La más reciente exposición individual de Julia Navarrete la ratifica como una de las artistas peruanas más serias y sólidas de su generación. Considerando, además, que se trata de una generación visiblemente dominada por figuras masculinas, esto es algo digno de destacarse.
Desde hace largos años que Julia Navarrete viene desarrollando su emblemática línea de trabajo pictórico, en la que destaca la excelencia técnica y la complejidad visual de sus obras. Es especialmente en los cuadros de mayor formato de esta exposición que podemos notar la manera en que se articulan la delicadeza del tratamiento de la superficie pictórica con las sofisticadas imágenes de la artista: aquellas elaboradas composiciones que armonizan juegos dinámicos de formas entrelazadas y zonas de tensa quietud, la sutil interacción que se da entre el pigmento y el soporte, el rico abanico de variantes tonales y gamas cromáticas empleado, y el contrapunto establecido entre la línea y las franjas de color.
Si bien “Intersticios” da clara cuenta de la precisión que ha alcanzado su lenguaje, así como de su elevado refinamiento formal, resulta especialmente interesante notar que la muestra sugiere la profundización en una línea de trabajo —que estaba prefigurada en la obra previa de la artista— y que, en cierta medida, implica la aparición de nuevas coordenadas en su horizonte estético.
Julia Navarrete emprende así una exploración de ciertas posibilidades e implicaciones de una particular metodología visual, caracterizada por el contraste entre polos (estéticos, técnicos y discursivos) diferenciados: dinamismo y quietud, figuración y abstracción, narración y sensorialidad, profundidad y superficie, etc. Este giro se ve insinuado en algunas piezas en las que la artista trabaja este último par de opuestos —profundidad y superficie— para hacer más sutiles las diferencias entre ambos polos, a la par que exacerbar sus tensiones.
Así, por ejemplo, el tríptico o el lienzo en tonos rojos, magentas y naranjas buscan “afilar” el borde que separa el ilusionismo pictórico (la tridimensionalidad basada en la perspectiva) de la realidad tangible de plano pictórico (la superficie del lienzo) para crear un margen delgadísimo que permita un diálogo entre ambos polos.
Para ello, se recurre a una serie de elementos pictóricos perceptualmente ambivalentes que pueden ser leídos simultáneamente como planos geométricos, como espacios o como atmósferas. En otras palabras, son formas monocromáticas abstractas cuyas distintas intensidades de color y mínimas variaciones en la carga del pigmento de cara a la trama de la tela generan una sensación atmosférica, aunque en sus relaciones con otros planos pueden parecer paredes de una estructura arquitectónica. Pero aquí también se produce la desaparición del personaje y una anulación de la narrativa (la historia que proyectamos y nuestra relación voyerista con las escenas: ¿quién es el personaje?, ¿qué hace?, etc.).
En este nuevo escenario, Julia Navarrete nos emplaza a ocupar el lugar del personaje, invitándonos a situarnos ante su obra y establecer nuestro propio balance entre modos distintos de ser espectadores. En mi caso, lo que se revela es la lógica visual que subyace a los códigos y tradiciones de la pintura.