Hace ocho años, de forma fortuita, al taller de Ramiro Llona llegó un extraordinario lote de telas. Sin desperdiciar nada, tensando el material obtuvo 12 bastidores de 3 por 5 metros. El artista miró hacia adelante y pensó que iba a comenzar una empresa que le iba a tomar mucho tiempo: 12 telas horizontales que, por sus dimensiones y proporciones, no tenían posibilidad comercial. Mucha gente le preguntaba por el propósito de su nuevo proyecto. ¿Una nueva exposición? ¿Un trabajo por encargo? ¿Una colección? Él respondía: lo hago solo porque quiero hacerlo. Para el artista, lo importante era instalarse, por mucho tiempo, en el lugar de la pintura. Un buen lugar para vivir.
Se trata de un proyecto, nacido sin agenda, por amor al arte y la urgente curiosidad por ver el resultado. Es el producto de un acto de fe. “El buen lugar. Pinturas y dibujos (2017-2024)” se presenta del 19 de junio al 29 de setiembre en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC Lima), lugar ideal para tal despliegue. “Será un espacio muy generoso con el espectador. La gente podrá entrar y ver los cuadros a 15 metros de distancia, experimentará la inmersión en la pintura y en el espacio”, afirma el pintor.
— En tu trabajo, el concepto tiene que ver no solo con el objeto pictórico, sino también con su performance. Detrás de cada obra de gran formato está el hecho de pintar sin detenerte…
Claro, porque la pintura es una manera de vivir. Y la performance, tu acción sobre la tela, es para mí central. Estos formatos tan horizontales te obligan a desplazarte de un lugar a otro. Tu cuerpo y tu gesto recorren la superficie. Sabía que este trabajo me iba a impulsar hacia una narrativa, que mi pintura iba a contar historias desde esta horizontalidad casi cinematográfica.
— Es curioso que uses la palabra ‘narrativa’, un término tan denostado en la Escuela de Arte de la Universidad Católica...
[Ríe] ¡Me ha tomado 40 años aceptar que cuento historias! En defensa de mi formación en la Católica, debo decir que no tomo decisiones previas ni hago bocetos. Mi única decisión es frente al cuadro. Ese es mi lugar. Estoy 12 horas diarias trabajando, en las que leo, pinto y miro la tela. De repente, en un momento, algo se organiza dentro de mí. Entonces me pongo de pie y actúo sobre la tela, de manera impulsiva e inconsciente. Trato de escaparme de lo que ya sé, de lo que ya soy. Con el paso de las semanas, se va organizando un universo de formas, de colores, de texturas. Así me doy cuenta de lo que estoy trabajando.
— ¿Y se puede verbalizar esas nuevas historias?
Es una gran pregunta que me hago. Sucede al final, cuando le pongo un título.
La pintura como religión
Entonces Llona nos cuenta la historia de la pintura que se encuentra frente a nosotros en proceso, sobre su gigantesco bastidor. En ella hay formas que parecen entregarse a un vacío negro, personajes que entregan oscuridad a otros. Es por ello que su primera idea de título para el cuadro fue “La ofrenda”, una sugerencia libre a partir del movimiento de las formas. Sin embargo, un día su hijo Cristóbal se quedó observando la obra y le dice: “Papá, eso parece una cabeza degollada”. Allí se le reveló al artista el sentido bíblico de su trabajo: era Salomé, la mujer que pidió a Herodes la cabeza de Juan el Bautista. E incluyó su nombre en el título. “Muchas de mis pinturas están planteadas en términos bíblicos”, afirma. “No soy una persona católica, no voy a la Iglesia a escuchar misa, pero me gustan mucho las historias”, añade.
— ¿Puede decirse que tu pintura ha devenido en el simbolismo?
Yo creo que el centro de mi trabajo está instalado en la pintura occidental, y que hay grandes símbolos en lo pictórico. Esas historias milenarias del Antiguo Testamento tienen una carga metafórica inmensa. Supongo que allí tienen que ver mis recuerdos de niño, cuando mi abuela me contaba la historia de la resurrección de Lázaro… No es que tenga una agenda catequista. Es un juego. Todos estos títulos se me organizan al final del trabajo. Espero que al espectador no le importe el título para hacer su interpretación.
— Eres el miembro más joven de una generación de artistas que apostó por la épica. ¿Qué crees que ha sucedido con ella en el arte actual?
La épica es la única manera de enfrentar la realidad. Hoy todo está hecho para bajarle el volumen a las cosas, para aplastar cualquier ánimo. Hay una regresión cultural espantosa en el mundo.
— ¿Y qué causa esa regresión?
La escasez en todo sentido, la migración, el cambio climático: hay una sensación de crisis. Los sistemas se están agotando. Gente que cuestiona la democracia como sistema, otros que cuestionan el neoliberalismo. Lo que es real es que las diferencias económicas se han ampliado de una manera inmoral. El surgimiento de la ultraderecha no es una buena noticia para nadie. Hay muchos signos de que vivimos un momento muy complejo. ¡Pero uno tiene su vida! La gran ética es aprovechar tus días. Hacer el bien, ser un buen compañero, ser una persona generosa y educada. Me acuerdo que Blanca Varela decía que nuestra gran tarea es sobrellevar las limitaciones del ambiente.
Los viajes, los maestros
— Basta ver tu cuenta en Facebook para descubrir que eres un viajero impenitente por los museos de Europa. ¿Qué te entusiasma cuando viajas?
Vivo una adicción por el arte italiano. Así como en un momento mi obsesión fue la escuela de Nueva York, después descubrí que la pasión de esos artistas era la pintura mural italiana.
— Szyszlo siempre hablaba de Rembrandt como referente…
Para mí, Szyszlo fue el mayor pintor del universo, un hombre de una enorme generosidad, un gran maestro. Yo pintaba muy cerca de él, en el sentido del claroscuro. En 1978 viajé a Pádova, a ver la Capilla de la Arena, donde están los célebres frescos de Giotto. Allí advertí la síntesis de los planos, del color, descubrí la simbología. Y empecé un diálogo con Giotto que lleva ya 45 años. Poco a poco fui llegando a la pintura mural italiana, con pintores como Fra Angelico, Piero della Francesca, Masaccio, Mantegna. Son mi fascinación.
— Cuando hablamos de la inmersión en la pintura, nos referimos a contemplar cuadros de gran formato. Sin embargo, hoy se habla de “exposiciones inmersivas” en muestras como “La experiencia Van Gogh” basadas en proyecciones. ¿Qué piensas de esta forma de presentar la pintura?
Es la banalización total. Yo no voy, porque tengo la sensación de que saldría muy manipulado. Pero si queremos ver el lado bueno, de repente puede ser una puertita de acceso para que alguien descubra a un artista. Pero desconfío mucho de acciones tan focalizadas. Uno debe tener la amplitud y el coraje de asumir la realidad.
— Una de las últimas polémicas en las que participaste fue con las galerías locales, que hoy experimentan una fuerte crisis. Pensando en los artistas jóvenes, ¿qué puede depararles hoy el mercado del arte?
Hay mucha producción y no hay espacio para todos. Cada vez hay menos galerías, pocas instituciones y pocos museos. Todo lo que estructura el mundo comercial del arte es pequeño y puntual. Y desde lo gubernamental es absolutamente inexistente. ¡Ya están pensando una ley para quitarle el apoyo al cine, lo que es una desgracia! Yo siempre he creído en el trabajo. Si uno trabaja, por una especie de ley física, vas abriéndote un espacio. Es la única realidad. En mi caso, yo me he peleado con todo aquel que no debía pelearme. Soy incapaz de rechazar una buena pelea. Me he peleado contra el sistema y las personas que lo representan. Y ha habido un costo. La gente ve el lado épico, de la pelea, pero no el lado de la angustia, lo que pasa cuando te cierran el caño. Lima es así.
Desde el 19 de junio en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC),
La exposición de Ramiro Llona será la última muestra temporal que acogerá la Sala 1 del MAC Lima, que luego se dedicará a albergar su colección permanente.
“El buen lugar ha demandado al artista siete años de trabajo realizando pintura de gran formato”.
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