TERESINA MUÑOZ-NÁJAR
Blindado por los más de 15.000 libros y los cientos de objetos –espadas, cuadros de antepasados, escudos nobiliarios, efigies de santos, juegos de ajedrez, cámaras fotográficas, budas chinos, etc.– que abarrotan paredes y mesas de su formidable biblioteca, el reconocido abogado y escritor Fernando de Trazegnies preparaba la conferencia que dictó ayer viernes 5 de mayo en el auditorio de Humanidades de la PUCP, sobre el tema que le fascina y que vincula a los chinos con los antiguos peruanos.
“Desde que inicié la investigación sobre la inmigración china en el Perú del siglo XIX, que terminó con la publicación de mi libro ‘En el país de las colinas de arena’, empecé a encontrar ciertas evidencias que me hicieron pensar que los chinos visitaron con frecuencia nuestro país, sobre todo durante la época moche, aunque hay pruebas que señalan que podrían haber venido, inclusive, mil o dos mil años antes de Cristo”.
De acuerdo con De Trazegnies, la leyenda de Naylamp, –“yo no desprecio las leyendas, advierte”–, el fundador de la cultura Lambayeque, podría ser una prueba de lo que afirma. “Llegó por el mar, en una balsa y parece que después arribaron a la costa otros dos sucesores de él, que después se fueron”.
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¿Era posible, en aquellos tiempos, navegar desde China? “Muchos aseguran que un viaje en esa época, de China a América, no se podía realizar en menos de un año y que, por lo tanto, no hay ninguna probabilidad de que los chinos lo hicieran, pues no hubieran tenido cómo mantener agua y comida. Pero yo creo que sí”. El investigador cuenta que bajo las indicaciones de la famosa arqueóloga norteamericana Betty Meggers, quien sostuvo su misma teoría, se hizo un barco chino semejante a los que navegaban hace mil quinientos años y que este hizo el viaje en 50 días. “Yo siempre he sostenido que los chinos partían por el norte de su país, allí encontraban una corriente que los dirigía hacia las islas Aleutianas, las mismas que forman una suerte de media luna entre la península Kamchatka y el sudoeste de Alaska. Entonces, como las islas están tan pegaditas unas a otras, es altamente posible que ellos hayan ido parando a fin de alimentarse. Llegaban primero a México y luego venían hasta acá. No venían con ánimos de conquista, sino alentados por esa curiosidad de saber qué había más allá”. Aunque no se puede probar que los chinos navegaran hasta América, De Trazegnies considera que se debe seguir estudiando el tema “hasta conseguir evidencias irrefutables”.
Son bastante contundentes, más bien, las similitudes que ha encontrado en la iconografía moche y nasca. Hay una serie de huacos en el Museo Larco que representarían a individuos chinos. “Son dos o tres personajes, probablemente manchúes. Uno tiene la barba muy larga y otro una suerte de perilla”. También sostiene que da la impresión de que los moches los recibieron amistosamente, pues los representaron en huacos importantes y respetuosos. “He hallado a un mismo manchú, el de la barba larga, representado varias veces. Uno de ellos es un huaco que está en el sector donde están los ‘enfermos’, lo que nos dice que pudo haber contraído alguna enfermedad acá”. Asimismo, De Trazegnies ha identificado a quien podría haber sido un guerrero manchú, que tiene una soga atada al cuello. “Seguramente lo sacrificaron y lo ofrecieron a los dioses”.
En una pieza nasca, de otro lado, De Trazegnies ha asociado una inscripción –que se repite siete veces en la misma pieza– con un ideograma chino. Y está seguro de que lo es. Tiene la forma de una ‘y’ invertida y significa ‘subir a las alturas’. “Me lo certificó hace unos cinco años un embajador de China acá en el Perú. Fue a escuchar una conferencia que di en el Centro Cultural Garcilaso de la Vega y cuando indiqué que esa figura podría ser un ideograma, me interrumpió y lo tradujo”.
Cree, por otra parte, que el Candelabro nasca, “que nadie ha sabido explicar nunca qué es”, podría ser el dios chino del árbol. “Son muy semejantes”. Y poniendo unas piezas al lado de otras, compara, entre otros, un felino de la dinastía Shang (1300-1100 a.C.), que está en Henan, China, con un felino mochica (200 d.C.) y la boca de un personaje mítico chino (Liangzhu Jade Ritual Cong, 2000 a.C.) con la boca de un personaje mítico del Perú (Cupisnique, cerámica representando un hombre-felino 600 a.C.).
Para finalizar, Fernando de Trazegnies nos deja esta interrogante: ¿Es acaso una coincidencia que solo los peruanos y los chinos consideren a sus montañas más importantes como dioses?
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