El pincel se sostiene recto. No es como agarrar un lapicero, se lo toma del medio y recién con este agarre firme se lo lleva a un lado u otro. Así se trazan los caracteres japoneses, los kanjis, al momento de ejecutar la caligrafía tradicional, el shodō, con un pincel hecho con pelo de animal, empapado en tinta china. Así lo hace Ryuho Hamano, cultor de este arte, durante su visita al Perú.
Invitado por la Embajada del Japón, no es la primera vez que Hamano pisa territorio peruano. Este año brindó una demostración abierta al público en el Centro Cultural Peruano Japonés, bajo el título de “Impermanencia”; también realizó una conferencia en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. De igual manera se paseó por colegios nikkei, como La Victoria, La Unión y José Gálvez del Callao.
José Gálvez, ubicado a la vuelta de las famosas “caras de Atahualpa”, tiene casi 100 años de historia. La clase empieza con el maestro diciendo “ohayō”, literalmente “buenos días”. La respuesta de los 29 alumnos es en voz baja, por lo que el maestro, siempre ayudado por su traductora, les pide que hablen más fuerte; la respuesta son risas, pero se le obedece.
Hamano está acostumbrado a tratar con niños. Hace juegos de palabras con sus escasos conocimientos de español. Dice “aka” (rojo), luego “acá”, que significa lo que todos sabemos. Enseña ejercicios básicos con el pincel, sabe que para andar hay que aprender a pararse primero. También habla de la evolución de los kanjis, como aquel que representa al corazón, cuyas formas originarias motivan risas entre los alumnos. El maestro sabe cómo captar la atención, así como conjurar respeto.
Hamano descubrió su pasión por la caligrafía a los cuatro años. En ese entonces no se sabía los caracteres, pero hacía lo que podía; dibujaba en la tierra. Desde entonces no ha parado. Para él, ver el papel donde plasmará sus trazos es como estar frente a otra persona, y que escribir es como conversar con el papel. Cuenta que, cuando se ejerce el shodō, cuando se dibuja el carácter sobre un papel, parte del alma del autor queda en el arte. Si tienes 20 años al momento de hacerlo, pasará tiempo indecible, podría llegar tu muerte, pero mientras ese papel se conserve, el tú que tenía 20 años vivirá en esas líneas, en la fuerza de los trazos.
Y mientras Hamano continúe recorriendo el mundo, mientras siga transmitiendo lo que hace, su arte vivirá, próspero y pacífico.
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