Insignia de mando para el combatiente, marca de dignidad para cualquier mortal, el uso de la vara ya tenía carta de ciudadanía entre babilonios, griegos y egipcios, que celebraban sus fiestas del equinoccio a bastonazo limpio. Pero el espíritu castrense del adminículo se consolida cuando cónsules y pretores de Roma lo empuñan sobre briosos corceles. Herencia que aterrizará, siglos después, en la chispeante investidura ornamental de los mariscales de campo ingleses y alemanes, especialmente diligentes a la hora de matar dragones. Y entre nosotros, será tras la rebelión de José Gabriel Condorcanqui y Túpac Catari (1780-81) cuando establezca la autoridad de los alcalde-vara o varayoc (“el que porta la vara”, en quechua), de alta visibilidad en Calca y otros pueblos del Valle Sagrado.
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“Entre los sarhuinos la vara también representa autoridad. Alguaciles, regidores y caciques van pueblo por pueblo impartiendo justicia. No son pintadas, son talladas y buriladas. Sobre esos orificios vierten un polvo negro, generalmente hollín”, dice Venuca Evanan (Lima, 1987), artista visual, ilustradora y heredera de las expresiones artísticas de Sarhua, pueblo ayacuchano del que migraron sus padres para establecerse en algún descampado limeño en busca de un mejor porvenir. Ya tiene 17 años calando artísticamente las famosas tablas, ese delineado con plumas y tierra de colores que remite directamente al trazado prehispánico del insigne cronista Huamán Poma de Ayala.
Estampas de sanación
“Había visto a uno de esos varayoc burilando una vara pequeña con dibujos de la zona y me gustó mucho. En eso me inspiré: mandé a tallar algunas varas apenas arrancadas de sus troncos y me puse a pintarlos con la temática que me gusta: cómo vive la mujer andina sarhuina. Cuando secaron bien, eché tres capas de pintura acrílica con tierra de colores y dibujé una por una las figuras. A veces con una pluma de ave, a veces con un pincel número cero para que cuaje la pintura más espesa. Como es una plataforma circular, no se fija fácilmente. Así que no podía fallar porque no tenía más pintura para la base. Tenía que hacer cada trazo sin titubear. No fue fácil, estaba torcida varias horas. Pinté mis sueños y anhelos en ocho varas, cada una contiene una historia diferente”, dice Evanan.
¿Y qué pintó? La historia de una mujer virgen en tránsito hacia el gobierno propio de su cuerpo, de su sexualidad y de su derecho al goce. En las varas negras una sirena convive en armonía con la naturaleza. Luego pinta a mujeres tocando instrumentos reservados para los hombres, un primer reclamo de igualdad. Las varas rojas narran sus vidas en pareja, ese núcleo que las violenta física y sicológicamente. Sobre las barras amarillas aparecen ellas regentando cargos políticos, un significante para las reivindicaciones de género. Y finalmente sobre las varas azules ocurren estampas de sanación espiritual. Son mujeres conectadas con su naturaleza, liberadas del yugo. La obra se llama Rikchary Warmi (“Despierta, mujer”) y equilibra entre el arte tradicional y la instalación.
“El trabajo premiado es original y reta las tradiciones que lo nutren, abre caminos de confluencia para expresiones híbridas y cuestiona, con potencia transformadora y sentido de urgencia, antiguos y nuevos patrones en el contexto peruano contemporáneo. La verticalidad de los elementos de color remite a composiciones abstractas que contrastan con los dibujos de situaciones cotidianas e imaginería. A diferencia de las tablas de Sarhua tradicionales, estas piezas por su circularidad ocultan parte de las representaciones e invitan al espectador a imaginar y completar las narraciones”, dictaminó el jurado calificador compuesto por la artista plástica Natalia Iguíñiz, la curadora Giuliana Vidarte del MAC y Carlos García Montero de Corriente Alterna.
Diálogo intergeneracional
Fueron más de 400 artistas los que respondieron a la convocatoria del Icpna. En medio de tan heterogéneo conjunto —rico en pinturas, esculturas, instalaciones, trabajos conceptuales, performáticos, fotografías y obras de arte tradicional peruano—, el jurado también consideró honrar con una mención a “Estudiantes del maguey” —escultura de 350 piezas con la que el huancaíno Antonio Paucar homenajea a igual número de estudiantes de la Universidad Nacional del Centro asesinados— y “Limpieza y salud urbana: desahogo de las aguas”, instalación en la que la limeña Genietta Varsi compone un recipiente para coleccionar sudor humano en base a látex, metal, madera, resina y video.
Con gran variedad formal, temática, paridad de género y diálogo intergeneracional —hubo muchos artistas emergentes y de mediana carrera y otros tantos con una trayectoria consolidada—, el certamen terminó consagrando a una artista autodidacta que en sus manos prolonga una práctica ancestral. “No podía creer que una chica sin otra escuela que la de sus padres acá en Chorrillos, que llegaron a lo que era un arenal, haya ganado un premio nacional. Sabía que no iba a ser fácil, pero esto es lo que me gusta hacer y a lo que quiero dedicarme en esta vida”. ¿Y en qué invertirás lo ganado? “Quiero comprarme una casita en Sarhua y convertirla en un centro cultural para reafirmar su identidad a través del arte y para que las mujeres pinten lo que quieran”, concluye.
El dato
Próximamente el Icpna anunciará la exhibición de las tres obras premiadas junto a otras 45 finalistas.