“Secreto Matusita” parte de la misma premisa que muchas películas de terror de los últimos años: usar el recurso del ‘found footage’ o material encontrado para darle al filme una impresión de realidad, como lo hicieron, con mejores resultados, “El proyecto de la bruja de Blair” y “Actividad paranormal”. Aquí, incluso, el recurso se ha usado como un supuesto mecanismo de marketing: según la ficha técnica del filme, este es dirigido por Fabián Vasteri, el personaje principal y uno de los que carga la cámara en la que se registran los hechos paranormales que viven los personajes, unos jóvenes que entran a la casa Matusita, uno de los sitios presuntamente embrujados de Lima.
Pero es sabido que detrás del proyecto está, en realidad, Dorian Fernández y su empresa Audiovisual Films, quienes el año pasado estrenaron “Cementerio general”. En “Secreto Matusita”, ellos alargan el recurso de la cámara usada por los mismos personajes, y que daba los mejores momentos de su cinta anterior.
Pero esta nueva apuesta marca un franco retroceso en el intento de los realizadores de hacer cine de terror en el Perú. Si en “Cementerio general”, los momentos de ‘found footage’ tenían, por lo menos, cierta fluidez que le daba verosimilitud a los que estamos viendo, pues aquí se siente que los actores recitan un guion y se esfuerzan en actuar, anulando la premisa básica de que estamos ante un material supuestamente real.
Pero los problemas de verosimilitud no se quedan ahí: también pasan por personajes que se la pasan declamando su posición sobre lo paranormal, o explicando todas y cada una de las cosas que piensan hacer para invocar a los espíritus. Cada una de las escenas repite la misma fórmula una y otra vez: el camarógrafo desconfiado, la productora que trata de ordenar, el psíquico que explica sus formas de contactarse con los espíritus. Y, cuando lo sobrenatural aparece, la reacción de los personajes es la histeria, los gritos y las recriminaciones, como si el miedo se basara en la desesperación histérica de unos personajes y no en el aprovechamiento de los espacios y de los silencios para generar una tensión genuina. Y la cinta repite ese mecanismo una y otra vez, lo que hace que nada se sienta orgánico, que aquello que debe fluir se estanque.
“Secreto Matusita” no genera tensión a partir de los espacios en los que se mueven los personajes, ni nos hace sentir que el miedo que viven sus personajes es genuino: lo que hace es repetir una fórmula hasta el cansancio, sin jamás tomarse un respiro como para relajar la situación y crear el ambiente necesario para generar un clima inquietante.
Creemos firmemente que debe existir un cine peruano que apunte a ser masivo y que tenga visos comerciales, pero uno de los peligros de apostar ciegamente a eso es creer que aplicar una fórmula, sin ningún tipo de inventiva, es la manera. Sin duda puede resultar el camino más fácil y aquel que da réditos económicos más rápido, pero también resulta el más cortoplacista: va a llegar un punto en que esa fórmula, a punta de repetición, va a desgastarse. “Secreto Matusita” ya comienza a mostrar signos de ese desgaste: el filme cree que la tensión que generan las buenas películas de terror puede ser remplazadas por gritos histéricos y situaciones que se repiten y que hacen que uno adivine el mecanismo del filme a los 10 minutos. “Secreto Matusita” apunta a aplicar una fórmula sin trabajarla y encontrarle nuevos visos. Ahí están los resultados.
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