acepta tomarse fotos posando con las cintas de 35 mm y 16 mm que utiliza para su instalación. “Es fetichista”, dice. La artista italiana ha llegado a Lima para presentar la muestra “Evocando un espacio más allá del cine”, organizada por el MALI y Proyecto AMIL, bajo la curaduría de José-Carlos Mariátegui.
LEE TAMBIÉN: Mariella Agois (1956-2024), la línea infinita [IN MEMÓRIAM]
Toda la obra de Barba parece una radical respuesta al apabullante avance de lo digital, que nos invade sin remedio. “Es todo lo contrario a ser confrontado con las imágenes digitales, a ver Netflix o lo que sea”, afirma. Desde su formación temprana como fotógrafa, y luego como artista visual, ha indagado continuamente en la materialidad analógica del cine, en el trabajo con la luz, con los instrumentos y los soportes. Lo limitante como posibilidad. “Por ejemplo, me gusta trabajar con un rollo de tres minutos, porque te ofrece una forma muy performativa de grabar: necesitas tomar decisiones muy rápidas sobre lo que quieres capturar”, explica.
“Me interesa mucho también el parpadeo del celuloide –continúa–. La imagen en movimiento tiene 24 fotogramas por segundo, pero luego está ese instante oscuro, ese parpadeo donde no hay información, una oscuridad que te permite pensar. En lo digital, en cambio, todo es muy preciso. Cada punto en la red del algoritmo está ocupado, no hay espacio para que uno imagine. Por eso para mí es asunto filosófico también. Yo lo llamo el espacio anárquico”.
El otro cine
Barba evita las distinciones entre el cine y las artes visuales, pues se mueve en un terreno intermedio entre los dos campos. También rehúye a las menciones explícitas a referentes claros para su obra, aunque reconoce influencias del cine de Fellini y de Pasolini (“Los momentos psicológicos de sus películas”, señala) así como de la ciencia ficción (“Su forma de mezclar la historia, pasado y futuro, en un espacio híbrido”). Pero, por sobre todo, intenta que su trabajo tome distancia de lo que denomina “el statu quo del cine”.
“Cuando de joven pensé en estudiar cine, me di cuenta de que era un mundo muy angosto. Todo tenía una regla: la forma de usar una cámara, la forma en que se proyecta, la forma que debe tener una narrativa. En el mundo del cine no tenía espacio para experimentar”, cuenta la artista.
En esa línea, su trabajo fílmico bebe más de la danza, del teatro, de la arquitectura. Sus obras suelen mezclar la imagen, el sonido y el texto convirtiéndolos en creaciones visuales en sí mismas. La cámara es un instrumento que le permite dibujar; los proyectores se vuelven piezas casi escultóricas –nunca ocultas a los ojos del espectador–, que ella articula en formas y posiciones inesperadas, que fragmenta y desmonta a placer, pero con pleno sentido.
Sus instalaciones suelen tener también una estrecha relación con el espacio arquitectónico que las rodea. En el caso de su muestra en el MALI, dispuesta en dos salas del emblemático palacio, Barba ha jugado con unos filtros ligeramente traslúcidos colocados en los ventanales.
“Nunca me ha interesado mostrar mi trabajo en espacios completamente oscuros –explica–. Por eso quería que el museo se convirtiera en una especie de membrana donde se juntaran el exterior y el interior. Y este filtro permite tener el patio del museo incluido de alguna manera en la exposición”.
Paisajes personales
Así, la membrana instalada en el MALI acoge una serie de obras de inquietante origen y resolución. Una de ellas es una película en 35 mm rodada en los Andes peruanos, producto de la fascinación de Barba por el vínculo entre las comunidades y la tierra, pero también ligada al derretimiento de los glaciares debido al cambio climático.
En otra, grabada en Chipre, se sumerge en las aguas para capturar imágenes de un barco hundido en el siglo IV a.C., pero con un trasfondo claramente político: la pieza se presentó en una instalación ubicada justo en la frontera desmilitarizada que divide el norte y sur de la isla –la Línea Verde–, zona de fuertes tensiones.
¿Qué vincula a las alturas andinas con las profundidades marinas chipriotas? “Todo mi trabajo tiene una conexión –responde la artista–. El interés en cómo el paisaje se transforma, y cómo la sociedad reacciona a esa transformación y vive con ella”.
A todo lo descrito súmese una figura hecha de cintas de celuloide tejidas, a la manera de un lienzo o pantalla de cautivantes colores; un poema visual de ángulo aberrante, que proyecta una cinta previamente tallada; y también una publicación impresa que incluye fotogramas de algunas de sus películas, en un lúdico juego entre imágenes y textos. Atractivo conjunto para explorar entre traqueteos de bobinas y espectros luminosos que, lejos de remitirnos a un pasado analógico, nos abisman a un futuro lleno de posibilidades.
“Evocando un espacio más allá del cine”, de Rosa Barba, puede visitarse en las salas 3 (primer piso) y 26 (segundo piso) del Museo de Arte de Lima (MALI), hasta el 16 de junio. La entrada es libre.
Contenido Sugerido
Contenido GEC