Por si no fuera suficiente vivir una sola vida, la virtualidad nos ofrece otra. Un universo paralelo, lleno de posibilidades casi infinitas, donde las limitaciones están únicamente definidas por el conocimiento que se posea antes de aventurarse en la vasta telaraña de información, popularmente conocida como World Wide Web, o WWW. Aunque la forma de este no tan nuevo mundo difiere, la esencia de la realidad persiste desde hace más de 30 años, pues para continuar expandiéndose abstrae elementos de nuestro entorno físico para construir su propio imperio intangible.
Desde las primeras trazas del renacimiento tecnológico a finales del siglo XX, hemos sido testigos de cómo la digitalidad se ha infiltrado, capa tras capa, en los dominios más recónditos de nuestra existencia. Los celulares son sus emisarios, y a través de ellos nos integramos—aceptando términos y condiciones—a una sociedad virtual con leyes propias que se rigen por la voluntad de cada uno. Sea para bien o para mal, el ensueño de “libertad” que propone es un atractivo para todos.
No es ninguna sorpresa que el arte, esa manifestación esencialmente humana, no haya quedado inmune a esta revolución. El arte digital, nacido en el crisol de circuitos y pantallas luminosas, ahora nos desafía a reconsiderar la ancestral pregunta sobre qué constituye lo artístico. Y aún más intrigante, pensar en la evolución conceptual de expresiones artísticas contemporáneas.
“En el futuro no habrá una distinción entre la cultura digital y analógica. Elementos como la pintura quedarán como una forma de representación, pero lo digital se adaptará a la gran necesidad del público por la interacción, a recibir feedback de la misma obra, esto ya no se trata solo de contemplar, sino de experimentar a través de los sentidos”, nos cuenta el artista digital español Solimán López.
Nuevas realidades, nuevos problemas
La hibridación entre lo virtual y lo tradicional está más presente que nunca, añadiendo el término “virtual” o “digital” al final de deberes, leyes, objetos o cualquier otra actividad cotidiana. Aunque las fronteras entre la realidad y lo virtual se vuelven cada vez más difusas, el arte contempla su propia existencia y replantea sus dilemas.
Uno de estos dilemas es su preservación: mientras que el arte tradicional lucha contra la degradación física—requiriendo a veces restauraciones meticulosas para combatir los efectos del tiempo—, el arte digital se enfrenta a la obsolescencia tecnológica. Este último no se deteriora físicamente, pero puede volverse inaccesible debido a la rápida evolución de formatos y plataformas. Aunque esto representa un reto considerable, la tecnología ofrece soluciones como la migración de datos y la emulación, que pueden prolongar la vida de las obras digitales indefinidamente si se gestionan adecuadamente.
“Podría pensarse que este arte es dependiente de la creación de nuevos dispositivos, pero siempre fue así; incluso los pinceles evolucionaron para ofrecer trazos más precisos. Cada avance tecnológico es una oportunidad más para plasmar nuestros sueños de manera fiel, permitiéndonos pensar y crear con mayor libertad”, menciona el artista visual Marc Lee.
El alcance de las obras también cambia drásticamente entre los dos tipos de arte. El arte tradicional, a menudo confinado a espacios físicos, puede limitar su audiencia a quienes tienen acceso a estas instituciones. En contraste, el arte digital puede trascender fronteras geográficas y alcanzar una audiencia global a través de la web, aunque corra el riesgo de quedar a merced de cualquier tipo de uso, dado que es difícil regularlo una vez que se encuentra en el ciberespacio.
En el debate se posiciona también el rol de los museos ante la filosofía de las expresiones artísticas digitales. “Los museos deben pensar en ser un aglutinador de comunidades dentro de un recipiente de contenidos. La información ahora se adquiere de forma más dinámica, y ver arte es más sencillo desde la comodidad del hogar”, enfatiza López. “Es necesario replantearnos desde los conceptos más pequeños hasta los más grandes, o el avance de las inteligencias artificiales lo hará por nosotros”, agrega Lee.
Este avance continuo e imparable también trae consigo el descarte rápido, un nuevo desafío que pronto los artistas y el público deberán enfrentar. Ya no solo navegamos por un mar de datos en busca de información, sino en un océano con un horizonte eterno que nunca alcanzaremos, pero sí podemos tomar los remos y decidir hacia dónde avanzar.
Lugar: Salas 1 del Museo de Arte de Lima – MALI.
Temporada: Desde el 28 de junio a 10 de noviembre de 2024.
Entradas disponibles en Joinnus
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