Es una tarde cualquiera, en una carretera cualquiera. Una niña de 10 años hace un viaje en auto junto a sus padres hacia el nuevo pueblo al que se mudarán. Fastidiada, hubiera preferido no cambiar de casa o de colegio. Pronto, su padre parece extraviado. Frenan intempestivamente en una parte del camino y se encuentran con extraños y abandonados edificios que parecen ser las ruinas de un mundo de otros tiempos al que ingresan a través de un oscuro pasadizo por el que el viento viaja al revés. Los padres parecen no notar nada extraño al llegar a un pueblo colorido y preparado para recibir visitas, pero vacío. Tampoco notan nada extraño cuando siguen el rastro de atractivos olores o cuando encuentran comida caliente, recién preparada, en el mostrador de un restaurante. La niña, que responde al nombre de Chihiro, está cada vez más incómoda, pero sus padres ya empezaron a comer y nada los detiene. La pequeña recorre el pueblo, encuentra a un extraño chico con poderes mágicos y se cruza con sombras tenebrosas mientras las calles se alumbran a su paso, ante un anochecer inminente. Todo parece una pesadilla de la que ella cree que saldrá, hasta que encuentra a sus padres. Pero ya no parecen ser ellos: se han transformado en cerdos voraces que siguen devorando todo lo que encuentran. El viaje realmente ha comenzado. La desesperación, también.
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“Dedicada a todos los niños que han tenido, tienen y tendrán 10 años”, se dice al inicio de la película. Muchos chicos de esa edad podrían estar bastante asustados ya a estas alturas, a pesar de que van solo 13 minutos de una historia que dura poco más de dos horas. Lo cierto es que hay mucho más que admirar que cosas que temer en este periplo.
Cuando tenía la edad de la protagonista, el futuro fundador del Studio Ghibli y creador de El viaje de Chihiro, Hayao Miyazaki, pasaba también de ciudad en ciudad, por diversas circunstancias familiares. Entre el Japón de la Segunda Guerra Mundial –que lo vio nacer, el 5 de enero de 1941- y el de la Posguerra, se enamoró de los aviones -pues la fábrica que dirigía un tío suyo hacía piezas para ellos-, al mismo tiempo que leía mangas y soñaba con dibujar los propios. Aquellas inquietudes e imaginación febril le serían fundamentales el resto de su vida, precisamente, para despertar las inquietudes y la imaginación febril de otros en distintos rincones del mundo.
Por eso, la desesperación inicial de su Chihiro, la niña de 10 años que protagoniza un mágico viaje, a la manera de Alicia en el país de las maravillas, se va transformando a través de las aventuras donde está rodeada de brujas voladoras, animales que hablan, magos que se transforman, sombras sin rostro, colaboradoras bolitas de hollín o gigantes bebés capaces de arrasarlo todo en una especie de necesario camino vital lleno de sorpresas, todo un desafío de creatividad, emociones y sentimientos que no corresponden solo a los niños, sino que son capaces de involucrarnos a todos.
“La obra de Hayao Miyazaki está entretejida a partir de una serie de temáticas transversales y elementos recurrentes que configuran su mundo cinematográfico a través de la repetición de modelos de personajes –y de la reiteración de sus rasgos sicológicos-, de la importancia de la literatura infantil a la hora de acometer la creación artística, de su gusto por la aviación, de su discurso sobre la preservación de la naturaleza, de su intención didáctica o de su consabida militancia política, lo que le llevó en 2002 a no asistir a la entrega del Oscar a Mejor Película de Animación por El viaje de Chihiro, debido a su oposición a la presencia estadounidense en la Guerra de Irak”, dice sobre el genio creador de Ghibli Laura Montero Plata, autora española de “El mundo invisible de Hayao Miyazaki”.
El reto de la imaginación
“Creé una heroína que es una chica corriente, alguien con quien el público puede simpatizar. No es una historia en la que los personajes crecen, sino una historia en la que pueden sacar lo que llevan dentro, dependiendo de las circunstancias particulares. Quiero que mis jóvenes amigos vivan así y creo que ellos también tienen ese deseo”, ha confesado Miyazaki sobre su premiada obra, concebida entre las montañas de Shinshu, en la prefectura de Nagano, en unas vacaciones que tomaba junto a su familia y amigos. Deteniéndose en las actitudes, juegos, conversaciones y fantasías de las hijas de sus amigos, además de revisar los manga shōjo que leían -una especialidad dedicada a los jóvenes, con protagonistas femeninas-. Para romper con la temática de romances que eran lo usual en estas publicaciones, Miyazaki quiso hacer algo completamente distinto. La inspiración tomó más forma cuando reparó en el carácter fastidioso de una de las hijas de sus amigos, engreída e impaciente. Ella, sin querer, fue el modelo para Chihiro.
Para aquel 2001, hacía cuatro años que Miyazaki no dirigía una película. Su última obra había sido La princesa Mononoke, una fábula ecologista que se considera hasta hoy de lo mejor que ha realizado el Studio Ghibli. El viaje de Chihiro, cuya producción se inició en el 2000 con un presupuesto de 15 millones de dólares, no se quedó atrás cuando fue estrenada, a mediados del 2001. Para muchos no es solo una de las grandes películas de animación de la historia, sino una de las grandes películas, a secas. Eso, a pesar de que Miyazaki ni siquiera tenía el guion completo de la historia al comenzar su desarrollo. De hecho, ya hubo otros casos en los que el director confesó que no tenía las historias terminadas al iniciar el trabajo de una película. “No soy yo quien hace la película. La película se hace sola y no tengo más remedio que seguirla”, llegó a decir. De hecho, no son pocos los colaboradores que han contado que Miyazaki “narra la película con dibujos”, en lugar de escribirla.
Marta García Villar, autora del libro ‘Biblioteca Ghibli: El Viaje de Chihiro’, ha destacado las razones que, según cree, la siguen convirtiendo en una de las grandes películas de este siglo: es una película sin edad, es redonda, tiene valores universales que funcionan en cualquier obra de ficción, personajes llenos de matices y un elemento clave, que aparece también en otras películas de Miyazaki: nada de lo que se vive se olvida jamás, aunque no se recuerde.
“Es el testigo de cómo Miyazaki veía el nuevo siglo” –sostiene García Villar, que tiene otros dos libros sobre el trabajo del creador japonés-. “Nos habla de la crisis de valores de la sociedad moderna y de la esperanza en el futuro a través de los auténticos héroes, que ya no son los que tienen un don especial, sino los que, como en el caso de Chihiro, no se rinden ante las dificultades”.
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Un hito en la historia de la animación
Estas son solo algunas de las cualidades que la llevaron a convertirse en la primera película de animación en ganar el Oso de Oro en Berlín. El 2002 consiguió también el Oscar a la Mejor Película de Animación, aunque, como ya dijimos, Miyazaki no asistió a la ceremonia. Cameron Diaz fue quien tuvo que aceptar el premio en su nombre. El viaje de Chihiro (titulada en inglés Spirited Away), según imdb, recibió otros 56 premios y 31 nominaciones en todo el planeta. En el 2016, tras convocar a 117 críticos de cine de todo el mundo, la BBC publicó una lista de las 100 mejores películas de este siglo. El viaje de Chihiro apareció en el cuarto lugar. El éxito no fue solo de crítica: durante muchos años fue, además, la película japonesa más taquillera de la historia. Hoy, además, es posible encontrarla en Netflix, junto a muchas otras del Studio Ghibli.
Fue esta una obra concebida con mucho cuidado. Tanto, que muchos críticos consideran muchos de sus cuadros entre los más bellos del cine animado. También se tuvo en cuenta el significado de los nombres de los personajes, la importancia de conectar con la tradición y espiritualidad del Japón tradicional o la oportunidad de viajar, de cierto modo, a la antigüedad o a mundos espirituales.
Bien se lo dijo a Miyazaki en una carta el mismísimo Akira Kurosawa, genio por excelencia del cine de su país y del mundo: “Siempre estoy entre risas y lágrimas ante el magnífico espectáculo de sus películas animadas. La belleza de las imágenes, su sentido de lo natural, su simplicidad, no dejan de conmoverme. Me alegro al pensar que realizadores como usted han sabido lograr su independencia frente a los grandes estudios japoneses, que no han sabido evolucionar y han perdido el verdadero sentido del cine”.
Todo, finalmente, nos lleva a aquel momento del filme en el que Chihiro le pregunta a su amigo: “Dime Haku, ¿Cuáles son los límites?” Y él le dice: “Los límites son tres Chihiro: El cielo, la imaginación y tú misma”.
La música, otra clave
Un personaje fundamental en la filmografía del Studio Ghibli es Joe Hisaishi, quien repite en El Viaje de Chihiro el trabajo que ya hizo para otros filmes como Nausicaä del Valle del Viento (1983), El castillo en el cielo (1986), Mi vecino Totoro (1988), Porco Rosso (1992) o La princesa Mononoke (1997). Aunque su nombre de nacimiento es Mamoru Fujisawa, Joe Hisaishi es un tributo fonético al músico y productor norteamericano Quincy Jones, su ídolo de toda la vida. Su pronunciación en japonés suena parecida a aquel nombre célebre. Actualmente, prepara la música para “How do you Live?”, película que será la despedida del cine de Hayao Miyazaki.