En “El beneficio de la duda” una pareja de amantes conversa sobre su futuro en un departamento de Miraflores. El paisaje marino de fondo se apaga con la noche. Él, Pablo (David García), se va; y ella, Marcela (Fiorella Rodríguez), se queda sola. Más tarde, tocan el timbre. Es un inspector de la policía (Ricky Tosso), quien informa a Marcela sobre un accidente aparentemente sufrido por Pablo y le propone entrevistarla para indagar sobre el asunto. Lo demás será un juego de suspenso, misterio, crueldad y traición.
No son nuevas las cartas que juega, desde el inicio, la primera cinta dirigida por Ani Alva Helfer. Y no pretende ocultarlas desde el mismo título, que no es más que un eco de “La sombra de una duda”, de Hitchcock, o de “Más allá de la duda”, de Fritz Lang –dos de los más grandes directores del cine clásico norteamericano y, de alguna manera, creadores de las ricas tradiciones del cine de suspenso o del ‘film noir’–.
Esta profunda autoconciencia del filme no está reñida con la humildad. Desde los créditos, que simulan una película antigua de Hollywood, hasta la ambientación, el vestuario y el maquillaje, pasando por la fotografía de densas atmósferas a media luz, “El beneficio de la duda” se propone como un homenaje al cine clásico del que hablábamos líneas arriba, pero, sobre todo, como un canto de amor al cine de Hitchcock, cuya obra está en el espíritu de sus imágenes.
“La soga” y “La llamada fatal” son quizá los mayores modelos sobre los que planea el filme. Sin embargo, Alva no lo hace a la forma de plagio ni de calco (como lo hizo fatalmente Gus Van Sant con “Psicosis”), sino simplemente como una agradecida apropiación y, hasta cierto punto, recreación de estilo.
En efecto, uno de los mayores logros de la realizadora es haber sabido ‘escribir con la cámara’, como lo hacía Hitchcock. Se trata de generar un aprendizaje de la mirada, entre lo visible y lo invisible, en la alternancia de las informaciones visuales y sonoras, lo que nos permite formular hipótesis sobre las intenciones que están detrás de las acciones de los personajes –que a veces se reducen a una mirada o a una forma de tomar el té–, acciones que son parte de una trama más vasta que no deja de mutar mientras avanza la película y que solo se revelará al final.
Pero hay algo más. Alva no solo hace parecer fácil sostener casi toda la película en una sola estancia a través del duelo psicológico y físico de los dos protagonistas. Por otro lado, se nota que ha habido un trabajo delicado también en cuanto a la dirección de esos dos buenos actores que son Fiorella Rodríguez y Ricky Tosso.
Marcela está construida como una mujer reconcentrada, aunque por momentos ingenua; frágil y a la vez fuerte. Ataviada con vestidos largos y casi góticos, es un reflejo de su departamento, que también parece ser presa de un extraño encantamiento del pasado, incluidos un viejo piano y el famoso retrato de la Carlotta Valdez de “Vértigo”, la película más bella de Hitchcock. Tosso, como el inspector de ambiguos propósitos, es capaz de dar la réplica con carácter y, a la vez, una mezcla de suspicacia, simpatía y frialdad.
Los lados débiles de la película tienen que ver con lo que siempre termina por empobrecer los ejercicios ‘hitchcockianos’ como este, incluso en el caso de directores afiatados –como Jaume Balagueró y su “Mientras duermes” (2011)–. Se trata del último tercio, cuando se deben resolver los conflictos. Ani Alva incorpora a un personaje (Emanuel Soriano) más osado y cómplice con el espectador, en la medida en que, con un gesto contemporáneo y lúdico, le habla a la cámara. No obstante, se trata de un elemento que no llega a integrarse con naturalidad en la película y que resulta demasiado estereotipado y efectista.
Lo mejor de “El beneficio de la duda” es su factura atemporal y, finalmente, quizá lo central: su retrato femenino lleno de crispación y de un mórbido glamour. Más allá de esa ciudad engañosa y siniestra –que apenas se entrevé, pero que se siente–, donde no sabemos qué se esconde detrás de cada puerta, esta es una película sobre una mujer acechada y, de alguna manera, es una venganza simbólica. Pese a sus problemas de resolución y a su débil estructuración, se trata de un filme raro, de una secreta belleza que los verdaderos cinéfilos sabrán ponderar y apreciar.