Para pensar en la trascendencia de la arquitectura peruana de las últimas décadas, basta recordar que alguna vez tuvimos un presidente arquitecto. Más allá de lo positivo o negativo que puedan haber dejado los dos gobiernos de Fernando Belaunde Terry en los años 60 y 80 (que en estos términos no vienen al caso), se podría decir que la figura del arquitecto alcanzó su escalafón máximo en cuanto a institucionalidad.
La audacia de las construcciones modernas, el empuje de la Escuela Nacional de Ingenieros (hoy UNI) y las publicaciones y actividad de la Agrupación Espacio fueron otros signos del auge arquitectónico en el Perú del siglo XX que, debido a las crisis económicas, la irrupción del terrorismo, entre otras razones, se quebró. “Esa ruptura responde a una confluencia de factores –explica el arquitecto peruano Gary Leggett–. Pero lo preocupante es que años después, cuando la economía del país finalmente se recupera, nuestras ciudades, y Lima en particular, se entrega a un 'como sea' colectivo, propio de una sociedad que busca crecer a toda costa, sin una conciencia histórica. En el plano arquitectónico y urbanístico, lo típico es culpar a la construcción informal, pero el desenfreno de los grandes proyectos inmobiliarios es parte del problema. Hay muy poca reflexión sobre la ciudad que queremos construir”.
Leggett, justamente, parece una excepción a esa regla. “Los arquitectos tenemos el doble deber de darle la mejor forma posible al crecimiento y saber cuándo ponerle coto”, señala. “Los mejores proyectos de arquitectura son actos de substracción, no solo adición. Eso es difícil de lograr en sociedades que tienden al exceso. Se pierde de vista la importancia del vacío y del bien público”.
AÑOS DE FORMACIÓNLeggett se graduó como bachiller en la Universidad de Princeton y es magíster en Arquitectura por la Universidad de Yale. Luego de esa larga temporada en Estados Unidos, vivió y trabajó en Holanda. En paralelo a su carrera arquitectónica, ha mostrado siempre una tendencia por la escritura y la fotografía. Tiene un libro, “Polis: visiones y versiones de Lima a inicios del siglo 21” (2006), y un sólido conjunto de artículos en los que muestra su interés por una gran diversidad de temas: una tesis sobre ciudades mineras, textos sobre proyectos infraestructurales en la Amazonía, sobre la relación entre impuestos y la arquitectura en la ciudad de Londres, sobre fotografía, entre otros. “El arquitecto piensa en términos espaciales, y eso puede manifestarse de muchas formas, más allá del diseño de edificaciones. Pero finalmente es en el edificio, y no en las palabras, donde se sostiene la arquitectura”, afirma Leggett, quien se desempeña también como profesor de la Pontificia Universidad Católica.
Durante varios años, Leggett trabajó diversos proyectos en Ecuador, donde diseñó junto a oficinas locales un campus de ciencias biológicas de la Universidad Regional Amazónica Ikiam, un proyecto de terminales terrestres y un centro de investigación y exhibición de batracios. Por razones de diversa índole –incluyendo la activación del volcán Cotopaxi en el 2015–, los proyectos se truncaron o se encuentran aún por terminar, pero en ambos casos han sido motivo de reflexión. “La profesión del arquitecto tiene una peculiaridad: la mayoría de sus proyectos nunca se realizan. Es una carrera eminentemente optimista”, asegura.
VISIONES DE FUTUROInstalado en una antigua y espaciosa casona de Barranco, donde funciona la base de operaciones de Junta, su oficina de arquitectura y urbanismo, Leggett planea una serie de proyectos que consoliden su apuesta por servir a la ciudad.
Entre sus labores más recientes estuvo la dirección del concurso para la construcción de la nueva ala de arte contemporáneo del Museo de Arte de Lima (MALI). También la dirección de la iniciativa 2021: Proyectos del Bicentenario, patrocinada por el Grupo Centenario, que busca instaurar concursos para el diseño de espacios públicos en el Perú. Hace apenas unos meses, por ejemplo, culminó con éxito la propuesta para renovar el óvalo Paz Soldán, en San Isidro. Pero 2021 se plantea también el desarrollo de proyectos de mayor envergadura, como el de un gran parque metropolitano que a Lima le ha sido históricamente ajeno.
“Los concursos públicos ayudan a construir un imaginario que esté a la altura de nuestra riqueza como país. Al mostrarnos lo posible, son capaces de generar suficiente inercia e interés político para llevar a cabo proyectos que, de otro modo, no surgirían dentro de los cinco años a los que suelen estar sujetos los proyectos públicos. El rol de lo privado, como garante de cierta continuidad, es esencial en este proceso, y aún queda mucho por hacer para incentivar su participación”, apunta. Solo así, quizá, podamos comenzar a pensar en un país que se transforme con conciencia y no solo con desesperación.