Vulcano: el que ablanda el fuego. Dios del inframundo. Señor de los incendios. Alma de la hoguera. Sus bacanales se llaman ‘vulcanales’ y su templo principal en Roma es el Volcanal. Todo indica que, gracias a su poder incandescente, siempre hay un volcán en la puerta de entrada a cada historia. Está en “La Eneida” y también en “El Infierno” de Dante. Saint Exupery reduce el reinado de su pequeño príncipe a un asteroide en el que debe deshollinar cuidadosamente dos volcanes en actividad —'lo cual era muy cómodo para calentar el desayuno a la mañana’ — y un volcán apagado —porque ‘nunca se sabe’—. “Si están bien limpios, los volcanes arden suave y regularmente, sin erupciones. Las erupciones volcánicas son como fuegos de chimenea. Evidentemente en nuestra tierra somos demasiado pequeños para deshollinar nuestros volcanes. Es por eso que nos causan cantidades de problemas”.
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Problemas los de ese cónsul que con escalofriante frialdad se pone a caminar hacia los infiernos del alcohol bajo la atenta mirada del Popocatepetl, ‘cerro que humea’ en lengua náhuatl. El resultado de semejante proeza, escrita de 1935 a 1944, será un mecano de tramas, subtramas, cajas chinas y superposiciones orales cocinándose en un magma que termina por deslumbrar tanto como un cráter en chispeante ignición. Eso es “Bajo el volcán”, la extraordinaria novela escrita por Malcolm Lowry, rechazada por once editoriales y que, ya consagrada, John Huston replicara en el celuloide (1984). Pasan los años y sigue siendo un libro atroz, admirable, adictivo, metafísico y adelantado a cualquier tiempo.
AUTORES Y TEMBLORES
Como atemporal será el viaje que emprendan un profesor de mineralogía, su sobrino y un guía hasta las profundidades del planeta a partir de la pluma prodigiosa de Julio Verne. Acantilados de basalto, playas de arena negra y el volcán Snaefellsjökull, ubicado en la península islandesa de Snæfellsnes, componen el decorado que, otra vez, precede la entrada al centro de la Tierra en la expedición que sale en 1864 y sigue en misión. Porque además de ser un científico, geógrafo y proto novelista sci-fi, el autor francés es padre de todas las aventuras, de preferencia con un volcán que humea: “Parque Jurásico” y “Piratas del Caribe”, por ejemplo. Y también “Lost”, que se rueda en la isla hawaiana de Oahu, cerca de donde nació el expresidente Obama.
Erupciones que alcanzan una altitud estimada en 6 km, lluvia de cenizas y una granizada fabricada con ardientes pedazos de piedra pómez compusieron la espectacular erupción del volcán Letusan Krakatau, que hizo desaparecer la isla de Krakatoa (1883). Para que años después se filme la equívoca “Al este de Java” (1968), cuando el extinto atolón estaba ubicado exactamente al oeste. “Los últimos días de Pompeya” (Edward Bulwer Lytton, 1834) recrea la erupción de lava, gases, géiseres y lodo que decidió vomitar el Vesubio (79 d.C). Rossellini filma “Stromboli” (1950) después de la erupción de un volcán italiano del mismo nombre y Visconti ubica “La tierra tiembla” (1948) en un pequeño puerto siciliano azotado por los sismógrafos. Por si fuera poco, Lovecraft aprovechará la furia del inframundo para seguir cocinándonos con lava.
Pero si hay un autor que reiteradamente le da el protagónico a cráteres, calderas y otras deyecciones será Tolkien en, ya se sabe, la saga de “El Señor de los Anillos” (1955): Monte del Fuego Resplandeciente le llamará al Orodruin, la protuberancia de kilómetro y medio de altura ubicada en la inhóspita Meseta de Gorgoroth, hacia el norte de Mordor. Infatigable surtidora de ceniza y gases tóxicos, será en las incandescentes entrañas de la Grieta del Destino donde termine por ser fundido el Anillo Único. La montaña se retuerce, los terremotos azotan la Tierra, las entrañas del volcán burbujean con rabia y la superficie de la Tierra termina sumergida por un vómito infernal.
VERSOS CON LAVA
Los poetas, por supuesto, no podían ser inmunes a la erupción. Como anticipándose a lo que está pasando en su país, Miguel Unamuno escribió: “Vuelve á erumpir aquel volcán de cieno / que guarda en su cogollo nuestra Europa / y sobre España vierte de su copa / las heces bien yeldadas con veneno”. Antes, Lope de Vega había cantado: “Cuando el mejor planeta en el diluvio / templa de Etna y volcán la ardiente fragua / y el mar pasado el límite desagua / encarcelando al sol dorado y rubio”. Y, cómo no, Francisco de Quevedo: “¿Por qué admiras que / cuando amor enjuga mis entrañas / y mis venas, volcán, reviente en iras?”. Pedro Salinas, más bien, prefirió ser lacónico: “Tablas, plumas y máquinas / todo a multiplicar / caricia por caricia / abrazo por volcán”.
Entre nosotros, y como diría el vals, ‘todos los poetas en odas floridas han tejido versos para regalarte la marcha nupcial’. Se entiende que es a nuestro volcán estrella, el Misti. Al extremo de haber esculpido con feldespato volcánico, sillar, los versos más flamígeros en su honor, situación perfectamente verificable en el mirador de Yanahuara: “Aquí se hicieron cañones de metal de las campanas para encauzar los desbordes de lavas republicanas” (Cesar Atahualpa Rodríguez). “Años se ha batido Arequipa bravamente para conquistar instituciones para la patria. No se nace en vano al pie de un volcán” (Jorge Polar). “Arequipa, la tierra de libres unida a los pies de un volcán: vives libre y feliz cuando vives prefiriendo ser libre a tu pan” (Alberto Guillén). Y siguen firmas en ese embriagador derrame de nostalgia inspirado en un simpático cono espolvoreado de nieve.
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