Nació en el cómic de Marvel titulado “New Mutants” (1991), en la forma de un asesino por encargo que goza de una extraña inmunidad que le permite revertir cualquier daño en su cuerpo. Con el tiempo se transformó en un charlatán, muy consciente de su naturaleza ficticia, experto en romper la cuarta pared y hacer chistes subidos de tono. Aunque, a juzgar por su primera incursión en el cine –“Deadpool” (del director Tim Miller, 2016)–, ya no sabíamos qué era: un villano, un tipo cualquiera o un simple bufón.
De hecho, parte de los méritos de la primera entrega de este personaje de Marvel consistió en confundir al espectador. Quizá los amantes del cómic se habían familiarizado con su desparpajo y sadismo, o con su naturaleza autorreferencial: ser un personaje que le habla de vez en cuando al lector. Pero con Ryan Reynolds tras la máscara, la naturaleza maliciosa de Deadpool viró hacia cierta complicidad y cinismo del 'film noir', uno que también apunta a cierto romanticismo.
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El primer “Deadpool” resultó novedoso por varios rasgos que hacían un paquete interesante. Se trató de un personaje que se mofaba de todo, incluso de sí mismo: antisistema, antisuperhéroes, antimoralismo. Reynolds daba personalidad a un tipo que prefiere ser egoísta a salvar el mundo, que no cree en nada salvo en reconquistar a su chica, y que pasa por una serie de experiencias que lo convencen de hacer una parodia de lo que es un superhéroe.
Es más, con la “Deadpool” de Tim Miller no sabíamos si estábamos viendo una película –una ficción de Hollywood– o una especie de ensayo sarcástico y meta-cinematográfico para adultos, con escenas y algunos diálogos que no son para toda la familia, y cuyo propósito era dinamitar el género de seres superpoderosos. Todo esto salpicado de muchas referencias a la cultura popular de los años 80, incluida la balada fetiche “Careless Whisper”, de George Michael.
A pesar de muchas concesiones y la redundancia de ciertos gags y riesgos calculados, “Deadpool” conseguía ser escatológica, irreverente, fresca. Exenta de pretenciosidad, destruía cualquier tono edificante y lo sustituía por la comedia grotesca. Pese al carisma de Reynolds –sustentado en su voz–, la película lograba ser algo malcriada y desparpajada. A pesar de querer recuperar a su chica, Deadpool era lo suficientemente cretino como para no ser ejemplar.
“Deadpool 2”, lamentablemente, no incide en lo mejor de la primera, sino que traiciona su espíritu rebelde. Ryan Reynolds no es más un tipo que no sabe qué hacer en una ficción en la que no cree, sino un hombre enamorado que quiere formar una familia y al que le pesa demasiado contentar las expectativas de su público. Podrá haber algunos chistes logrados, pero todo se vuelve un bulto difícil de llevar a las espaldas, incluidas las aburridas secuencias de acción de David Leitch, el nuevo director.
El que estaba destinado a ser un mercenario que pone de cabeza la solemnidad y el sentimentalismo de los “Avengers”, se convirtió en un héroe. El que rompía con el ilusionismo de Hollywood inspirándose en el cine de Jerry Lewis o en la obra de Bertolt Brecht, se convirtió en un hombre que busca reformar su corazón. El tono irónico del enmascarado de rostro deformado se vuelve falso, mientras aparecen personajes decorativos, como un niño mutante subido de peso que quiere vengarse de los abusadores de su colegio. Cada vez nos reímos menos, mientras Ryan Reynolds logra ser, por fin, un héroe de masas.
AL DETALLEPuntuación: 1/5 estrellasGénero: comedia, acción, fantasía. País y año: EE.UU., 2018. Director: David Leitch. Actores: Ryan Reynolds, Josh Brolin, Morena Baccarin.