Alfonsina Barrionuevo, su madre, siempre le decía lo mismo: que esas quince imágenes de vírgenes y santos que en el mes de junio se reúnen en la catedral cusqueña para luego dar una vuelta, todas juntas, alrededor de la Plaza de Armas, llevan una entidad. Puede ser el viento, el rayo, tal vez la lluvia. “Cuando ella me contaba eso, yo pensaba en la idea de la sobrevivencia. En esas entidades sobreviviendo dentro del traje de un santo colonial, blanco”, dice Kukuli Velarde. Fue así que comenzó, hace seis años, su serie “Corpus”, proyecto que culminó gracias al apoyo de la Franz and Virginia Bader Fund y a la beca Guggenheim que obtuvo en el 2015.
Casada y con una hija de 5 años a quien ha llamado Vida, Kukuli, la artista que de pequeñita dibujaba vicuñas de cuellos larguísimos, que luego ilustraron las portadas de los cuadernos Loro y las cajas de plumones Faber-Castell, reside en Filadelfia desde hace muchos años. Esta vez no solo ha llegado para visitar a su familia y pasar unos días en la vieja casa de Santa Beatriz, sino también para coordinar la posible presentación de “Corpus” en el MAC. “El museo está feliz con la idea, lo que falta es el financiamiento para el transporte de las piezas (40 mil dólares), pero confío que lo conseguiré. He recibido mucho apoyo para poder terminar este trabajo y quiero que se vea acá, en el Perú. Considero que es necesario. ‘Corpus’ es también una metáfora de nuestra realidad”.
— ¿Por qué te fuiste del Perú?Cuando uno es joven no se cuestiona eso. Se va y punto. Había estado un año en San Marcos, estudiando Historia del Arte cuando una prima me dijo que la acompañara a México. Fue en 1984. Tenía un poco de plata porque había vendido varias pinturas en una exposición que hice en la galería El Puente, así que me fui.
— ¿Querías ser artista, seguir dibujando?Estuve en el departamento de posgrado de la Autónoma, en Educación Continua, pero la verdad es que me enamoré totalmente. Recuerdo que me matriculé en un taller de escultura en metal cuando de pronto se abrió la puerta y ese fuego que se prende, se prendió. Entonces tuve que aprender a ser una persona. A vivir. Mi educación había sido bien estricta, no tenía roce social, nunca tuve muchas amigas, menos una pareja, era muy tímida. Después de un tiempo se me rompió el corazón.
— Y terminaste yéndote a Estados Unidos.Un día pasó por México Pablo Marcos, el ilustrador, que por entonces vivía en Nueva York y me dijo que cuando quisiera podía ir a alojarme a su casa. Y yo acepté. Él quería que me interesara por la ilustración y me presentó a Boris Vallejo, otro dibujante peruano (de la talla de Frazetta). Vallejo me pidió que hiciera ilustraciones de Conan el Bárbaro en diferentes posturas, pero me aburrí. Tenía la edad para elegir lo que me hiciera feliz. Trabajé de mesera, como ayudante de un artista y me matriculé en el Hunter College [se graduó en artes con 'magna cum laude'].
— Entonces descubriste la cerámica.No solo eso. Cursé el segundo semestre en 1992, justo cuando se conmemoraban los 500 años de la llegada de Colón a América, e hice esta pieza, mira, es una figura precolombina que cuando la terminé le puse clavos por todas partes. En ese momento todo comenzó a tener sentido. Asumí que hasta entonces no me había movido la pasión, sino el entrenamiento. No había tenido la necesidad de decir algo. Esta pieza forma parte de una serie que titulé “Nosotros los colonizados”.
—Tema en el que has centrado todo tu trabajo, ¿verdad?Sí. Me interesa la realidad peruana. Cuando sales del Perú te das cuenta de lo frágil que es nuestra sociedad, de lo fuerte que es el racismo, de la falta de empatía, del desconocimiento que tenemos de nuestro pasado. La colonización nos ha fregado a todos. Los europeos nos impusieron su estética y eso nos ha hecho mucho daño. Me parece necesario encontrar nuevamente esa belleza nuestra y volver a ser el centro de nuestro universo.
—En tus pinturas hay un fuerte mensaje feministaMe pinté a mí misma (comencé en el 2004), desnuda, porque quería verme envejecer y aceptarme. Creo que las mujeres tenemos que apreciar nuestros propios cuerpos sin la necesidad de utilizar el ojo masculino. Querernos como somos. No tenemos que seguir las pautas de la revista “Vanidades”.
— ¿Cuánto han influido tus padres en tu obra?Todo lo que hago es parte de mi herencia. Me ha nutrido mucho esta casa, la música cusqueña, los museos de arte precolombino. Todo esto tiene una belleza que me pertenece.
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